Agatha.
Empuño la pistola con firmeza. Apunto al centro del muñeco a la distancia, respiro y aprieto el gatillo. El disparo suena seco. Bajo el arma, retiro el cargador vacío y me giro para tomar uno nuevo, cuando el auricular táctico vibra en mi oído derecho.
—Adelante —presionando el botón del auricular.
—Jefa, me reporto. A.M. al habla —la voz suena distorsionada, casi un susurro entre el ruido de fondo.
—Adelante, A.M. —respondo mientras recargo el arma.
—La tenemos bajo la mira. Por ahora está solo con un hombre. Marcus se llama —reporta—. Está herido y la tenemos en una estación de policía, cerca de su centro.
—¿Qué tan grave es la herida? —guardo la pistola en la funda de mi muslo derecho.
Cierro la puerta del área de entrenamiento y me apoyo en el borde de la mesa, escuchando con atención.
—Al parecer no es grave —informa—. Esperaremos unas horas antes de movernos hacia allá.
—¿No ha tenido los episodios? —enarco una ceja, esperando una buena respuesta.
—No, jefa —suspira—, o eso creemos. La mayor parte del tiempo está con el hombre que le mencioné.
—¿Con quién estás hablando? —la voz de Madeline se escucha cerca de él, interrumpiendo la transmisión.
—Con mi esposa —contesta él, con un tono tembloroso.
—Pero si esta dormida —menciona con duda.
—Me gusta hablar con ella mientras duerme. La ayuda a sentirse bien... y a olvidar todo esto.
La voz de Madeline se aleja, acompañada de sus pasos. El silencio que sigue se vuelve pesado. Froto mis dedos con calma, esperando que vuelva la comunicación.
—Jefa, ¿sigue ahí?
—Adelante —respondo, tronándome el cuello para aliviar la tensión.
—Fuera y cambio. La mantendré informada de todo. Cambio y fuera, A.M.
La línea se corta, y solo queda el leve zumbido del auricular.
Guardo el auricular y exhalo lentamente. El eco del disparo aún flota en el aire del campo de tiro. Camino hacia la salida, ajustándome la chaqueta del uniforme. Al abrir la puerta, el pasillo principal del centro me recibe con su acostumbrado murmullo de actividad: pasos apresurados, voces coordinadas, pantallas encendidas. Todo en orden, como debe ser.
—Buenos días, jefa. —Un guardia se endereza al verme pasar.
—Buenos días, Ramírez. —respondo con un leve movimiento de cabeza.
A medida que avanzo, varios agentes interrumpen lo que hacen para saludarme. Algunos inclinan la cabeza, otros simplemente se apartan del camino. No me acostumbro del todo a esa mirada de respeto mezclada con miedo, pero tampoco la rechazo. En este lugar, la autoridad se mantiene con precisión... o se pierde en un segundo.
Cruzo frente a la sala de monitoreo y uno de los técnicos me muestra una tableta con datos de la operación.
—Actualízame el informe de A.M. antes del mediodía —le indico sin detenerme.
—Sí, jefa.
Sigo caminando. El aire del centro tiene ese olor a metal, café recién hecho y tensión contenida. Todo está calculado, limpio, exacto. Cada paso me acerca a mi oficina, al silencio que necesito para pensar.
Cuando finalmente llego, abro la puerta. El sonido del seguro cede con un clic suave. Dentro, la luz es tenue, el ambiente más frío. Sobre el escritorio me espera una carpeta con el sello rojo de CONFIDENCIAL.
Me quito la chaqueta y la cuelgo en el perchero. Después, me quedo de pie frente a la ventana reforzada del despacho, observando el movimiento en los patios del centro. Todos cumplen su papel. Todos menos uno.
Me acerco al escritorio, jalo el sillon y me dejo caer en la silla, y abro la carpeta. Los documentos están organizados con la precisión que exijo: fechas, fotografías, transcripciones de audio, registros médicos y hojas de vigilancia. Todo lo que necesito... o casi todo.
El nombre en la primera página me recibe con el nombre de Madeline R. Repaso la foto adherida en la esquina superior: cabello desordenado, mirada vacía, como si su mente estuviera en otro lugar. Algo en esa expresión me resulta incómodo, casi familiar.
Paso las páginas con calma. Cada informe es más confuso que el anterior: testigos que se contradicen, ubicaciones que no coinciden, y un historial médico con lagunas evidentes. Todo parece cuidadosamente alterado.
Tomo otro archivo del montón, uno más antiguo, con el sello de un proyecto cerrado hace años. Lo abro con curiosidad. Con el encabezado.
Expediente 47-B — Sujetos con disociación inducida.
En los informes, los nombres están codificados, pero uno de ellos —M.R-01— aparece repetidas veces, vinculado a un estudio de control mental experimental.
Vuelvo al expediente de Madeline y comparo los números de identificación en la parte inferior del informe médico. Coinciden.
Busco en la base de datos del sistema central y abro un archivo cifrado. El acceso requiere mi autorización biométrica; coloco el dedo sobre el sensor y la pantalla se ilumina. Presenta una lista de nombres, similares con códigos.
Apago el monitor y me reclino en la silla. Mi mente trabaja más rápido de lo que quisiera. Si el Proyecto 47-B fue realmente cerrado, ¿por qué sigue apareciendo en operaciones actuales? Y lo más importante: ¿por qué Marcus está involucrado con ella?
Me froto las sienes, sintiendo cómo la tensión sube como una corriente fría por la espalda. Madeline no es solo una testigo. Hay algo que la une o no por nada el jefe se interesa tanto en ella o en uno de mis hombres.
Saco el teléfono de detrás de mi pantalón, desbloqueo la pantalla y tecleo un mensaje.
—Señor, Agatha reportando desde el centro de Kaedra.
Envio el mensaje.
—Encontré un expediente sobre Madeline que tal vez conecte con lo que quiere, pero no entiendo por qué alguno de mis hombres está involucrado.
La respuesta no tarda en llegar, fría y directa:
—Preocúpese por lo que se le ordenó. ¿Tiene novedades de su memoria?