Efecto Cura

Capítulo 13♤

La noche jugaba a mi favor, envolviéndolo todo en la sombra. Me arrastré entre los arbustos y apunté: un disparo certero en la sien y el infectado se desplomó junto a la puerta. Me quedé inmóvil, conteniendo el aliento, atento a cualquier sonido que delatara a otros. No hubo más que un susurro del viento; por suerte fue suficiente. Pero los pasos de un infectado hace que se acerque otro mas a al puerta.

Maldita sea.

Aprieto el cargador contra mi costado y observo la trayectoria, el contenedor de basura a la derecha del estacionamiento está hundido medio metro en la maleza. Si rebota contra la chapa hará el sonido perfecto. Cojo una lata aplastada de mi bolso y la envuelvo en un trozo de tela para amortiguar el golpe si hace falta. Respiro hondo.

Me aparto veinte pasos más a la derecha, buscando una línea limpia entre mi mano y el contenedor, calculando el viento. Con un pequeño impulso lanzo la lata; describo una curva baja que golpea la chapa con un chirrido metálico seco. No es un estruendo, pero es suficiente.

El infectado de nivel 2 se tensa. Su cabeza gira como una estatua rota. Para mi alivio, su atención se dirige hacia el contenedor; se aleja con paso inseguro arrastrando los pies, olfateando. Tengo tres segundos y no me lo pienso: deslizo el fusil al hombro y corro pegada a la pared hasta la puerta lateral mientras mis dedos buscan el pomo entre la oxidación y la puerta cede con un gemido ahogado que siento hasta en los dientes.

Entro agachada, la penumbra me consume, ya adentro, el supermercado respira polvo y luz lunar filtrada. Pasillos de estantes como esqueletos antes que nada cierro la puerta detrás de mí con una mano temblorosa y apoyo la espalda; el latido en las sienes me dice que hoy no puedo fallar. Solo ahora noto el olor: no es solo polvo, algo más, comida podrida, pero también un dulzor que podría ser útil.

Miro hacia el pasillo central y decido avanzar en diagonal, buscando un lugar alto para vigilar y un posible botín rápido: agua, comida enlatada, una radio vieja.

La distracción funcionó pero en cada sombra una posibilidad se alza: una nueva amenaza o la libertad.

Bien, comida, agua y lo necesario. Mantengo el fusil y los sentidos en alerta, me adentro en el pasillo central con el fusil pegado al pecho, la mirada baja pero lista. La luz de la luna entra a través de los ventanales rotos y pinta franjas pálidas en el suelo; cada paso hace crujir una capa de plástico viejo o latas caídas. Paso junto a góndolas desordenadas: cereales aplastados, paquetes abiertos, una torre de latas que todavía brillan con etiquetas mojadas.

Agarro cuatro latas al tacto, una de atún, otra de frijoles, una sopa y una de leche en polvo, y las coloco en mi mochila. Busco botellas; encuentro tres de agua selladas.

Que suerte la mia.

Siento el frío del aire en la nuca, como si alguien pasara detrás de mí, pero no hay nada solo sombras proyectadas por estantes vacíos. Respiro despacio para no delatarme. Reviso un estante alto: una caja con barritas energéticas. Un pequeño botín, lo suficiente para aguantar una noche más. Mientras lleno los compartimentos, mis dedos rozan algo más: una radio de mano con la antena doblada.

La enciendo con cautela; chisporrotea, una estación interfiere, y por un segundo la voz de alguien estática, imprecisa, murmura coordenadas o tal vez una canción. Corto el sonido cuando escucho unos gruñidos cerca, guardo la radio en la mochila y me la engancho.

Al girar hacia la salida del pasillo, un ruido seco: algo se desliza por el suelo, una sombra golpea un paquete de pan. Mi cuerpo se tensa como un arco es un gruñido pero este es mas agudo, asomo poco la cabeza y veo que intenta moverse sin hacer ruido pero no lo consigue. Apunto hacia la fuente.

Veo movimiento entre dos estantes: una figura encorvada, un infectado nivel 2. Se puede ver como si su cuerpo se descompone poco a poco y las venas se le ven mas alteras que los del nivel 1.

Su cabeza gira con lentitud, ojos vidriosos atrapando la poca luz. No ha escuchado la lata en el contenedor, o tal vez le atraen cosas distintas.

Suelto el fusil a la espalda, deslizo la mano hasta el cuchillo en la bota y me agacho. El supermercado respira polvo y luz rota; mis pasos son apenas sombra. Me acerco por detrás, firme y silenciosa. Lo sujeto del cuello, su cuerpo se tensa y sus manos forcejean buscando apoyo. No dudo en clavar el cuchillo en la nuca con un movimiento seco y definitivo. Se desploma sin ruido, como si la noche lo absorbiera.

Lo dejo en el suelo y me incorporo despacio cuando una lata golpea otra. Giro despacio y observo a un infectado encorvado que me mira con la cabeza ladeada, sus ojos vacíos fijos en mí. Maldita sea.

Se viene corriendo hacia mi y no lo pienso dos veces, corro sin más, el carrito que golpeo al pasar choca contra una torre de latas y el estruendo se convierte en alarma: metal contra metal que atrae a más; ya sienten la perturbación. El segundo infectado se lanza a mi persecución, arrastrando los pies, y detrás de él, sombras que emergen de los pasillos.

Me deslizo entre góndolas, girando en ángulos cortos para romper su línea de visión. Busco algo que distraiga: una caja, una linterna caída, cualquier cosa que pueda lanzar. Subo las escaleras al altillo con un impulso calculado, tomo carrera y salto al pasillo del otro lado; la caída me tumba un instante, pero al incorporarme veo cómo algunos se quedan en la escalera, enredados por el ruido y la confusión.

Sigo corriendo con todas mis fuerzas en busca de la salida por la que entré, respiración cortada pero controlada, mochila golpeando mi espalda como un metrónomo urgente. Logrando salir la noche espera, fría y peligrosa, pero cada paso me acerca a ella. No sé si alguien me sigue; no sé si la calle está segura. Solo sé que debo llegar al refugio con esto que traje. Me oculto detrás de arbustos hasta salir a la calle, el viento frío de la noche me abraza, debo avanzar para encontrar algo de calor o un momento de respiro.




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