—Deja la radio, las pilas y tu arma en la mesa. —su voz tiembla, buscando control.
Obedezco. La radio raspa sobre la madera, las pilas tintinean, la culata roza la superficie. Me doy la vuelta despacio con las manos en alto frente a él logro ver la mordida en su muñeca y la herida en el cuello.
No me jodas.
—Te dije que dejaras el arma —ordena mientras se truena el cuello; un sonido brusco.
—Podemos arreglar esto —ofrezco—. Tú me dejas ir y te dejo las pilas.
Se frota la herida con la mano temblorosa, aprovecho ese momento,me agacho y le doy una patada en la rodilla; cae con un golpe sordo. Un disparo corta el aire. Me levanto, saco el cuchillo de la bota en un movimiento rápido.
Lo sujeto del cabello y hundó la hoja en la clavícula. Deja de forcejear. Respiro con la boca seca, impio el cuchillo en su ropa y lo guardo en la bota.
Me acerco a la ventana: por la calle las sombras se mueven, atraídas por el disparo. Más infectados vienen hacia la torre.
—Esto es una maldita broma.
Guardo las pilas en la mochila, me agacho frente al hombre muerto y le quito la pistola es una Beretta M9, le saco el cargador y observo cuantas balas trae: cinco balas. Le quito la funda de pierna del muslo y me la coloco en el muslo izquierdo; dejo la pistola allí, lista. Ajusto la mochila y compruebo el fusil en la espalda.
Hora de salir.
Bajo las escaleras con el fusil en la espalda y entro al túnel; no se ve la noche. La oscuridad me envuelve. Tengo el fusil en posición y cada peldaño suena bajo mis botas, el eco multiplica los pasos. Controlo la respiración para no delatarme y avanzo pegada a la pared por el corredor estrecho, la linterna apenas iluminando delante. Aquí solo hay sombra y humedad; cada paso sirve para ganar distancia y encontrar la salida.
A salir de aqui.
Me agarro de las ramas, una, otra, los dedos se me llenan de tierra húmeda y astillas, pero no suelto. Tiro con fuerza, el fusil me pesa en la espalda, las piernas me arden. Respiro entrecortado hasta que logro sacar medio cuerpo, y con un último esfuerzo me arrastro fuera del hoyo. Me quedo unos segundos quieta, boca abajo, el corazón golpeándome en las costillas.
Levanto la cabeza. La calle está silenciosa, demasiado. Ajusto la mochila, me limpio el barro del rostro con la manga y observo la zona. Nada se mueve, pero sé que no puedo confiar en eso.
Vuelvo sobre mis pasos, hacia la tienda de armas. Camino despacio, pegada a las paredes, evitando pisar cristales y charcos. Cada ruido, por mínimo que sea, me hace detenerme y apuntar. La linterna apenas ilumina, la apago para no llamar la atención.
Al llegar, la puerta está tal como la dejamos: entreabierta. Me acerco en silencio, el fusil al frente, la respiración contenida. Asomo primero la cabeza, luego entro despacio. El polvo flota en los rayos que se cuelan por las grietas, la vitrina rota sigue ahí. Todo parece igual... demasiado igual.
Cierro la puerta con cuidado y apoyo la espalda contra ella. Escucho. Nada. Ni un movimiento. Respiro hondo, bajo el fusil unos centímetros, y me obligo a pensar. Amelia debería estar aquí.
Salgo de la tienda con cuidado, el fusil al hombro y la linterna pegada al pecho. Camino pegada a las paredes, midiendo cada paso, respirando con calma. La calle está silenciosa; por ahora, nada se mueve.
Recuerdo la ubicación que Amelia me dio: un centro a unas calles de aquí. Ajusto la mochila y avanzo hacia allí, marcando la ruta en mi mente. Pero algo llama mi atención: al doblar una esquina, la luz de un cartel semidestruido revela la silueta de un hospital. Las ventanas rotas, la entrada parcialmente bloqueada, y un olor metálico que llega desde el interior me detienen un instante.
Miro el edificio con cautela. Podría ser un lugar seguro para abastecerse, pero también un riesgo: siempre hay infectados donde hay gente atrapada. Mi instinto me dice evaluar rápido y decidir si vale la pena acercarme o seguir hacia la ubicación que Amelia me indicó.
Mantengo el fusil firme y avanzo un par de pasos, observando cada detalle: puertas entreabiertas, restos de material médico, y la posibilidad de que alguien o algo se mueva adentro. La decisión tiene que ser rápida: hospital o centro.
Reviso rápido la vitrina: cajas de 5.56 para el AR-15, algún cargador extra, las cinco rondas de la Beretta y un cargador para la HK USP. Entro los cargadores justos donde los necesito, uno para el fusil, la Beretta en la cintura y la USP lista en la otra funda, guardo unas municiones sueltas en una bolsa y cierro la mochila.
Decido arriesgarme y acercarme al hospital. Cada paso sobre los escombros cruje bajo mis botas, haciendo que el corazón me lata en la garganta. La fachada está semidestruida; vidrios rotos, puertas torcidas y un aire pesado que huele a hierro y a polvo viejo. Mantengo el fusil firme, los sentidos alertas. Este lugar podría estar vacío... o lleno de infectados esperando.
Me acerco a la entrada principal. Una de las puertas cuelga de una bisagra rota. La empujo con cuidado y el chirrido suena como un grito en la noche. Entro y el aire frío me golpea; es denso, cargado de un olor extraño, mezcla de medicina rancia y algo más... algo a sangre seca. Mis ojos se acostumbran a la penumbra ,las vitrinas rotas, camillas volcadas y sillas dispersas por el piso. Todo está en silencio, salvo el crujir ocasional de algún escombro al otro lado del pasillo.
Avanzo con pasos medidos, observando cada sombra. Una gasa tirada, un frasco quebrado... señales de que alguien estuvo aquí hace poco. Reviso la recepción: papeles esparcidos, un tablero con horarios y nombres que ya no importan. Entro al área de consultorios, esquivo camillas, mesas metálicas y cajas vacías. Cada sonido que hago se amplifica, y siento el pulso en las sienes.
En el cuarto de farmacia, me detengo. Estantes metálicos medio vacíos, frascos y cajas que aún conservan su contenido. Algunos medicamentos caídos al suelo se mezclan con polvo y restos de cristales rotos. Reviso con rapidez: antibióticos, analgésicos, sueros, vendas. Tomo lo que tiene sentido: un par de cajas de antibióticos, algunas jeringas, analgésicos en tabletas y un par de frascos de suero que aún no están caducados.