Madeline
Los nervios me tienen los latidos del corazón en las sienes, pero eso no me quita la firmeza.
Más aún con el hombre de registro observando con esa mirada sospechosa; aun así, por alivio, me anota. Me extiende el portafolio y un bolígrafo.
—Se tiene que anotar cuando la misión es individual —explica al ver que enarco la ceja.
Asiento, firmo mientras él prepara el arma que me asignarán. Le entrego el portafolio y me da una pistola y la guardo en la bolsa de mi muslo; además, me entrega una AR-15 y dos cargadores.
¿Por qué solo dan dos cargadores?
Los guardo en los bolsillos laterales de mi mochila y asiento mientras abren las puertas. Me trueno el cuello; la luz del día me da la bienvenida al mundo, a lo que sea que enfrentaré de aquí en adelante.
Salgo, sintiendo cómo cierran las puertas detrás de mí. Miro a la derecha: fue el lado de las emboscadas, así que me desviaré. Ejerzo fuerza en las manos contra la AR-15.
Camino con cautela, todavía bajo la mirada de los que vigilan desde las torres del centro.
Me alejo del centro mirando las casas quque la naturaleza decidió tomar control. Provisiones o algo que necesite debe de haber en estas casa
Salgo de la última casa y me adentro en la calle desierta, avanzando entre autos volcados y escombros. Cada sombra parece moverse, cada ruido me hace girar la cabeza. La mochila la traigo ligera con solo la con la cinta, las balas y la linterna, pero no me detengo; tengo que llegar a un punto seguro para planear el siguiente paso.
Un chasquido seco me hace girar justo a tiempo: un destello de metal y un disparo rompe el aire, chocando contra la pared a centímetros de mí. Maldita sea.
—¡Intrusa! —grita una voz masculina desde un balcón medio derruido.
Que indicado justo cuando salga ya me reciben.
Me agacho de golpe, rodando detrás de un coche oxidado mientras otro disparo chispea el metal frente a mí. Aprieto el fusil y ajusto el silenciador; no puedo permitir que me den ventaja.
Dos hombres aparecen a mi derecha, cubriéndose detrás de un auto. Les disparo primero al hombro: uno cae maldiciendo, el otro se cubre. Me giro, y del otro lado, dos más avanzan entre los escombros. Los gruñidos de infectados comienzan a mezclarse con los disparos, y siento cómo la adrenalina se dispara en mis venas.
Corro de cobertura en cobertura, usando los restos de los coches y las paredes derruidas para avanzar. Uno de ellos apunta directo a mí: aprieto el gatillo, y la bala lo alcanza en la pierna. Grita y cae, mientras yo continúo mi avance, rodando para esquivar otro disparo que me roza el brazo.
Un infectado se acerca desde un callejón lateral, arrastrando los pies y gimiendo, giro sobre mis talones y le disparo, pero solo logro retrasarlo; tengo que mantener mi foco en los humanos primero.
Me paro detrás de un muro caído y suspiro un instante, contando: tres humanos heridos, uno cayó de rodillas, y un infectado todavía persigue desde el lado opuesto. Mi corazón late a mil, pero mi mente está clara: cada bala cuenta, cada movimiento importa.
—Mierda... —murmuro—, esto va a ser más complicado de lo que pensé.
Aprieto el fusil y me preparo para moverme al siguiente punto de cobertura. Cada paso, cada disparo, cada gruñido me recuerda que no puedo confiar en nadie, y que esta noche solo hay una regla: sobrevivir.
Me cubro detrás de un carro viejo y me quito la mochila de la espalda mientras los disparos no cesan a mi alrededor. Saco el silenciador y lo enrosco en la punta; me cubro por completo cuando una bala roza mi hombro.
—Mierda. —Me engancho la mochila al incorporarme y asomo la cabeza lo justo para contar: cuatro personas dos a la derecha, dos a la izquierda.
—¡Rodeenla! No la dejen escapar. —La orden corta el aire. ¿Qué diablos quieren de mí?
Vuelvo a agacharme cuando impactan las balas contra el cristal; el ruido es demasiado. Avanzo agazapada, el fusil firme entre mis manos. Los disparos siguen, y se mezclan con gruñidos: infectados corren hacia ellos, doblados, con una rapidez que no esperaba.
Siento pasos detrás, giro y aprieto el gatillo. Uno de los hombres que me seguía recibe elmdisparo en el hombro y la clavícula. No puedo perder tiempo: echo un vistazo rápido para asegurar que nadie más me sigue y vuelvo la mirada hacia la manilla, la giro y está bloqueada. Maldita sea.
Doy la vuelta a la casa buscando otra entrada. Veo una ventana abierta, no está muy alta; asi que sera facil llegar. Me sujeto del borde y subo con cuidado, el fusil pegado al pecho. La casa es de un piso, fácil de registrar. Camino hacia la cocina mientras los combates continúan fuera. Abro cajones, agarro un cuchillo y lo deslizo dentro del bolsillo de la bota. Solo encuentro latas,comida para perros y gatos; doy una patada a una que choca con otra y suena en la casa silenciosa.
Un gruñido me pone en guardia. Levanto el fusil hacia la puerta de la habitación junto a la cocina. Del umbral emerge un infectado: se rasga la piel como si quisiera arrancarse las venas. ¿Será eso lo que provoca esos gruñidos?
Me quedo un instante inmóvil, estudiando al infectado que se desgarra la piel. No puedo luchar aquí; el ruido afuera atraería a más. Retrocedo sin hacer ruido, apoyando el fusil contra el cuerpo para no perder posición, y cierro la puerta con la punta del pie hasta que quede apenas entornada.
Salgo por la ventana de la cocina y me deslizo por el costado de la casa hacia las siguientes fachadas. Las calles están llenas de vidrios rotos y coches volcados; esta zona huele a metal y a humo. Me muevo de sombra en sombra, revisando las casas una por una con la calma de quien ya aprendió a no confiar en el silencio.
La primera entrada está tapiada; paso de largo. En la segunda, la puerta está entreabierta. Entro con cautela: un salón volcado, fotos caídas en el suelo, el eco de mis pisadas reverbera. Reviso cajones, abro armarios; nada útil más allá de latas de comida y una radio muerta.