Agatha
Me levanto del sillón, abro la puerta para ver si Marcus ya está lejos la vuelvo a cerrar con seguro. Algo viejo pero resistente. Saco el teléfono de mi bolsillo cuando comienza a vibrar. Miro el contacto. Maldita sea.
Me acerco al estante de la esquina y jalo por el borde un libro que activa la estantería corrediza pegada a la pared. Entro, y al cerrarse sola, respiro más tranquila.
Contesto.
—¿Cómo van las cosas por allá? —pregunta la voz al otro lado.
—Señor, no es conveniente que me llame sin aviso. Tengo a Madeline respirándome en la nuca—le recuerdo.
—Siempre fue insistente —ríe con voz tranquila—. Dame el informe.
—Ella no ha dicho nada, solo conserva recuerdos cortos y... —informo.
—Continúa.
—Ha quedado con zumbidos, eso es todo por ahora, señor.
—Maldición, este proceso es demasiado largo. Así no encontraremos la cura.
Sin dejarme responder, cuelga. Maldita sea.
Jalo por la esquina un libro que activa la estantería corrediza. Salgo del laboratorio, miro el teléfono y reviso algunos mensajes de mi jefe.
—Pensé que los teléfonos no funcionaban.
Me sobresalto, escondo el aparato detrás de mi espalda y levanto la vista. Madeline está frente a mí, con los brazos cruzados.
—Tienes órdenes de no entrar aquí sin avisar. —le reclamo, guardando el teléfono en la parte trasera del pantalón mientras me arreglo la camisa.
—Eso lo tendré en cuenta —responde con calma, levantando las manos en un gesto de rendición. Luego señala mi cintura con una sonrisa apenas contenida—. Ahora, sobre lo que traías en las manos.
—No es nada —miento con frialdad—. Llevamos meses intentando que funcione, pero no hacen nada más que vibrar.
Le resto importancia y jalo el sillón para sentarme. Ella enarca una ceja y comienza a analizar el lugar con atención. Sus pasos son lentos, casi un recorrido de inspección, hasta que se detiene frente a la estantería.
—¿Necesitabas algo? —ladeo la cabeza, llamando su atención.
—Solo quería informarte, personalmente, que ya estoy lista para lo que me pidas —comenta con indiferencia.
—¿Ya tienes toda tu mente libre? ¿Recuerdas todo?
—¿Todo? ¿Qué debería recordar, según tú? —arquea la ceja con ironía.
—Me refiero a si recuerdas algo antes de que pasara la explosión —entrelazo las manos sobre el escritorio.
—Bueno, en ese caso no.
—Entonces no estás tan lista —señalo la puerta con firmeza—. Si recuerdas algo sobre ese accidente, vuelve.
Ella vuelve a enarcar una ceja, esta vez con duda. Se gira, abre la puerta y se marcha sin más.
Maldita sea.
Madeline.
Bajé las escaleras todavía con el nudo en el estómago. ¿Un teléfono? No jodas. Pensaba que todo eso estaba muerto desde la explosión, que no servían más que de recuerdos oxidados en cajones cerrados. ¿Y Agatha tenía uno? ¿Cómo carajos?
La idea se me clavó en la cabeza como una astilla. Si ella tenía uno, entonces debía haber más. Y si había más, alguno tenía que funcionar.
—¿A dónde vas? —un hombre frente a la zona de telecomunicaciones.
—Tengo autorización y orden de poder pasar aquí. —aclaro.
Sin mas remedio se hace a un lado entro y el lugar que apestaba a polvo y óxido. Cables colgando como enredaderas muertas, estanterías llenas de chatarra tecnológica, pantallas rotas que parecían mirarme con ojos vacíos. Toqué un par de teléfonos viejos, apenas cajas negras sin vida. Ninguno encendía. Golpeé la mesa con rabia, el eco devolvió mi frustración.
Nada. Solo silencio. Aun asi guardo uno en mis pantalones y lo cubro con mi camisa.
Me mordí la mejilla, respirando hondo. Había algo que no me cuadraba, algo que me estaban ocultando, y la maldita calma de Agatha no hacía más que confirmarlo.
—Mierda... —susurré entre dientes, apartando de un empujón un montón de cables inútiles.
Decidí dejarlo por el momento, pero esa búsqueda ya se me había tatuado en la cabeza. Iba a encontrar respuestas, aunque tuviera que arrancarlas con las uñas.
Cuando salí al pasillo, todavía con el polvo pegado a mis manos, me topé con Julia. Estaba apoyada en la puerta del gimnasio, como si llevara rato esperándome. Sus brazos cruzados y la media sonrisa en los labios eran la invitación perfecta al problema.
—¿Y ese humor? —preguntó, ladeando la cabeza.
Rodé los ojos.
—No estoy de humor.
—Mejor —en su tono de voz hay una incitación de problemas, apartándose para abrir la puerta del gimnasio—. Así pegas más fuerte.
No pude evitar soltar una risa seca. Y sin darme cuenta, ya estaba entrando con ella.
—Madeline —Marcus se acerca y acaricia mi brazo, mira a Julia— ¿Qué van a hacer?
—Un breve entrenamiento aquí la pequeña Julia, nada más. —sonrio y lo miro a los ojos.
Me arreglo las vendas.
El gimnasio olía a sudor seco y cuero gastado, un aroma familiar que me envolvía apenas crucé el umbral. El eco de mis pasos se mezclaba con el zumbido lejano de las lámparas, y ahí estaba Julia, ya preparada, ajustando las vendas en sus manos con esa calma irritante que siempre me sacaba de quicio.
—Hoy será suave —exclama sin mirarme, como si lo hubiera decretado de antemano.
Rodé los ojos y solté una risa incrédula.
—Eso es lo que siempre escucho de ti.
Me coloqué en guardia frente a ella, los pies firmes, el corazón marcando un ritmo que se aceleraba más de lo necesario. Julia levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los míos, tranquilos, seguros, como si ya supiera que iba a derrotarme antes siquiera de empezar. Ese gesto siempre me desafiaba más que cualquier golpe.
Empezamos con lo básico. Jab, directo, esquiva. Una coreografía ensayada, pero necesaria. Los guantes rozaban el aire, los pasos eran suaves sobre el tatami. Todo parecía controlado... demasiado controlado.
Entonces lo sentí. Esa chispa. El puño de Julia pasó rozando mi mejilla, tan cerca que sentí el aire quebrarse. Mi sangre ardió al instante.