—Por aquí, saldremos por una casa cerca de la escuela que nos dejará a pocos metros del hospital —explica Madeline, mientras escala un muro con agilidad. Dulce la sigue de inmediato, y yo salto detrás, asegurándome de cubrir nuestra retaguardia.
El aire cambia apenas pisamos el otro lado cuando unos gruñidos agudos y repetitivos se mezclan con el viento, como un murmullo constante que recorre la zona.
—Abajo —murmuro, sujetando el fusil contra mi hombro, alerta— ¿Por qué demonios hay tantos reunidos aquí?
Madeline gira hacia mí, y en su rostro aparece una sonrisa culpable.
—Digamos que tuve un poco que ver... pero, si tenemos cuidado, no nos escucharán. Los niños no sentirán nuestra presencia.
Antes de que pueda responder, Dulce lanza su pregunta de forma directa, casi cortante.
—¿Ya recuperaste la memoria?
Madeline niega con la cabeza, sin dejar de avanzar agachada entre los matorrales. Yo aprieto los dientes. Cada palabra suya parece arrastrar un secreto que aún no termino de descifrar.
Nos detenemos en seco al escuchar voces. Caminamos en silencio hasta escondernos detrás de unos arbustos pegados a la pared de la casa.
—Debe estar por aquí. El jefe la quiere viva —dice uno de los hombres, con voz grave.
—¿No crees que ya se le corrió el cerebro a nuestro jefecito? —responde el otro con tono arrogante.
Retrocedo despacio, levantando una mano para que Dulce y Madeline hagan lo mismo. Pero los hombres se detienen justo frente a nosotros, mirando hacia la escuela.
—El doctor Draven ya está exigiendo demasiado de esa mocosa —gruñe el primero, tronándose el cuello.
Al girar para buscar a Madeline, noto que ella ya se ha separado de nosotros, agachada y avanzando sola hacia el costado de la casa.
—Mierda... —mascullo entre dientes.
Dulce maldice también, pero sin perder la calma nos hace una seña clara: seguirla. Salimos de los arbustos y nos pegamos a la pared trasera de la casa. Madeline se agacha, abre su mochila y saca una botella. Sus ojos calculan la distancia mientras se incorpora lentamente.
—Cubran la parte de atrás —ordena.
Dulce se coloca en posición de tiro claramente harta, apuntando hacia el callejón lateral. Yo me quedo a su lado, protegiendo el ángulo muerto. Madeline toma impulso y lanza la botella con fuerza hacia el muro que saltamos minutos atrás.
El vidrio estalla contra el concreto, y el eco resuena en la zona.
—¿Escuchaste eso? —pregunta uno de los hombres. Ambos se giran hacia el muro, caminando en esa dirección.
Segundos después, la respuesta llega como un rugido colectivo: una oleada de infectados, mezclados con figuras pequeñas y ágiles, los niños, irrumpen desde la oscuridad y caen sobre ellos como una marea rabiosa.
—¡Corre, maldición! —grita uno, tratando de escalar el muro mientras los infectados lo siguen. El otro no tiene tanta suerte: retrocede hacia la escuela, disparando sin control mientras la horda lo envuelve.
Madeline se agacha y levanta el fusil, apuntando al frente por si acaso. Su respiración está firme, como si hubiera planeado todo esto desde el inicio.
Cuando los gritos se disipan y solo quedan los chillidos lejanos de los infectados, me acerco a ella.
—¿Dónde aprendiste eso? —pregunto, aún con el corazón acelerado.
Ella sonríe, coqueta, sin responder directamente.
—Oigan, tortolitos... —interrumpe Dulce, rodando los ojos mientras señala una ventana abierta en la pared—. Ayúdenme a subir.
Asiento, volviendo a enfocarme. No era momento para distraernos. El hospital estaba cerca, pero cada paso parecía arrastrarnos más al centro de una telaraña tejida por secretos, infectados y hombres con órdenes demasiado claras.
Dulce se apoya en la pared, estirando los brazos hacia la ventana. Me acerco y entrelazo mis manos para hacerle pie.
—Vamos, sube —le indico.
Ella coloca su bota en mis manos y empujo con fuerza. Con un gruñido, logra alcanzar el marco de la ventana y se desliza adentro. Enseguida asoma la cabeza.
—Está despejado. Pueden subir.
—Tu turno. —Me giro hacia Madeline.
Ella asiente, aunque me lanza una mirada ladeada, divertida, como si lo hiciera a propósito para hacerme perder la concentración. Apoya el pie en mis manos y la impulso con cuidado. Madeline se desliza con agilidad, y por un segundo su silueta queda enmarcada por la luz mortecina que entra por la ventana antes de desaparecer dentro de la casa.
Respiro hondo y, asegurándome de que nadie nos sigue, salto yo también, apoyándome en el marco y cayendo suavemente al otro lado.
El interior está en penumbras. Es una casa vieja . El polvo cubre los muebles, y los retratos en las paredes parecen observarnos con ojos apagados. Dulce revisa cada rincón, apuntando con su linterna, mientras Madeline avanza en silencio hacia la sala.
El piso cruje bajo nuestros pasos. Instintivamente levanto el fusil, esperando que algo salga de las sombras, pero lo único que escucho es el retumbar lejano de los infectados al otro lado del muro.
—Estamos seguros por ahora —susurra Madeline , cerrando la ventana para bloquear la luz.
Dulce deja escapar un resoplido.
—Seguro... lo que dure.
Asiento. Tenía razón. Estas casas eran trampas tanto como refugios. Todo podía derrumbarse en cuestión de segundos si no nos manteníamos atentos.
Nos reagrupamos en el centro de la sala. Madeline se inclina sobre un mapa doblado en la mesa polvorienta, probablemente olvidado por antiguos residentes. Con la punta de su cuchillo, señala la salida que nos llevará directo al hospital hasta el centro.
—Si cruzamos esta calle desde el patio trasero, deberíamos estar a menos de dos cuadras.
Dulce niega con la cabeza, tensando la mandíbula.
—Demasiado abierto. Si los bandidos nos están buscando, seremos carne fácil.
—¿Y cuál es tu alternativa? —Madeline responde, levantando la mirada.