Madeline
Esto es una mierda.
Cierro la puerta con seguro y me quedo un segundo mirando la habitación en silencio, como si la calma forzada pudiera ordenar el caos en mi cabeza. No sirve.
Me acerco a la cama, saco la libreta de debajo de mi camisa y arrastro desde debajo de la cama las notas que Agatha me dio el primer día, pongo sobre la colcha, como si fuera un cadáver abierto en canal: mapas, croquis, zonas sombreadas, fechas dispersas.
Me siento en el borde de la cama. Paso una hoja tras otra, sin paciencia. Los nombres de los lugares me resultan familiares, pero ninguno encaja. Se supone que aquí está la pista, pero lo único que veo es un rompecabezas sin bordes.
Respiro hondo y me froto las sienes. Agatha... su maldita manía de dar información como si fueran acertijos. "Tienes lo que necesitas, solo debes mirar en la dirección correcta." Eso me dijo, sonriendo como si fuera una maldita profeta.
Me inclino sobre el mapa más grande, lleno de marcas rojas. Son puntos en diferentes zonas de la ciudad, todos aparentemente desconectados. A la derecha, en una hoja suelta, hay listas de nombres y fechas, como registros de alguien que se movía constantemente.
Agarro el bolígrafo de la mesa y empiezo a unir los puntos en el mapa, aunque no es nada mas que líneas torcidas, absurdas, sin sentido. Maldigo en voz baja y tiro el bolígrafo sobre la cama.
—Piensa, maldita sea... —susurro, apretando los puños.
Vuelvo a la libreta. Sus notas son más caóticas todavía: frases sueltas, palabras tachadas, flechas que se cruzan como si hubiera escrito con prisa. Pero entre todo ese desorden, hay una repetición que me llama la atención.
"Distrito 14 – 9 de noviembre."
"Distrito 09 – 13 de marzo."
"Distrito 25 – 6 de octubre."
Tres veces, en distintas páginas, y siempre acompañado de la misma palabra subrayada: "desvío."
Me quedo mirándolo. El resto de sectores aparecen solo una vez o con notas vagas, pero el nueve se repite, como una obsesión.
Me levanto y camino por la habitación con el papel en la mano. Recuerdo la primera vez que escuché sobre ese sector: un lugar al que nadie quería entrar, porque siempre había algo raro, como si la zona misma rechazara a los visitantes.
Desapariciones, rumores de que la brújula se volvía loca, que las radios dejaban de funcionar.
Trago saliva. Quizá ahí esté la clave. Quizá Agatha quería que yo me diera cuenta de ese patrón.
Regreso a la cama y empiezo a apilar las hojas, separando todo lo que menciona al Distrito 04. De repente, el caos se reduce. Quedan apenas cinco hojas con anotaciones específicas: desvíos, avistamientos, símbolos extraños. Una frase en particular me eriza la piel.
"La entrada no está en el mapa. Busca la grieta."
Apoyo la espalda en la pared y cierro los ojos un segundo. La grieta... ¿una cueva? ¿Un túnel? ¿O algo peor?
Me levanto de golpe y cierro las carpetas con un manotazo, ahora lo tengo claro, todo me lleva al mismo punto. Al lugar donde nadie quiere entrar. Al sector que parece tragarse a quienes lo pisan.
Agatha me dejó las piezas del rompecabezas, pero soy yo quien tendrá que armarlo. Y eso significa que la próxima vez que salga, mi camino será hacia el Distrito 04.
Sonrío con ironía, aunque la adrenalina me quema por dentro.
—Esto es una mierda.
Mis sentidos se encienden en cuanto escucho los golpes en la puerta.
—Madeline, soy Marcus.
Mierda.
Recojo todo a la carrera, meto los papeles bajo la cama y guardo la libreta dentro de mis pantalones, bajo la camisa. Trato de calmarme, de no dejar que la culpa se me note en la cara.
—¡Ya voy, un momento! —digo, forzando un tono neutro.
Respiro hondo y camino hacia la puerta con pasos controlados, quitando el seguro antes de abrir.
Marcus está allí, con esa maldita sonrisa ladeada que nunca abandona. Se balancea de hombros como si estuviera bailando al ritmo de una música que solo él escucha.
—¿Lista para tu primer día de trabajo? —pregunta con burla.
—No molestes. Sabes que no quiero trabajar. —Salgo cerrando la puerta tras de mí, sin darle oportunidad de mirar adentro.
Él, sin embargo, se mueve rápido. Apoya las manos sobre mi cabeza, inclinándose hacia mí. Su mirada baja a mis labios por un instante antes de subir lentamente a mis ojos.
—Vamos, prometo que haré que no sea aburrido para ti. —Su voz es baja, casi una propuesta.
Lo aparto y camino delante de él hacia el área de medicina, y el olor a desinfectante me golpea en la cara apenas cruzo la puerta. Frío, aséptico, todo demasiado ordenado para mi gusto. Estanterías con cajas cerradas, escritorios de metal con carpetas apiladas y pantallas encendidas que parecen repetir la misma condena: números, nombres, fechas.
Marcus camina a mi lado con esa maldita seguridad suya, como si yo fuera una prisionera y él, el guardián con llaves.
—Aquí está tu reino por hoy —exclama con emocion, levantando la mano como si me mostrara un escenario glorioso.
«Reino, mis ovarios» aunque lo que sale de mi boca es.
—Más bien parece un cementerio de papeles.
Él se ríe. Claro, le divierte verme incómoda.
Una mujer mayor aparece de la nada. En el cabello un moño que parece estar a punto de arrancarle la piel, gafas enormes redondos, expresión de perro viejo que ya ha visto demasiados jóvenes insolentes como yo.
—¿Esta es la nueva? —me examina como si fuera mercancía dañada.
—Madeline , sí. Inteligente, rápida, un poco terca... pero es útil —responde Marcus antes de que pueda abrir la boca.
"Útil." Qué fácil se le hace hablar como si yo fuera una herramienta.
La mujer me pone una carpeta en las manos. Pesa como una maldita piedra.
—Esto es lo que revisarás. Registros de entrada de medicinas, nombres de pacientes y las cargas que llegan del exterior. Nada complicado... si sabes leer, claro.