Efecto Cura

Capítulo 8♤

Marcus.

—¿Cuando tienes esa molestia que es lo que sientes? —me siento en la cama y palmeo mi lado para que se siente.

Me acomodo, aunque no dejo de observarla.

—No lo sé... —titubea con un suspiro, llevándose una mano a la sien— solo es un zumbido molesto.

—¿Y? —inclino un poco hacia ella motivandola.

Madeline frunce el ceño, como si buscara la forma de explicarlo.

—Y... es como si todo a mi alrededor se apagará, ¿sabes? Como si no pudiera escuchar nada más. Solo ese ruido aquí... —señala su cabeza, cerrando los ojos un momento— es constante, me oprime, me impide pensar.

Se queda en silencio. Yo la observo, sintiendo cómo se tensa, como si le costara admitir lo que sigue.

—A veces... —murmura, bajando la voz— siento que no es un ruido. Es... algo que quiere entrar. Algo que no me deja en paz.

Trago en seco. Su respiración está agitada, y me sorprende la vulnerabilidad en su mirada cuando finalmente me busca con los ojos.

Sin pensarlo, pongo mi mano sobre la suya.

—No estás sola en esto, Madeline.

Ella se queda inmóvil, pero no retira la mano. Y ese silencio entre nosotros pesa más que cualquier palabra.

Mira mis labios, me quedo quieto, observando cómo se acerca cuando apenas me da un beso, suave, como si tuviera miedo de romper algo.

La sorpresa me golpea, pero mi cuerpo actúa antes que mi mente: la correspondo. Y por un instante, la quiero entera.

«Mierda, Marcus, ¿qué estás haciendo?»

Ella se aparta de golpe, cubriéndose los labios.

—Lo lamento... tú estás con Julia y esto no... —balbucea, temblando.

—Madeline ... —susurro, inclinándome hacia ella, queriendo borrar esa distancia. La tomo del mentón, necesito que me mire.

«No digas nada, no arruines más las cosas»

Me repito. Pero no puedo evitarlo.

—No... no, Marcus. Esa mujer ya de por sí me odia... —me suelta, como si tocarme la quemara.

La dejo escapar por un segundo, pero cuando intenta levantarse, mi instinto me traiciona. La tomo de la muñeca. No quiero que se vaya.

Se vuelve hacia mí, y en ese momento decido. Me levanto también y la acerco contra la mesa. La siento temblar bajo mis manos, sentada, atrapada.

La miro. Dios, la miro como si fuera mía. Su respiración agitada choca con la mía, y me pierdo en ese vaivén.

—Madeline ... —susurro su nombre, como si eso bastara para detener el mundo.

Cierra los ojos, y estoy a un segundo de perderme en ella. Un segundo de destruir todo lo que debería mantener intacto.

Golpean la puerta.

—Madeline , ¿has visto a Marcus...? —la voz de Dylan corta el aire.

El hechizo se rompe. Ella me aparta, y yo me obligo a retroceder.

—Lo siento —murmuro, aunque no sé si me disculpo con ella o conmigo—. Agatha te necesita en su oficina

Me giro hacia él con una sonrisa tranquila, fingiendo que todo está bajo control.

—Ya voy —respondo, aunque mi mirada vuelve inevitablemente a Madeline, a sus mejillas enrojecidas.

—No, él ya se iba —ella me corta, apresurada, agarrándome del brazo.

—Después hablamos—. Me susurra, sin mirarme.

Yo solo asiento, porque si abro la boca, sé que voy a decir algo que no debería.

El roce de sus labios todavía está en mi boca. Un beso mínimo, apenas un suspiro... y sin embargo me dejó con la necesidad clavada en el pecho. No fue suficiente. Ni de lejos.

Maldición, Marcus...

Salgo de la habitación con los músculos tensos, sintiendo todavía la electricidad del contacto con Madeline . Cada paso por el pasillo me recuerda la cercanía de su cuerpo, el roce de sus labios contra los míos, y la forma en que intentó alejarse sin lograrlo. Intento controlar la respiración, pero es inútil: mi pecho arde y mis pensamientos se agolpan, reviviendo el instante una y otra vez.

No debería haberla besado, ni siquiera haber correspondido su impulso. Julia está oficialmente conmigo, aunque últimamente nuestra relación se siente vacía y sin alma. Pero Madeline ... Madeline es fuego. Y ahora ese fuego se ha encendido en mí de una manera que no puedo apagar.

Los pasos de Dylan resuenan detrás de mí. No puedo evitar enderezarme, poner cara de nada y fingir calma. Él siempre ha tenido la molesta costumbre de leerme demasiado bien.

—¿Qué hacías ahí adentro? —pregunta, su tono casual disfrazando una vigilancia constante.

Lo miro de reojo, forzando una sonrisa que no es genuina.

—Agatha me pidió que pasara, iba a ir con ella ahora mismo.

Dylan arquea una ceja. No me cree del todo, pero tampoco insiste.

—Ten cuidado, Marcus —me advierte, dándome una palmada en el hombro antes de seguir su camino.

Lo observo alejarse.

«Ten cuidado... de qué?»

No necesita decirlo: lo sabe. O al menos lo sospecha. Respiro hondo, apoyándome contra la pared, tratando de sacudirme la sensación que Madeline dejó clavada en mi pecho. Sus labios, sus ojos, el temblor en sus manos... todo sigue ahí, tatuado en mi memoria.

La oficina de Agatha está a solo unos pasos. Toco la puerta con cuidado y escucho su voz firme:

—Adelante.

Empujo la puerta y entro. El olor a papel viejo y tabaco me recibe, mezclado con la autoridad que siempre impregna este lugar. Agatha está detrás de su escritorio, revisando documentos, y por un segundo no levanta la vista.

—Llegas tarde. —Su tono es seco, sin margen para excusas.

—Me entretuvo Dylan en el pasillo —respondo, cerrando la puerta tras de mí.

Agatha levanta finalmente la mirada. Sus ojos son fríos y directos, capaces de atravesarte hasta lo más profundo.

—No me mientas, Marcus. No juegues conmigo.

Aprieto la mandíbula, sintiendo cómo mi pulso se acelera. Maldición.

—¿Qué quería? —pregunto, tratando de sonar neutral.

Ella se reclina, entrelazando los dedos sobre la mesa, calculadora y distante.




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