Efecto Cura

Capítulo 22♤

El tiempo lo tengo desconocido pero no ha pasado más de diez minutos cuando estaba de vuela al comedor intentando mover la antena de la radio en busca de más pistas.

Intento de nuevo con la radio. La giro, ajusto la antena, preparo el bolígrafo para anotar.

—...Escuchen... alguien... —la voz sale entrecortada, está lejos.

Muevo el pote de la radio despacio hasta que la estática cede un poco.

—Los del área, cerca del centro de la ciudad... —la señal titubea—. Por la Avenida de la Catalina, cerca del centro de salud y del centro comercial... se está quedando el grupo... los del Faro dicen que conocen un lugar libre...

¿Los del Faro? Quiero seguir, pero la transmisión se corta de golpe. La intento reconfigurar; la radio hace un pitido agudo que me obliga a apagarla.

Bien. Zona D. Los del Faro. Avenida de la Catalina. Centro de salud. Centro comercial. Lo anoto rápido en la libreta, guardo las pistas que había sobre la mesa y las meto en la mochila.

¿Y por qué Verónica diría que no es habitable? La pregunta se queda pegada en la lengua.

Sostengo el fusil y reviso los cargadores: dos. Mierda.

Volver a la tienda de armas sería perder tiempo. Ir a la zona D es jugársela a ciegas. Respiro, miro el mapa en la hoja y cierro la libreta. Decida lo que decida, tengo que moverme ahora.

No puedo seguir con solo dos cargadores. El centro de armas todavía existe, o al menos eso recuerdo de mi último paso por allí. Es un riesgo, pero necesario. Cada bala cuenta, y sin munición, no tengo margen de maniobra.

Salgo de la casa con la mochila ajustada y el fusil listo. La ciudad está en silencio, como si contuviera la respiración, aun asi avanzo pegada a las paredes, esquivando calles abiertas y manteniéndome en sombra, los escombros crujen bajo mis botas, y cada ruido me recuerda que no puedo permitirme un descuido.

El centro de armas no está lejos camino rápido, midiendo cada paso, pasando por calles donde antes hubo tráfico y ahora solo quedan autos abandonados y vidrios rotos. Cada esquina puede ocultar un peligro, cada sombra, un observador.

Al llegar, reconozco el edificio por la estructura de metal oxidado y los carteles todavía colgando de la entrada, entro con cuidado, revisando los pasillos, el lugar está medio saqueado, pero quedan cajas con munición intacta. Cartuchos para el fusil, algunos granos de pólvora y un par de pistolas en buen estado. Todo lo que puedo cargar, lo meto en la mochila.

Un ruido me hace detenerme: una puerta cruje arriba, no hay nadie visible, pero mi instinto me dice que no estoy sola ajusto el fusil, moviéndome más rápido pero con sigilo termino de revisar las últimas cajas, tomo todo lo útil y me preparo para salir.

Antes de salir, observo cada esquina. La ciudad afuera sigue despierta de alguna manera: sombras que se mueven, algún ruido lejano. Salgo con cuidado, pegada a la pared, lista para cualquier enfrentamiento. Ahora con municiones suficientes, puedo enfrentarme a lo que venga y continuar investigando las coordenadas que la radio me dio.

El centro de armas queda atrás. La mochila pesa más, pero también llevo conmigo una sensación de ventaja. Cada paso me acerca más a la Zona D, a los indicios de OMEGA–3 V... y a lo que sea que me espera en la ciudad.

A hacer una pausa antes de seguir. La mochila pesaba más con la munición recién recogida, y necesitaba algo de comida. Una pequeña tienda a medio derrumbar no muy lejos del camino me llamó la atención. La estructura parecía abandonada, pero un tenue olor a pan y café quemado todavía flotaba en el aire.

Empujé la puerta con cuidado. El chirrido hizo eco en el local, y por un instante contuve la respiración, los estantes con latas, paquetes de harina y algunas botellas de agua estaban medio desordenados, pero al menos aún quedaba algo útil. Tomé un par de latas y una botella de agua, revisando cada rincón por si había algo más.

Mientras buscaba, un ruido seco detrás de los estantes me hizo detenerme. Instintivamente levanté el fusil y me moví hacia el origen del sonido, alerta, cada músculo tenso. Nada. Solo cajas que habían caído. Suspire aliviada y continué, recogiendo lo que podía cargar.

Con la mochila más pesada y las manos llenas de provisiones.

—Esta por aqui— la voz de un hombre me hace esconderme detrás del mostrador.

Mierda. Bien, hagamos esto rapido.

Un gruñido leve llega a mis oidos, vienen de la derecha, analizo la puerta a mi izquierda esta abierta aprovecho que el hombre se pone de espalda, salto el mostrador en silencio.

—Cuidado hay infectados a la izquierda, no hagamos ruido. —una mujer le advierte.

Pésimo comentario.

Sostengo la botella contra la palma, siento el vidrio frío; calculo fuerza y distancia en un parpadeo. La lanzo: el choque es seco, un cristalazo que muere en eco. El ruido hace su trabajo. Gruñidos se mezclan con pasos; al principio torpes, luego rápidos como un latigazo cuando corren hacia la fuente.

Entro al cuarto sostengo la puerta con fuerza y escucho cómo empiezan a disparar desde la distancia, ráfagas al aire que rompen la noche. Cada bocado de pólvora solo suma a la música y atrae a otros.

Imbéciles; se han convertido en su propia campana. No soy caza de nadie.

Aprovecho la confusión. Me pego al suelo, avanzo agachada entre maleza y sombras, respiración contenida; la linterna pegada al pecho, el fusil listo. Cruzo el patio lateral sin alzar la vista, cada paso medido para no entregar más que una sombra.

Cuando estoy fuera del alcance del tumulto, me detengo detrás de un muro bajo, miro atrás y los veo: figuras que apenas se distinguen entre la oscuridad, arrastrándose hacia el estallido. Respiro hondo y sigo, porque ahora la ventaja es mía.

Avanzaba por un callejón, con la mochila ajustada y el fusil firme en mis manos. Cada sombra podía ocultar algo peligroso. Al llegar a una esquina despejada, di un paso hacia la calle abierta... y de repente alguien me cubrió la boca y me arrastró hacia una casa. Forcejeé, intentando liberarme, mis manos golpeaban el aire y buscaban algo a lo que aferrarme.




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