Madeline.
Ganas de separarme de ellos no me faltan, pero ahora, de la nada, Julia está detrás de mí. No tengo la más mínima duda de que fue idea de Dulce. Contarle a Marcus lo que sé... no estoy segura de si sería lo correcto.
—Sigo pensando que allí no encontraremos nada —recuerda Marcus, con ese tono que mezcla cansancio y precaución.
—Entramos y salimos rápido —responde Dulce, repasando el lugar con la mirada antes de dar el primer paso hacia las escaleras de la escuela.
—Mantente alerta, por favor —Marcus me roza los brazos con una caricia rápida, más gesto de rutina que de afecto, y luego camina detrás de Dulce con el arma en posición.
Los dos que vienen con nosotros parecen fantasmas: callados, ausentes, sombras con armas. La punta del rifle de Julia me toca la espalda, impaciente.
—Puedo matarte si quiero, así que no me des más motivo —susurro detrás de mí.
Entro a la escuela mirando cada rincón. El aire aquí dentro se siente distinto, más denso, como si nadie hubiera respirado en años. El eco de nuestros pasos rebota contra las paredes llenas de polvo y grafitis viejos.
Los pupitres están volcados, algunos quemados, otros cubiertos de papeles húmedos que se pegan al suelo. Una hilera de casilleros oxidados deja escapar un olor agrio. Me acerco a uno, lo abro, y una pila de cuadernos se derrumba a mis pies. En la tapa de uno hay una huella de sangre seca.
—No toques nada —advierte Marcus desde el pasillo, sin siquiera mirarme.
—Tranquilo —respondo, aunque no sé si me lo digo a mí misma o a él.
Camino hacia el aula del fondo. La puerta está medio abierta. El viento hace que golpee lentamente, tac... tac... tac..., un sonido que parece un reloj marcando algo que no quiero saber.
Empujo la puerta con cuidado. Dentro hay una pizarra partida a la mitad, y en ella, entre restos de tiza, se distingue una frase apenas visible:
"Todavía están aquí."
Trago saliva. No sé si es una advertencia Detrás de mí, escucho a Julia acercarse. Su respiración está agitada.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Nada —respondo rápido, cerrando la puerta. Pero sé que miento. Nada... no.
Algo está observándonos, tanto silencio no es normal, y menos si esto es una escuela.
El susurro de unos pasos lentos me pone en alerta; vienen de las aulas, lo sé. Dulce y Marcus van al frente, los demás en medio, y Julia y yo cerramos la marcha.
Doy un paso para avanzar, pero me detengo de golpe cuando un niño se lanza sobre uno de los nuestros. Se aferra a su pierna y lo muerde con fuerza. El grito de dolor rompe el silencio, rebotando por los pasillos y en un impulso, me preparo para correr hacia Marcus, pero una oleada de seis... tal vez diez niños salen del aula y se abalanzan sobre el hombre que aún se retuerce, pidiendo ayuda.
La escena me deja helada. Son pequeños, pero sus movimientos son violentos, desesperados, como bestias.
Julia dispara sin dudar mientras corre hacia Marcus y Dulce. Esa perra.
Podría irme. Este era el momento que necesitaba, mi oportunidad para desaparecer.
Pero cometo el error de mirar hacia Marcus. Sus ojos, llenos de preocupación, me hacen una señal para que cruce.
Carajo.
Uno de los niños me mira. Su rostro está cubierto de polvo y sangre fresca; gruñe y echa a correr hacia mí. Reacciono tarde, pero corro. El corazón me golpea en el pecho mientras busco una salida., aprovecho un muro derrumbado en el pasillo y salto, haciendo que el niño tropiece.
Otro salto más, y estoy con los demás.
—¡A correr, maldición! —grita Dulce.
Y eso hacemos. Sin mirar atrás. Sin tiempo para pensar en lo que acabamos de ver.
Corremos. No hay tiempo para mirar atrás, solo el eco de nuestros pasos y los disparos de Julia que retumban como truenos en el pasillo.
El aire está cargado de polvo, el suelo cubierto de vidrios y papeles rotos. Marcus va adelante, abriendo camino con el arma lista, y Dulce lo sigue, gritando órdenes entre la confusión.
—¡Por aquí! —grita uno de los nuestros señalando una puerta lateral.
La abrimos de una patada. El pasillo detrás parece más limpio, más despejado. Un rayo de luz se filtra desde el final: una posible salida.
—¡Ahí está! —exclama Julia.
Por un instante, la esperanza se siente real. El aire fresco parece esperarnos al otro lado, corremos más rápido, el corazón en la garganta, los músculos ardiendo, pero cuando doblamos la esquina, todo se detiene. El hedor llega primero: algo podrido, húmedo, imposible de ignorar. Luego lo vemos.
Frente a la salida, una silueta enorme se mueve con torpeza. No es una persona. Son... tres.
Tres cuerpos de niños, unidos grotescamente por la carne, fusionados desde la espalda y el torso. Miden casi dos metros, y su piel parece desgarrada y tensa, como si algo los hubiese estirado más allá de lo posible. Sus bocas emiten un sonido húmedo, un gemido compartido, una mezcla de llanto y rugido.
El que queda de los nuestros solo abre la boca como si quisiera gritar.
Marcus apunta de inmediato, pero duda un segundo. Ese segundo basta para que la cosa se mueva.
El mutado se abalanza hacia nosotros con un rugido que hace temblar las paredes. Los tres rostros chillan al unísono, una sinfonía de horror que me paraliza.
Julia dispara, las balas perforan la carne, pero la criatura no cae; solo se sacude, levantando un brazo deforme que golpea la pared y la hace crujir. Dulce grita mi nombre, pero el ruido lo ahoga todo.
—¡Atrás! —ruge Marcus.
Retrocedo, tropezando con un pupitre. La criatura se lanza de nuevo, y el cuerpo de uno de los nuestros lo lanza volando contra el muro, dejando una mancha roja.
Siento el sabor metálico del miedo en la boca.
Esto ya no es una escuela, esto es una maldita tumba.
Marcus dispara primero. Tres balas directas al pecho del monstruo, pero apenas lo hacen tambalear. Los tres rostros chillan al mismo tiempo, un sonido tan agudo que me hace doler los oídos.