Efecto Cura

Capítulo 26♤

Madeline

Siento el metal frío del fusil entre mis manos, pero no es eso lo que me mantiene alerta; es cada paso que damos fuera del laboratorio, cada sombra que se mueve demasiado, cada ruido extraño en la ciudad silenciosa. Marcus va delante, con esa calma que siempre lo hace parecer invulnerable, y Dulce a su lado, vigilante, sus ojos recorriendo cada esquina. Yo cierro la mochila del expediente, asegurando que las armas y el prisionero estén bajo control.

El aire nocturno huele a polvo y a óxido. Cada grieta de la calle parece amplificar el eco de nuestras pisadas.

Mientras avanzamos, noto que Marcus y Dulce están concentrados en las calles, hablando en susurros y revisando cada paso del camino. Se ven seguros, confiados... demasiado confiados. Mi oportunidad aparece en ese momento: saco la libreta del expediente con movimientos discretos y la escondo entre la ropa, pegada a mi costado bajo la chaqueta. La sensación de tenerla a salvo me da un mínimo respiro, aunque mi corazón sigue acelerado.

El prisionero camina encapuchado, encorvado, con las manos atadas. Su respiración es pesada, húmeda, con un silbido irregular que se clava en mis nervios. A cada paso tropieza un poco, como si cargara más peso del que puede soportar. Un olor rancio, mezcla de sudor, encierro y sangre seca, lo rodea como una nube invisible que me obliga a apartar la vista. Sé que no podemos confiar en que permanezca callado mucho tiempo.

Mi mirada recorre cada tejado, cada ventana, cada rincón: cualquier sombra podría ser una amenaza.

—Mantente cerca —susurra Marcus sin mirar atrás, sus ojos escaneando el callejón por el que avanzamos.

Asiento, pegándome un poco más al muro mientras ajusto la libreta, asegurándome de que nadie pueda verla. Es nuestra ventaja silenciosa; la información que contiene puede ser la clave para entender OMEGA–3 V y todo lo que está pasando. Por ahora, nadie lo sabe, y eso me da cierto control, aunque temporal.

El silencio es tan denso que siento la necesidad de romperlo. Marcus lo nota primero; me observa de reojo, sus pasos siguen firmes.

—Respiras como si fueras a disparar en cualquier momento —murmura sin detenerse.

—¿Y no es eso lo que deberíamos hacer? —respondo más cortante de lo que quisiera, apretando el fusil contra el pecho.

Marcus esboza una media sonrisa que no llega a sus ojos.

—El miedo no es debilidad, Nena ... pero si lo dejas al mando, sí lo será. Confía en el camino.

No digo nada más. Confianza... justo lo que menos siento en este momento.

Un grupo de infectados se mueve a lo lejos, gruñidos mezclándose con los ecos de la noche. Marcus aprieta los labios, señalando que sigamos por la sombra de los edificios. Me mantengo cerca de él, cada músculo preparado. La libreta sigue segura, pegada a mi costado, mientras avanzo con movimientos calculados, usando los muros y los rincones como cobertura.

Dulce revisa el mapa mental del terreno como si lo conociera de memoria.

Se gira hacia Marcus y susurra.

—Al doblar la próxima esquina, ruta segura. Mejor seguir el protocolo de entrada.

—De acuerdo —responde él con voz baja, sin dudar—. Evitamos exponernos al objetivo.

Ellos hablan como si fueran parte de una misma maquinaria, confiando en reglas, en estrategias preestablecidas. Protocolo, siempre protocolo, pienso con rabia contenida. Pero el papel en mi costadovale más que todas sus reglas juntas.

De vez en cuando, susurro pequeñas indicaciones: "más lento", "mantente agachada", "espera". Marcus asiente, no hace preguntas. Dulce lanza un vistazo rápido y sigue adelante. Estoy sola con mi pensamiento y el peso del secreto que llevo. La información es peligrosa, pero necesaria. Si llegamos al centro con ella intacta, puede cambiar todo.

Avanzamos por un callejón estrecho, los muros de ladrillo antiguo rozando mis hombros. Cada paso es medido; el silencio de la ciudad rota nos envuelve como un manto pesado.

El prisionero resopla, tropezando contra una piedra. Dulce lo jala de la soga y él levanta apenas el rostro. La capucha cae un poco, y por un instante sus ojos se encuentran con los míos. No dura más de un segundo, pero basta para helarme. No hay miedo en su mirada, no del todo; hay algo más. Como si supiera que guardo algo. Como si supiera que el secreto late conmigo.

Acelero el paso, desviando la mirada.

Al salir del callejón, la luz de la luna revela la calle que tenemos delante: a nuestra izquierda, un centro de música en ruinas se alza, con ventanas rotas y carteles desgastados, un recuerdo de días más tranquilos que ahora parecen imposibles. Marcus y Dulce mantienen sus ojos en las sombras, pero yo no puedo evitar mirar la fachada derruida, preguntándome qué historias quedaron atrapadas entre sus paredes.

Solo a una cuadra de distancia puedo vislumbrar el objetivo que nos espera: el centro. Aunque todavía nos separa un tramo de calle abierta, la visión nos da un poco de esperanza, un punto de referencia seguro. Me siento un poco más ligera; tener la meta a la vista hace que el miedo se mezcle con un hilo de determinación.

Dulce da un susurro rápido, señalando la dirección que debemos tomar. Marcus asiente y nos adentramos en la calle, usando los restos de autos y escombros como cobertura. No hay señales de vida, ni de infectados ni de bandidos, al menos por ahora. La ciudad parece congelada en el tiempo, con su caos silencioso y calles que recuerdan lo frágil que es todo.

Mientras avanzamos, ajusto la libreta bajo la chaqueta una vez más, asegurándome de que nadie pueda verla ni sospechar de lo que llevo. Cada movimiento es discreto, cada mirada calculada; mantener la información a salvo es tan importante como llegar al centro.

Marcus murmura algo sobre el edificio que tenemos a la derecha, probablemente una ruta más rápida para evitar cualquier observador. Asiento en silencio, siguiendo su ritmo, con la vista fija en la cuadra que nos separa del centro. Por un momento, siento que podemos lograrlo sin incidentes, y que la información que llevo puede finalmente jugar a nuestro favor.




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