–Zona B.
Marcus.
Avanzamos pegados a las paredes, el aire cargado de polvo y silencio que se siente demasiado pesado. La planta de gas está a unos kilómetros, y si esos cazadores merodearon por el centro, aquí debe haber sido una masacre.
El roce leve de pasos a mi lado me asegura que Madeline sigue cerca. No necesito mirar para saberlo: su respiración controlada, el modo en que su pistola nunca apunta hacia abajo, son señales claras. Lo que sí noto es cómo Julia y Dulce no le quitan los ojos de encima desde que salimos. Una vigilancia constante, como si esperaran el mínimo error para saltarle encima.
—Buscaremos dónde acampar mientras trazamos una salida o entrada a la zona C —ordena Dulce con voz firme, cortando el silencio.
—Dulce, busquemos en el supermercado —propongo—. Debe haber algo de comida.
Ella asiente, y nos movemos en dirección al edificio gris y resquebrajado que alguna vez fue un supermercado. Las letras del letrero cuelgan torcidas, y la entrada está bloqueada por estantes volcados.
Entramos en silencio, en tensión, cada sombra puede esconder algo.
—Agua, comida en latas y baterías. Busquen rápido —Dulce reparte órdenes con su tono seco—. Julia, Marcus y Madeline , juntos. Los demás conmigo.
Obedezco con un gesto y avanzo hacia la derecha, con Julia siguiéndome de cerca y Madeline cerrando la formación. Es raro, pero al mismo tiempo inevitable: la siento como una presencia incómoda, un peso en la espalda aunque no esté mirándome directamente.
Me obligo a concentrarme en los pasillos oscuros, en los estantes saqueados, pero no puedo evitar fijarme en los detalles. Julia la observa de reojo cada tanto, con la mandíbula apretada. Y Madeline... simplemente no parece importarle, como si estuviera un paso más allá de todo esto, buscándonos la vuelta a todos sin que nos demos cuenta.
Yo camino en medio, cargando con esa tensión que vibra entre las dos, como si fuera un campo eléctrico invisible.
Avanzamos por el pasillo derecho del supermercado, linternas encendidas y armas listas. El aire aquí adentro es denso, apesta a humedad y metal oxidado. Los estantes están casi vacíos, aunque algunos paquetes abiertos todavía cuelgan de los bordes, mordisqueados por ratas o quién sabe qué más.
—Aquí no queda nada —murmura Julia, abriendo la puerta de un congelador que solo devuelve un chasquido metálico y el olor a podrido.
Madeline se agacha sin decir nada, saca una mochila rota de debajo de un mostrador y empieza a revisar. De adentro saca dos latas de frijoles abolladas, un encendedor sin gas y una linterna pequeña. Golpea la linterna contra la palma y esta parpadea débilmente.
—Sirve —confirma, guardándola en su muslo como si no hubiera nadie más alrededor.
La manera en que lo hace, con tanta naturalidad, hace que Julia apriete la mandíbula y desvíe la mirada. Puedo sentir el filo de la tensión entre las dos, y aunque Dulce no está aquí, es como si su sombra nos vigilara igual.
—Concéntrense —intervengo bajo, antes de que empiece algo que no podamos detener—. Revisemos el fondo.
Nos movemos en formación cerrada hacia la zona de cajas. El silencio se siente más espeso con cada paso. Cuando giramos la esquina hacia el pasillo de bebidas, lo veo: marcas recientes en el suelo. Botellas rotas, huellas de botas, y sobre todo... manchas oscuras secas, demasiado humanas para confundirse con otra cosa.
—Cazadores —susurro, agachándome a tocar las marcas. El polvo no se ha asentado del todo. Han pasado por aquí hace poco.
Julia aprieta el fusil contra el pecho. Madeline se queda de pie, observando, como si midiera cuánto tardaríamos en caer si ellos regresaran ahora mismo.
—Marcus —dice al fin, sin emoción en la voz—. Si esto era una emboscada, ya estaríamos muertos.
Me levanto despacio, mirándola. No sé si habla por lógica o porque ya lo pensó demasiado. Julia la fulmina con los ojos, pero yo me guardo el comentario. Dulce tendría algo que decir, pero no está aquí. Yo solo puedo mantenerlos unidos... aunque cada minuto se siente como caminar con una mecha encendida.
—Recojamos lo que podamos y larguémonos antes de que regresen. —miro a ambas—. No pienso arriesgar al grupo por un par de latas.
Julia asiente de inmediato. Madeline , en cambio, sonríe apenas, como si le divirtiera mi decisión, pero no replica. Se limita a seguir caminando delante de nosotros, ligera, con el arma floja en la mano, como si nada de esto pesara en ella.
Y yo, caminando detrás, no puedo dejar de pensar que tarde o temprano esa indiferencia va a explotar.
Nos movíamos hacia el área de medicina. El silencio del supermercado era extraño, demasiado contenido, como si los muros mismos contuvieran la respiración. Julia iba a mi derecha, Madeline un poco por delante, avanzando con esa calma insolente que parecía no perder nunca.
Entonces lo escuchamos.
—¡Corran! —la voz de Dulce retumbó como una explosión en medio de la calma.
Giramos al instante y la vimos irrumpir por el pasillo lateral, el rostro desencajado, el fusil en la mano mientras retrocedía a toda velocidad. Detrás de ella, la oscuridad se movía, se arrastraba, rugía. Una oleada de infectados surgía como un río desbordado, no de los comunes... eran nivel 2 y 3: más grandes, más rápidos, con ese movimiento quebrado que los hacía aún más impredecibles.
—¡Mierda! —fue lo único que pude decir mientras levantaba el fusil.
Los primeros estallaron contra los estantes, derribándolos como si fueran de papel. Vidrios, cajas, polvo y sangre vieja volaron por todas partes. Disparé ráfaga tras ráfaga, el retroceso golpeándome el hombro, pero apenas servía para abrir espacio.
—¡Atrás, al fondo! —grité.
Julia se pegó a mí disparando con precisión, derribando a dos que se lanzaban sobre Dulce. Madeline no duda un segundo: corrió hacia el frente, se deslizó por el suelo y abrió fuego desde abajo, los casquillos rebotando contra el piso. Dos de los infectados más grandes cayeron, pero otros cinco saltaron por encima de sus cuerpos, rugiendo.