Efecto Cura

Capítulo 40♤

—¡No mires atrás! —rugió Marcus.

El sonido de sus pasos era como un martillo contra el suelo, cada golpe más cerca. Sentía su presencia detrás de mí, ese calor monstruoso, ese olor a carne y sangre mezclados.

Julia llegó primero y empujó la puerta trasera del restaurante con fuerza.

—¡Entren ya!

Uno a uno cruzamos. Marcus fue el último, cerrando de un golpe mientras el monstruo embestía la entrada, haciendo temblar las paredes.

—¿Está dentro? —preguntó Luna, temblando.

—Por ahora, no —dijo Marcus, recargando su arma con manos temblorosas—. Pero no va a quedarse afuera por mucho tiempo.

Afuera, el gruñido volvió. Más fuerte. Más cerca.

El monstruo nos había olfateado. Y sabíamos que el siguiente ataque sería brutal.

—Debemos salir de aquí lo más rápido posible. —Julia replica, la voz entrecortada, aferrada al arma como si fuera un ancla.

Luna está pálida, respirando con dificultad; cada inspiración suena como un vidrio quebrándose. Los golpes contra la puerta no cesan, rebotan en las paredes y me marcan el pulso. Busco con la mirada una salida que nos deje vivos. Algo. Rápido.

—Bien —propongo respirando agitada , sintiendo cómo se acelera la circulación de la sangre—. Entramos por ese cuarto y salimos por la ventana trasera. Nos llevará a una calle menos visible.

Julia me mira con el ceño fruncido, como si estuviera calculando riesgos, esa duda me enciende por dentro. No es momento de titubeos.

—¿Tienes una mejor idea, maldita sea? —exijo, más duro de lo que pretendía.

Un golpe seco hace vibrar uno de los cristales,un infectado lo empuja con furia; la madera cruje como si reclamara piedad. La rendija se abre, y sombras se deslizan adentro. El aire huele a metal y a humedad.

—¡Corran! —grita Marcus, cubriéndonos con el cañón levantado. No hay tiempo para protestas.

Nos movemos en tropel. Luna casi se cae; la tomo por la cintura y la arrastro, las piernas me queman de tanto correr. Julia empuja a Dulce por delante, y Marcus retrocede, disparando ráfagas hacia el umbral para ganar segundos. El ruido de las balas es un latido más en esta pesadilla.

Entramos al cuarto: una cocina pequeña con una ventana alta que da a un callejón oscuro. La reja está oxidada pero no parece sólida. Miro la ventana y ya veo la ruta: saltar, correr a la sombra, perdernos entre contenedores y puertas traseras.

—Ayúdenme con la reja —ordeno. Marcus me ayuda a tirar mientras Julia se queda con Luna. Dulce, todavía con dudas, arrastra una silla para apoyarnos.

Fuera, algo choca contra la puerta principal; la madera cruje y la voz de esa cosa emite un gruñido largo. La presión aumenta. Aceleramos. La reja cede con un chirrido que hace eco en todo el cuarto.

—¡Ya! —uno por uno, nos deslizamos por la abertura, hacia la noche que nos espera.

Sin pensarlo, deslicé la pistola en mi muslo; el silenciador encajó como una promesa de calma en medio del caos. Apunté a la sien del primero que se lanzó por la abertura y apreté el gatillo.

No había tiempo para mirar. Otro saltó tras él: uno, dos, tres... cada impacto era preciso, frío, necesario. Marcus y Julia cubrieron los flancos, disparando hacia las sombras que intentaban colarse, mientras yo seguía abatiendo a los que venían por la ventana. Nadie gritó; sólo respiraciones rápidas y el roce de la tela mientras nos movíamos.

Luna había retrocedido contra la pared, temblando. Afuera, la figura enorme se aproximaba a trompicones, guiada por los sonidos que hicimos; su gruñido se mezcló con el eco de los pasos.

—¡Ahora! —vociferó Julia. En el callejón húmedo. La noche nos tragó por un segundo. Corrimos en fila, con las luces del restaurante desvaneciéndose atrás, y supe que, aunque habíamos conseguido salir, la persecución apenas comenzaba.

Las calles eran una entrada directa al infierno. En cada rincón había infectados, gruñendo, arrastrándose, devorando todo lo que encontraban. Nos vimos obligados a meternos en otro edificio, sin pensarlo. Las respiraciones agitadas eran lo único que se oía entre nosotros; ni los pasos, ni los disparos. Solo el eco del miedo.

Las paredes temblaban, como si el lugar fuera a colapsar sobre nuestras cabezas. Logramos desviar esa cosa, pero el pulso me latía tan fuerte en las sienes que me dolía. El zumbido volvió, esa vibración que me nublaba la vista y me hacía tambalear.

—Madeline, no te puedes desmayar ahora —la voz de Marcus sonó cerca, firme, y me sostuvo de los hombros.

¿Desmayarme? No, no ahora. Intento enfocar su rostro, pero el mundo se distorsiona. Lo último que alcanzo a ver es a Marcus sujetándome mientras Dulce levanta su arma, apuntando hacia la oscuridad donde otras sombras se mueven.

Marcus

—Claro que no puede saber eso. Si lo hace, lo primero que hará será matarnos a todos y salir de aquí. —Niego con los brazos cruzados, sin apartar la vista de Dulce.

—Tiene razón... —responde ella, cruzando los brazos también, sabiendo perfectamente de lo que Madeline es capaz.

La incomodidad cae pesado entre nosotros. Solo el sonido metálico de la camilla rompe la calma. La miro justo a tiempo: Madeline se mueve, despierta. Se sienta lentamente, frotándose las sienes, con la respiración temblorosa.

Me acerco sin pensarlo. Su piel está fría. Le rozo la mejilla con el dorso de la mano, intentando suavizar el filo del momento.

—¿Cómo te sientes? —pregunto, buscando su mirada.

Pero ella no me mira. Sus ojos pasan por encima de mi hombro, hacia los desconocidos que nos observan desde el fondo del cuarto.

—Te los presentaré ahora... —murmuro, inclinándome un poco—. Mírame un segundo.

Al final lo hace. Me mira. Asiente despacio.

—Estoy bien. ¿Dónde estamos?

Dudo de su respuesta pero sé que si insisto se molestará... y la última vez que perdió la paciencia, no fue bonito.

Suspiro y me aparto a un lado, señalando hacia los hombres frente a ella.




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