Efecto Cura

Capítulo 18♤

Camino entre los arbustos pegada a la sombra, tratando de no hacer ruido. Unas luces parpadeantes llaman mi atención: LABORATORIO. Trampa o no, voy. Levanto el fusil en posición y avanzo pegada a las paredes. Empujo la puerta con la punta de la bota; hace un chillido leve.

—Mierda.

Leves gruñidos vienen de adentro. Dejo el fusil en la espalda y saco el cuchillo de la bota. Entro agachada: solo son tres, nivel 1. Dos junto a unos estantes y uno más cerca de la salida de emergencia; están atareados con algo que no terminó de salirles bien.

Me acerco sin hacer ruido. Al del umbral lo sujeto del cabello cuando intenta forcejear; le clavo el cuchillo en la garganta. Lo dejo caer al suelo, limpio la hoja en su bata y sigo hacia los dos que quedan, demasiado cerca entre sí para que sea seguro.

Tomo un envase de cristal y lo lanzo hacia la puerta principal. El impacto suena en la sala y los hace voltearse; sus pasos torpes golpean los estantes y más envases caen en cascada. Perfecto.

Me agacho detrás de una mesa y saco la pistola de la funda táctica en el muslo, con cuidado enrosco el silenciador del fusil a la punta de la pistola y me preparo. Alzo el arma, apunto a la cabeza del primero y aprieto el gatillo, su cuerpo cae sobre un estante haciendo un estrépito de vidrio roto. Vuelvo a apuntar al segundo; un disparo certero y también se desploma sobre el otro. Estúpidos ruidosos .

Guardo la pistola y me acerco a la puerta principal. Compruebo que los ruidos no hayan llamado la atención fuera, cierro la puerta y coloco una silla para trancarla por dentro. Bien, a explorar.

Abro cajones: pastillas, vendas, jeringas, insulina; químicos en frascos verdes. Cojo vendas y algunas pastillas. Mientras sigo revisando doy con un archivador y los sobres blancos etiquetados; la mayoría con nombres, otros en blanco. Un nombre me hace detener la respiración.

—¿Dr. Draven?

Saco el sobre y lo abro. Dos hojas; el encabezado menciona.

INFORMACIÓN PRIVADA.

Nombre: Dr. Draven.
Edad: 39.
Familia: Desconocido.
Encuentro: cerca del hospital.
Puesto: Doctor del centro de investigación OMEGA-3 V.

No puede ser coincidencia. Reviso la segunda hoja: una orden del centro.

¿Sujetos? ¿Experimentos? ¿Qué demonio es OMEGA-3 V?

Arranco la parte inferior de la carta y la guardo en la mochila. Me acerco con cuidado a la puerta, quito la silla de la puerta con cuidado y guardo la pistola en la bolsa. Sostengo el seguro para abrir sin ruido y salgo del laboratorio. Recuerdo el camino hacia el centro que me dijo Amelia.

Miro la dirección donde vi a Marcus y Dulce. Podría ir hacia ellos... o ellos podrían encontrarme. Susurro para mí:

—Después los busco, o me encontrarán a mí.

Tomo rumbo hacia la dirección de Amelia, el fusil al frente, cada paso medido. La calle está más despejada, como si su presencia hubiera atraído a todos. Paso entre coches y maleza; las hierbas ya reclaman las aceras, arropan los autos abandonados. Por un instante, con el viento golpeando mi rostro, siento una calma breve y absurda: la naturaleza recuperando su terreno y me presta un respiro.

Respiro hondo y sigo, alerta, pero con la sensación de que por ahora puedo avanzar.
La noche pesa en el camino; la intensidad de Marcus me empuja, necesito estar cerca de él. ¿Por qué demonios? ¿Por qué debería sentir esto por él? Apenas recuerdo —¡carajo!— qué pasó aquí. ¿Por qué, de alguna manera, estoy involucrada?

Apoyo el fusil en el hombro y retrocedo para buscar otra entrada por esa calle, pero no hay nada. ¿Quién haría un muro que cualquiera puede cruzar? Subo el muro apoyando el pie y agarrándome del borde; logro subir y me quedo unos segundos mirando alrededor. Frente a mí hay una casa que parece una mansión: paredes que antes eran blancas y un balcón donde deberían haber flores. Dejando de lado como se veria la casa, caigo al suelo donde el césped llega hasta las escaleras.

Sigo mi camino con el fusil en mano, ojos y oídos abiertos.

Cruzo frente a la casa y algo se mueve dentro, apenas un roce en la penumbra, suficiente para ponerme en alerta. Levanto la mirada y alcanzo a leer un cartel viejo colgado en la entrada.

"Directora Jackson."

Frunzo el ceño. Eso no me convence, nada de esto lo hace. Decido ignorarlo y continúo, el haz de la linterna sobre mi hombro tiembla con cada paso.

Un ruido sordo entre los arbustos me obliga a girar. Las ramas se agitan alrededor de la cerca como si algo se arrastrara a mi paso. Aprieto el fusil contra el pecho y avanzo más rápido, intentando no pensar en lo que puede estar oculto entre esas sombras.

Pero la maldita casa parece un laberinto. No hay salida clara, solo pasillos de vegetación cerrada que me empujan de un lado a otro. Siento cómo el sudor frío me baja por la nuca.

De pronto, mis pasos se detienen en seco. Frente a mí, iluminada apenas por el parpadeo de mi linterna, se levanta la silueta de un edificio escolar.

—Hija de puta... —susurro, con un nudo en la garganta—. Esto debe ser una broma.

¿Quién carajos vive tan cerca de su escuela? La idea me hiela más que cualquier rugido.

La linterna chisporrotea, parpadea dos veces y casi se apaga.

—Genial... más problemas.

El silencio a mi alrededor se hace más pesado, como si los arbustos respiraran conmigo.

La linterna parpadea una vez más y muere, dejándome envuelta en una oscuridad espesa. Suelto una maldición y tanteo con la mano la mochila: necesito baterías, y las necesito ya. Avanzo a tientas hasta la entrada de la escuela, la puerta entreabierta crujiendo.

El aire huele a polvo viejo, a madera húmeda... y a algo más: un rastro agrio, metálico.

Con un chasquido seco logro encender el mechero que llevo en el bolsillo, la pequeña llama ilumina apenas unos centímetros alrededor. Me acerco a una mesa destrozada en lo que fue la recepción. Ahí, entre papeles amarillentos y crayones partidos, encuentro un cajón entreabierto.




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