Zona C.
Minutos largos o cortos, eso tardó Madeline durmiendo. Cuando despertó, se removió un poco y apoyó su cara sobre mi hombro, como buscando un refugio. Un suave ronroneo escapó de sus labios, casi inconsciente, y sentí un calor en el pecho que no podía ignorar.
—¿Ya descansaste? —pregunté, acomodando con cuidado algunos mechones detrás de su oreja, sin romper la cercanía que se había creado entre nosotros.
—Un poco —respondió, con esa voz entrecortada que siempre me desarmaba.
El tiempo pareció detenerse. La conexión en nuestras miradas era intensa, cargada de algo más que palabras; había confianza, deseo, y un entendimiento silencioso que ninguno de los dos necesitaba explicar. Con cuidado, llevé mi mano hasta la base de su cuello, tocando su piel con suavidad, asegurándome de que se sintiera segura.
La tomé cerca, acercándola un poco más, y mis labios buscaron los suyos. El beso fue lento, exploratorio, cargado de esa mezcla de ternura y tensión que nos definía. Sus manos descansaban sobre mi pecho, como si necesitara sentirse sostenida, y mi respiración se entrelazaba con la suya, lenta y contenida para no romper el momento.
Durante unos segundos, todo desapareció: la noche, el restaurante, el peligro afuera. Solo existíamos nosotros, juntos en silencio, comunicando más con gestos y suspiros que con palabras.
—Marcus... —susurró entre el beso, apoyando su frente contra la mía.
—Sí —contesté, manteniendo mis manos sobre su cuello y espalda, sin querer separarme nunca.
Era un instante pequeño, frágil, pero intenso; un momento robado al mundo que seguía afuera, donde podíamos simplemente ser, sentir y respirar juntos, sin miedo ni urgencias.
No dice nada mas vuelve a besarme con ganas aferro las manos a su cintura y ella se aferra las manos en la parte de sillon.
La tensión subió de inmediato cuando leves gemidos escaparon de sus labios mientras la sostenía cerca. Mi corazón se aceleró, y un calor intenso se apoderó de mí. Por un instante, olvidé todo lo demás, concentrado únicamente en ella, en la forma en que su cuerpo reaccionaba a mi cercanía.
—No podemos... no aquí —susurró, negando suavemente mientras dejaba mis labios. Su aliento cálido rozó mi rostro, y sentí una mezcla de deseo y frustración que me dejó sin palabras.
La miré a los ojos, notando cómo su mirada estaba llena de intensidad, deseo y al mismo tiempo conciencia de la situación. Sus manos descansaban sobre mi pecho, temblorosas, y podía sentir cómo su respiración se entrelazaba con la mía, controlando el impulso de volver a acercarme.
—Lo sé —contesto en un murmullo, bajando la voz al mínimo—. No aquí.
Aun así, no la solté por completo. Mi frente descansó contra la suya, y pude sentir su calor, su pulso acelerado. Cada pequeño movimiento suyo, cada suspiro contenido, aumentaba la tensión entre nosotros, recordándonos lo que queríamos pero no podíamos.
—¿Será atrevido invitarla a la cocina? —propuse en un susurro, evaluando la oscuridad a nuestro alrededor.
Su sonrisa nerviosa fue suficiente para que supiera que aceptaba, y sentí un pequeño alivio mezclado con anticipación.
La cargué, sosteniéndola por las piernas, asegurándome de que los demás siguieran dormidos y sin percibir nuestro movimiento. Cada crujido del piso me mantenía alerta, pero valía la pena. Abrí la puerta de la cocina con cuidado y la senté sobre la mesa, mis manos rodeando su cintura para mantenerla segura.
Se inclinó un poco hacia adelante, acariciando mi pecho con suavidad y buscando mi mirada. Su sonrisa era tímida, vulnerable, pero cargada de complicidad.
—¿Por qué sonríes? —pregunto, tratando de mantener mi voz firme aunque el corazón me latía rápido.
—Tengo miedo —murmura con un hilo de voz, apoyando la frente contra la mía—, de que pienses que es todo, pero no sé qué ha pasado, por qué esas personas me buscan.
—No pienso eso —respondo, acariciando su espalda con suavidad—. Nunca pasó por mi cabeza.
La tensión entre nosotros creció, un hilo invisible que nos mantenía juntos. Antes de que pudiera rechazarme, la beso, el primer contacto fue suave, exploratorio, pero rápidamente la cercanía y la emoción elevaron la intensidad. Sus labios respondieron, suaves pero firmes, y un leve gemido escapó de sus labios.
Sentí cómo se acercaba más, cómo buscaba mi boca con insistencia, como si necesitara asegurarme que estábamos solos, que podíamos confiar el uno en el otro. Cada movimiento aumentaba la tensión; cada roce, cada suspiro, nos acercaba a un límite que ambos queríamos, pero que debíamos respetar por la situación.
La sostuve cerca, mis manos fijas en su cintura mientras sus dedos se entrelazaban con la tela de mi camisa, podía sentir cómo su respiración se mezclaba con la mía, cómo cada pequeño gesto suyo transmitía miedo, deseo y alivio al mismo tiempo. El mundo exterior desapareció por un momento; el restaurante, el peligro, todo quedó fuera, dejando solo la cercanía entre nosotros.
Sus gemidos eran suaves, apenas audibles, pero suficientes para sentir la carga de la emoción entre nosotros. La tensión creció, y aunque ninguno hablaba, todo estaba dicho en los gestos, en los suspiros y en los besos que subían y bajaban en intensidad.
Nos quedamos así, cuerpo con cuerpo, respiraciones entrelazadas, compartiendo un momento robado al caos que nos rodeaba.
Su respiración se mezclaba con la mía, como si el aire entre nosotros fuera lo único que mantenía el equilibrio. La distancia se volvió insignificante; podía sentir el calor que desprendía su piel antes de siquiera tocarla.
Le desabotono el seguro de su pantalón, juego con su lengua, sus labios salen gemidos leves mientras sus manos buscan desabotonar mi camisa.
Cuando mis dedos rozaron el borde de su pantalón, ella contuvo el aliento. Fue un instante breve, pero lo sentí recorrerme el cuerpo entero, un escalofrío que subió por mi espalda. Cada movimiento era lento, casi torpe, como si el tiempo se hubiera detenido para vernos perder el control.