Efecto Cura

Capítulo 15♤

Marcus.

—Eso, levanta más los brazos cuando te vayas a cubrir —pego los míos y los coloco frente a mi cara—. Algo así.

Las chicas asienten y lo intentan, concentradas. Yo dejo caer las manos a la cintura, observando cada movimiento con atención.

—Marcus. —Dulce viene hacia mí apresurada, el aire se le escapa mientras apoya las manos en su cintura para recuperar la respiración.

—¿Qué pasó? —le pregunto, manteniendo la voz firme aunque me incomoda verla así.

Se endereza, los ojos encendidos de enojo.

—Madeline ... ¿dónde está?

Frunzo el ceño, fingiendo calma.

—No lo sé, debe estar en algún área del centro —vuelvo a preguntar preocupado— ¿Qué pasó?

—Se escapó —responde rápido, la voz entrecortada—, no está en ninguna de las áreas, ni en su habitación... Agatha ya lo sabe y está que nos mata.

Hace una pausa, traga saliva, muerdo el interior de mi mejilla. Una punzada de preocupación me atraviesa, pero no la dejo ver. Solo asiento despacio, cruzando los brazos mientras pienso en silencio. Madeline moviéndose sola es un problema... y grande.

El pasillo que lleva a la oficina de Agatha parece más largo de lo normal. Dulce camina a mi lado, inquieta, y yo mantengo el paso firme aunque por dentro me arde la cabeza pensando cómo explicar esto. Al llegar, uno de los guardias abre la puerta y nos deja pasar.

Agatha está de pie, de espaldas, mirando por la ventana. Apenas giramos el pomo, su voz retumba en la sala.

—¿Cómo la dejaron sola? —Se da la vuelta de golpe, los ojos brillando con furia—. ¡¿Cómo pudo escaparse?!

Dulce traga en seco y baja la mirada. Yo mantengo la postura, los brazos cruzados, aunque la rabia en ella es palpable.

—Los tenía a los dos vigilándola —su voz sube un tono más—. ¿Y aún así lograron perderla?

El silencio se hace pesado. Dulce aprieta los labios como si quisiera hablar, pero no encuentra palabras. Yo respiro hondo antes de responder, midiendo cada palabra.

—No fue falta de atención —indico con calma, pero firme—. Madeline sabe moverse, y si decidió escapar, ya lo había planeado desde antes.

Agatha se acerca un paso, tan cerca que puedo sentir el peso de su mirada clavada en mí.

—No me des excusas, Marcus. La quería aquí, controlada. Ahora está afuera y no sabemos qué puede pasar.

Su tono es como un golpe, y aunque no lo muestro, siento la presión en el pecho. Agatha nos sostiene la mirada unos segundos más, hasta que finalmente da la orden con voz cortante:

—Quiero a Madeline de vuelta, y la quiero ahora. No me importa cómo lo hagan, ni qué tengan que cruzar. Salgan a buscarla.

Dulce asiente de inmediato, tensa, y da un paso atrás. Yo solo inclino la cabeza, guardando silencio, aunque la rabia contenida de Agatha sigue pesando en la sala.

—Prepárense —añade ella, girándose de nuevo hacia la ventana—. No vuelvan a fallar.

Salimos y el aire en el pasillo se siente más frío que antes. Dulce va directo a recoger su equipo, apresurada. Yo también me muevo hacia mi zona de armas, pero mi mente ya está lejos. Mientras ajusto el chaleco y reviso el fusil, no puedo dejar de pensar dónde se metería Madeline.

La conozco lo suficiente como para saber que no salió al azar. Si se escapó, es porque tenía un destino y no es cualquiera. Cierro los ojos un momento, repasando en mi cabeza los lugares de la ciudad, los puntos que ella miraba con curiosidad cuando hablábamos, esos silencios que parecían guardar secretos.

Aprieto el cargador en su sitio y murmuro para mí mismo.

—¿Dónde diablos estás Madeline ?

El fusil cuelga de mi hombro, pesado y listo. Tengo un presentimiento de por dónde empezar.

Después de anotarnos, abren las puertas y tomamos el camino a la derecha. Debe estar en la tienda de música, aunque conozco las zonas: si se mueve con cautela, quizá esté en la tienda de armas. Avanzo con cuidado, cada paso medido.

—¿Dónde crees que esté ella? —pregunta Dulce, caminando a mi lado.

—No lo sé —respondo en voz baja—. Pero si fuera ella, buscaría cobertura... la tienda de armas tiene eso.

La claridad de la luna nos recibe con un viento frío y abrazador, debemos buscarla por diferentes áreas y deberíamos comenzar por la zona A.

El camino es fijo por el área de música o deporte tal vez decidió quedarse allá. Caminamos con tanta calma que el sonido de un río cerca es lo que produce más frío, hasta que un disparo cercano retumba en el silencio. Nos tiramos atrás y nos cubrimos tras unas columnas viejas; el eco choca contra los muros y la adrenalina se cuela hasta los dedos.

—¡Intrusos! —grita una mujer desde algún punto dentro.

—Rodeamos y atacamos por la retaguardia —le digo a Dulce, señalando con la barbilla una puerta lateral medio oculta.

Ella asiente. Nos movemos agachadas, pegadas a las sombras, los disparos siguen cortando el aire. El corazón me golpea en la garganta, pero no dudo. Llegamos a la parte de atrás, la puerta cede con un empujón cuidadoso y me adelanto por un pasillo angosto.

Ve a uno de espaldas, girando entre estantes. No pierdo la oportunidad: apunto, respiro corto y aprieto el gatillo. El tiro es seco; el hombre cae sin un ruido largo. El lugar retoma un silencio tenso, solo roto por la respiración de los dos y el lecho distante del caos en la calle.

—Vamos —susurro—. Rápido y sin ruido.

Seguimos adelante, ojos abiertos, listos para lo que venga.

El eco de los disparos todavía retumba en mis oídos. El pasillo entero huele a pólvora y óxido. Avanzamos por la zona A, pero no puedo quitarme de la cabeza su rostro... ¿Dónde diablos estás?

Me asomo por la esquina: más rebeldes. Los reconozco por sus trapos sucios y esas armas improvisadas que sostienen como si fueran trofeos. Están relajados, como si este fuera su territorio. Error.

Levanto el puño para que los míos se queden quietos. El sudor me corre por la frente, no por miedo, sino por rabia contenida. Aprieto el fusil contra el hombro. Un disparo seco rompe el silencio, y todo se desata.




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