Logro recuperar fuerzas como puedo, después de calmar el maldito zumbido. El impacto de la explosion no fue cerca de mí porque carajos tengo esto.
Me incorporo logrando seguir caminando fuera de la tienda.
Muy bien, a explorar las áreas. Debo mantenerme alerta, preparada... al menos hasta que mi memoria regrese.
Ese momento, ese único momento, es el que nunca me abandona.
—Mamá...
Cada vez que vuelve ese recuerdo, lo hace acompañado del estallido y del zumbido en mi oído derecho. Froto la oreja dañada, buscando acallar la presión que late ahí desde entonces.
Salgo de la tienda de ropa. Mi estómago ruge; debería comer algo. Camino hasta la oficina, tomo la manilla de la puerta y espero.
—Adelante.
Abro. Agatha está tras el escritorio, rodeada de papeles, o al menos finge estarlo.
—¿Qué quieres? —pregunta sin levantar la cabeza.
—¿Tienen archivos de lo que pasó? —mi voz sale firme, sin titubear.
—¿Ya revisaste todo el lugar? Qué rápida. —su voz gotea sarcasmo.
—Aún no.
—Termina primero. Cuando vayas a descansar pasa por aquí. No es información que te daré solo por ser útil.
Salgo, cerrando la puerta con fuerza contenida. Aprieto las manos hasta formar puños.
—Suele estar irritable cuando se encierra allí. —una voz interrumpe mis pensamientos. Alzo la mirada: Marcus desciende las escaleras.
—¿Siempre es así? —pregunto mientras se acerca.
—Se nota que eres dura. ¿Ya conociste el lugar?
—No del todo. Justo iba a hacerlo antes de pasar por aquí. —señalo la oficina.
—¿Quieres que te acompañe?
No conozco a las personas, y su ayuda podría facilitarme la presentación.
—Claro, ¿por qué no? —sonrío.
Marcus se aparta y me indica el pasillo que conduce al área de comida.
—Por aquí.
Al avanzar, el murmullo de conversaciones se hace más claro. A pesar de las condiciones, el espacio luce decente, incluso acogedor.
—Señores, silencio un momento. —ordena Marcus, levantando la mano.
El efecto es inmediato. Todos callan y giran hacia nosotros.
—Les presento a una de las recién llegadas. Viene del área de armamento, investigación y comando —su voz firme hace eco. Cosas que ni yo sabía—. Por ahora, se encargará de conocer cada sección.
Me mira, dándome paso.
—Mucho gusto, soy Madeline.
—Bienvenida. —responden al unísono.
Así conocí cada rincón: armas, municiones, el espacio de entrenamiento. La noche había caído cuando concluimos. Durante el recorrido, noté varias veces a la rubia desteñida siguiéndonos. Me daba la impresión de un espectro errante, apareciendo siempre antes que nosotros.
Me detengo segundo, tratando de disimular el mareo. Marcus me observó con atención, su mirada penetrante no se le escapaba nada.
—¿Qué tienes? —preguntó en voz baja, casi como si temiera que alguien más pudiera escucharlo.
Desvió la mirada y aprieto la mandíbula.
—No es nada. Puedo soportarlo.
Marcus soltó una leve risa divertida..
—Claro, hasta que terminas en el suelo.
—No necesito que me protejas, Marcus —replicó, cruzándome de brazos.
Él dio un paso hacia mi, bajando un poco la voz.
—No es protección, Madeline . Es... precaución.
Por un instante, el silencio se volvió pesado.
—Entonces dime, ¿qué se supone que es?
Marcus me mira fijamente, como si buscara leer algo detrás de mis ojos.
—Eso quiero averiguarlo. Pero no te metas.
Sonrió con un aire desafiante.
—Pues tendrás que esperar, porque yo no pienso detenerme.
Él soltó un suspiro resignado, aunque una chispa brilló en sus ojos.
—Está bien.
Arqueó una ceja, esbozando una sonrisa apenas visible.
—Ahora... ¿me vas a entrenar o seguirás con tus sermones?
Marcus vuelve a sonreir de medio lado y se apartó, señalando el centro del lugar.
—Muy bien, princesa terca. Demuéstrame cuánto puedes resistir hoy —se prepara— ¿Recuerdas lo básico o prefieres empezar desde cero?
Termino de vendar mis muñecas y ajusto los guantes.
—Recuerdo lo básico. —afirmo.
—Eso es una ventaja, ¿no? —ladea la cabeza, como quien lanza un reto. Y yo adoro que me reten.
Estamos por comenzar cuando una voz interrumpe.
—Marcus.
Pongo los ojos en blanco. Ya sé quién es. Problemas.
La rubia entra con su sonrisa fingida.
—Ya es hora de cenar, ven.
—Estamos entrenando, Julia. —la corta Marcus.
Me acerco, poso mi mano en su hombro y asiento.
—Ve, no se vaya a morir de hambre—suelto con un poco de sarcasmo—. Yo investigaré algo.
Julia rueda los ojos, pero Marcus me sostiene la mirada.
—¿Quieres que te lleve la cena?
Asiento, no por hambre, sino por el placer de ver cómo el gesto enciende aún más la rabia en el rostro de ella.
Me retiro, subiendo a las escaleras sin prisa, guantes aún puestos. Llego a la oficina.
—Adelante —responde Agatha.
Entro. Está de pie, revisando libros en un estante.
—¿Ya terminaste? —pregunta sin girar.
—Por algo estoy aquí. —me cruzo de brazos.
Suspira, saca una carpeta de una caja y la deja sobre el escritorio.
—No es mucha información. No te tomará demasiado leerla.
Tomo la carpeta. Mientras está distraída, deslizo un bolígrafo y lo oculto bajo los papeles.
—¿Tengo límite de tiempo?
—No... pero no tardes una eternidad.
Asiento con un pulgar y salgo, guardando el bolígrafo en el bolsillo junto al muslo.
Camino hacia las habitaciones. Recuerdo lo que menciono Dulce: "la más organizada". Son cinco. Dos con camas dobles. La mía es la cinco, cerca del baño.
Entro y cierro con llave. Precauciones.
Me siento en la cama, abro la carpeta. En la primera página, en letras grandes:
Informe del Virus — Confidencial.
Debajo, una foto borrosa. El rostro no se distingue, pero las venas... negras, ramificadas.