Mis ojos no dejaban de escanear la calle mientras avanzábamos. Cada esquina, cada edificio derruido, podía ocultar un peligro: infectados, bandidos, trampas improvisadas. Mantengo la mano sobre el fusil, listo para cualquier movimiento, y Dulce moverse adelante, cubriendo nuestros flancos con precisión. Madeline va detrás de mí, mochila ajustada, respiración contenida, pero puedo notar la tensión en cada paso.
—Manténganse alerta —susurro, más para que nos concentremos que para advertir—. No sabemos qué nos espera.
Mientras hablamos, un grupo de infectados emerge de un callejón lateral, tambaleándose hacia nosotros. Mi primer instinto es cubrir a Madeline , colocándome entre ella y la amenaza. Levanto la mano, indicando a Dulce que cubra la derecha. Cada disparo cuenta, no podemos desperdiciar munición.
—No tenemos tiempo para cometer errores. —murmuro mientras ajusto la mira del fusil.
Madeline dispara con precisión, retrocediendo un paso calculado. Los cuerpos caen, pero más surgen de la sombra, la adrenalina me mantiene alerta, cada sentido concentrado en cuanto la ciudad está viva, pero peligrosa.
Un silbido seco me alerta de otra amenaza: bandidos en un edificio semidestruido, observándonos con armas listas. No se moverán hasta que vean que tenemos algo que vale la pena o que nos descuidemos.
—Prepárense —indico, ajustando la posición de mi fusil—. No sabemos cuántos son ni qué tan rápido atacarán.
Dulce se mueve a la izquierda, cubriendo la otra línea, mientras yo evalúo nuestro avance. Cada paso debe ser preciso. No podemos permitirnos quedar atrapados en un fuego cruzado. La respiración de Madeline es controlada, pero puedo sentir su alerta constante; no baja la guardia ni un instante.
—Mantente a mi lado —susurro a Madeline mientras avanzamos por un callejón más estrecho, con escombros por doquier. Ella asiente levemente, entendiendo que no es un gesto de desconfianza, sino de protección.
Los infectados nos persiguen, algunos demasiado cerca, levanto el fusil, disparando mientras me muevo lateralmente, cubriendo a Dulce y a Madeline, cada disparo es calculado, cada movimiento estratégico por lo que no podemos permitirnos improvisar.
—Por aquí —indica Dulce desde adelante, señalando un pasillo que nos llevará a un callejón lateral menos expuesto.
Asiento y doy un paso al frente, guiando al grupo. Mantengo la mirada en Madeline; sus movimientos son rápidos pero medidos, confiando en que puedo protegerla. Cada decisión que tomo ahora podría salvarnos la vida o condenarnos.
A medida que avanzamos, calculo rutas de escape, posibles escondites, puntos de cobertura. La ciudad es impredecible y los peligros vienen desde todos lados: infectados que pueden aparecer de cualquier esquina y bandidos que saben cómo moverse entre los escombros.
Un infectado se abalanza hacia Madeline desde un edificio colapsado, y sin pensarlo, doy un paso adelante y disparo. Madeline retrocede justo a tiempo, y Dulce cubre nuestra retaguardia. El sonido de los disparos se mezcla con gruñidos y golpes, pero cada uno de nosotros sabe exactamente qué hacer.
Cuando por fin llegamos a un callejón menos expuesto respiro profundo, evaluando la ruta que aún queda por recorrer hacia el centro, Madeline parece más relajada, pero no bajará la guardia. Y yo tampoco, estamos mas cerca a Agatha, y a lo que podría ser el siguiente peligro.
—Manténganse concentradas. Nada puede tomarnos por sorpresa—. mirando el camino por delante.
Mientras avanzamos, siento el peso de la responsabilidad: proteger a Madeline, mantener a Dulce alerta, y asegurar que lleguemos vivos. Las sombras, el ruido y cada movimiento está bajo mi control hasta que crucemos esa última calle y lleguemos al centro, no podemos bajar la guardia ni un segundo.
Y aunque la tensión es constante, hay un pensamiento que no puedo ignorar: Madeline confía en mí, aunque sea un poco, y eso podría ser la diferencia entre sobrevivir y desaparecer en la oscuridad de esta ciudad.
Nos detenemos en un callejón más seguro, alejados del último enfrentamiento con los bandidos. La respiración de todos es pesada, y el eco de los disparos todavía retumba en mis oídos. El polvo flotando en el aire y el olor a pólvora nos recuerdan lo cerca que estuvimos de perderlo todo.
Madeline apoya la espalda contra una pared, ajustando la mochila, mientras observa la calle desierta frente a nosotros. No dice nada, pero sus ojos delatan la tensión, la mezcla de alivio y alerta constante que la mantiene viva.
—Bien —bajo el fusil y revisando los cargadores—. Tenemos unos minutos antes de seguir, tómense un respiro.
Dulce se recuesta ligeramente, limpiándose el sudor de la frente y vigilando la calle que dejamos atrás. La miro y asiento, reconociendo que todos necesitamos un momento de calma, aunque sea breve.
Camino hacia Madeline y coloco una mano ligera en su hombro, un gesto silencioso de advertencia y cuidado. Sus hombros se tensan al principio, luego se relajan un poco.
—No ha terminado —le digo bajo, casi para mí mismo—. Solo tenemos un momento. Aprovechémoslo.
Me siento en un escombro cercano, vigilando cada esquina mientras observo cómo ella hace lo mismo, es extraño, pero hay cierta paz en este instante: respiramos, nos damos cuenta de que seguimos vivos y que, por ahora, podemos movernos con cierta ventaja.
Madeline me mira de reojo, y por un instante veo algo que no había percibido antes: una chispa de confianza. No total, pero suficiente para saber que, si seguimos adelante, podremos enfrentar lo que venga juntos.
—Listos para seguir —menciona Dulce finalmente.
El momento de paz dura apenas unos segundos más, antes de que los sonidos de la ciudad nos recuerden que aún no estamos fuera de peligro. Los infectados y los bandidos podrían reaparecer en cualquier momento, y debemos movernos antes de que nos sorprendan.
Me levanto primero, ajusto mi fusil y miro a Madeline y luego a Dulce. Ellas asienten, listas. Juntos, retomamos nuestro camino hacia el centro, cada paso más calculado que el anterior, con la certeza de que este breve respiro nos ha dado lo que necesitábamos para seguir luchando.