Efecto Cura

Capítulo 5♤

Madeline.

El eco de mis pasos resuena en el pasillo frío y metálico del refugio. Mis dedos rozan el arma que llevo en la funda: una pistola de entrenamiento, desarmada, pero pesada en mis manos como si llevara el peso de mil batallas.

En la sala de tiro, las luces fluorescentes parpadean y lanzan sombras irregulares. El aire huele a aceite, sudor y algo que no logro identificar quizás miedo. Marcus me observa desde un costado, con esa mirada que no admite errores.

—Recuerda, precisión antes que rapidez. No dispares hasta que estés lista.

Asiento. Mi corazón late fuerte, pero mi cuerpo está calmado. He entrenado para esto.

Coloco la pistola en posición y apunto a la diana que se recorta en la pared al fondo. La superficie de cartón está llena de agujeros viejos, cicatrices de disparos anteriores.

Disparo el primer tiro.

Click. El disparador sin munición suena seco.

Vuelvo a cargar con destreza. Tres tiros más, todos en la zona central. Sin errores.

—Buen trabajo —aplaude suave—, pero esto es solo el comienzo.

La siguiente ronda implica movimiento. El simulador proyecta siluetas que aparecen en diferentes puntos, algunas a la derecha, otras a la izquierda, incluso detrás de obstáculos.

Me desplazo rápido, rodando a un lado y apuntando al primer blanco que aparece: disparo en ráfaga corta, cinco balas que aterrizan certeras.

Una silueta aparece en el extremo opuesto del campo, giro y disparo sin pensarlo. La pistola vibra en mis manos, pero no pierdo la estabilidad.

—Mantén la calma —me recuerda—. El disparo más rápido no vale nada si no das en el blanco.

Un sonido estridente irrumpe: una alarma simulada. Luces rojas parpadean y una voz por los altavoces anuncia una "brecha de seguridad".

Mi adrenalina se dispara. Ahora es un simulacro de combate real. Debo reaccionar sin dudar.

Sigo el protocolo. Avanzo cubriéndome detrás de una pared metálica, con el arma firme. Un compañero simula avanzar desde el otro lado, disparando ráfagas hacia mí.

Me asomo un instante y devuelvo fuego, tratando de predecir sus movimientos. La tensión es palpable. El sudor me baja por la frente y el pulso retumba en mis oídos.

De pronto, escucho un ruido a mi derecha. Otro blanco aparece sorpresivamente, y sin tiempo a pensar, aprieto el gatillo.

—¡Bien! —exclama—. No dejes que la sorpresa te paralice.

El simulacro continúa. La sala se llena de ruido, voces, órdenes. Hay que pensar rápido, actuar rápido y cada movimiento puede ser la diferencia entre ganar o "caer".

Cuando por fin termina, me quedo jadeando, las manos temblorosas pero firmes.

—Eso fue intenso —admito.

Marcus asiente, con una sonrisa dura.

—Así es la guerra, Madeline . Aquí solo te preparamos para sobrevivirla. Pero afuera... es mucho peor.

Recojo el arma con cuidado y la guardo en la funda. Mi cuerpo duele, pero siento que he dado un paso más hacia estar lista.

Porque en este mundo, el entrenamiento nunca termina.

—Te daremos una sencilla, ya que se ve que te manejas bien con ellas.

Se acerca a un locker, abre la puerta y revela una fila de armas de diferentes modelos. Toma una pistola y camina hacia mí. La extiende. Es una Walther P99.

Joder, sí.

La sostengo, la peso en mi mano y sonrío mirándolo.

—Gracias.

—Aquí tienes dos cargadores de repuesto —los extiende hacia mí. Los tomo y los guardo en uno de los bolsillos del muslo.

—Vamos a tu último entrenamiento y a prepararte para mañana.

—¿Agatha ya aceptó? —lo miré con interés.

Niega suavemente con la cabeza.

—Me mantendrá al tanto de su decisión.

Asiento y salimos del área de entrenamiento de armas, caminando hacia lo que parecía un almacén.

—Aquí no es donde entrenan... ¿o sí? —enarqué una ceja.

—Donde viste antes es donde entrenan a los primerizos —abre las puertas y me da paso—. Tú ya estás en otro nivel.

Entro y mis pasos resuenan con eco en el viejo almacén. La luz se cuela por los huecos del techo, iluminando un saco de boxeo que cuelga de una viga oxidada. En una esquina, unos guantes gastados, vendas y una botella a medio llenar descansan sobre una lona vieja. Un par de llantas de camión y un neumático solitario parecen invitarme al esfuerzo.

Las paredes, marcadas con frases como "No pares", me rodean como entrenadores invisibles. Aquí, entre polvo y ruinas, todo me reta a seguir. Varias personas entrenan en silencio, otras observan y analizan a quienes lo hacen.

—Dylan —Marcus llama a un hombre rubio, de alrededor de un metro ochenta y cinco, que se acerca a nosotros. Una cicatriz cruza la piel cerca de su ceja derecha, y sus ojos, negros e intensos, me observan con atención.

—Ella es Madeline. Quiero que entrenes con ella para ver si está capacitada —propone Marcus.

—Claro. Dylan, mucho gusto. —Extiende la mano y la estrechó con firmeza.

—Madeline .

Marcus camina por fuera del perímetro con los brazos cruzados cuando Dylanse posiciona frente a mí con la sonrisa de alguien que cree que la fuerza bruta gana siempre.

—Regla simple —señala Marcus—: nada de mordidas. El resto... vale todo.

Nos colocamos en guardia. Dylan avanza primero, intentando un golpe al rostro. Lo esquivo inclinando la cabeza y contraataco con un golpe rápido al torso. Apenas retrocede. Es como golpear una pared.

—¡Más fuerte, Madeline!—grita alguien desde el borde.

Dylan intenta agarrarme por la cintura, pero uso su peso contra él: giro la cadera, engancho su brazo y lo lanzo al suelo. El impacto levanta polvo, ell rueda y se reincorpora rápido, ahora con los dientes apretados.

Esta vez viene con una combinación: un derechazo alto, seguido de un empuje con el hombro. Bloqueo el primero con el antebrazo y absorbo el segundo bajando el centro de gravedad. Aprovecho para golpearle detrás de la rodilla, haciéndolo perder equilibrio.




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