El ambiente se siente cargado, pesado como el aire antes de una tormenta. Aun así, Julia intenta mantener la calma hablando con Marta, haciéndole preguntas sin sentido solo para distraerla. Marcus está a mi lado, silencioso, y Luna revisa las pistolas con precisión fría. Dulce, en cambio, está demasiado tranquila, y eso me inquieta. No entiendo por qué me dejó hacerlo... o peor, por qué demonios no pensé antes de dejarme llevar por esa ira.
Nada importaba ya.
El cielo se ha vuelto gris, con ese tono frío que anuncia la lluvia. Tal vez, cuando empiece a caer, pueda ordenar mis pensamientos... o al menos preguntarme si existen más como él.
Yo conduzco. Las voces detrás de mí se mezclan, flotan en el aire como un murmullo constante. Todos hablan, excepto Marcus y yo. Él va a mi lado, mirando por la ventana, tan callado que casi olvido que está ahí. Su silencio pesa tanto como el mío.
Mantengo la vista fija en la carretera. El asfalto comienza a brillar con los primeros reflejos de la lluvia que cae en gotas finas, golpeando el parabrisas y deformando las luces del camino. Enciendo el limpiaparabrisas, observando cómo la hoja barre el agua una y otra vez, sin lograr aclarar del todo mi mente.
Debería de haber un camino que nos lleve más rápido; quiero alejarme de estas personas. Piso el freno de golpe cuando veo a una mujer en medio de la carretera, con las manos en alto a pesar de traer armas encima. Bajo el cristal, asomo la cabeza y saco la pistola, apuntando hacia ella.
—Te quitas o te arroyo. —Mi voz suena cansada. Pero la mujer da unos pasos adelante hasta quedar con mejor visión.
—Te ayudé en el hoyo, cerca de la torre de telecomunicaciones. —Mantiene las manos en alto.
Es Amelia. Presiono el acelerador despacio hasta quedarme a su lado, aun apuntando.
—¿Estás mordida, infectada o estuviste cerca de una de esas cosas?
Niega con la cabeza. Le hago una seña para que suba; ella se sube y saluda a los demás. Claro que Julia y Marta no se quedan calladas.
El motor ronronea mientras mis manos aprietan el volante. Afuera, la carretera parece infinita, un hilo gris bajo el cielo sucio. Amelia va en silencio en el asiento trasero, con la mirada fija en la nada.
—Genial. Otra carga más. ¿Qué sigue? ¿Adoptamos un campamento entero?
—Ni siquiera sabemos si dice la verdad. A lo mejor es una de esas locas que los bichos dejan medio cuerdas. —Marta bufó, cruzándose de brazos.
Dulce, sentada en medio, intenta calmar el ambiente.
—Ya, ya... no empiecen. Si Madeline la dejó subir, debe tener sus razones.
—¿Razones? —Julia arquea una ceja, sarcástica—. Claro, la misma cabeza brillante que matar a alguien que nos podría dar pistas era una buena idea.
Ajusto el espejo retrovisor y les lanzo una mirada corta.
—¿Ya terminaron? Porque si quieren seguir, se bajan y caminan.
—¿Quién eres tú para decir que puede y quién no estar en esta camioneta? —Julia le quita el seguro a su pistola.
—¡La que va al volante y le importa un comino tu vida! —grito cansada.
El silencio vuelve por un instante, pero Marta no se aguanta.
—Solo digo que cada vez que recogemos a alguien, terminamos peor.
—Y cada vez que no lo hacemos, tenemos mas pistas —responde Dulce, sin levantar la voz.
Julia rueda los ojos, pero no replica. Afuera, la lluvia empieza a caer, fina, como si el cielo también estuviera cansado.
Amelia los observa desde su rincón y murmura apenas.
—No tienen idea de lo que se acerca.
Las escucho, finjo que no. Aprieta más el acelerador.
Así continuamos. Luna le pregunta cosas sobre sus armas a Amelia, y ella responde tranquila, como si no estuviéramos todos a punto de rompernos. Julia, por su parte, encontró una amiga con la que puede joderme... pero si siguen, las mato y listo.
—¿Quieres cambiar para que descanses? —Marcus pasa su mano por mi muslo, bajando la tensión que tengo en los dedos.
—Estoy bien, tranquilo. —Lo miro de reojo y vuelvo la vista al frente— ¿Cómo sigue tu herida?
—Debo cambiar la venda. —Sonríe, pero la mueca se le tuerce un poco del dolor.
Detengo la camioneta frente a una casa medio derrumbada. El motor queda rugiendo unos segundos antes de apagarse. Abro la puerta, bajo y me acerco a Dulce.
—Conduce, por favor. Ayudaré a Marcus.
Ella asiente sin preguntar. Se mueve rápido, baja del asiento trasero y se pasa al volante. Abro la puerta del copiloto y me siento junto a Marcus.
Luna se acerca, la mochila abierta en las manos. Le levanto la camisa a Marcus con cuidado; las vendas están empapadas de sangre seca y fresca mezclada. Huele a hierro y a gasolina.
—No debiste moverte tanto —reprocho, apenas un susurro.
—No debiste dejarme solo —responde con una sonrisa cansada.
La carretera sigue vacía, pero el aire se siente distinto, más pesado. Algo en la distancia parece observarnos. La camioneta sigue avanzando despacio por la carretera. Dulce conduce con las luces bajas, el motor suena irregular, como si también estuviera agotado.
Abro la mochila que Luna sostiene desde atrás. Me pasa el frasco de alcohol sin decir nada.
—Sujetate bien —murmuro solo para Marcus.
Las vendas están húmedas, pegadas a la piel. El movimiento del vehículo no ayuda; cada bache hace que la herida sangre un poco más.
—Tranquilo, solo respira.
—Eso intento —Marcus aprieta los dientes cuando el alcohol toca la piel—. Si sobrevivo a esto, me vas a deber unos buenos besos.
—Si sobrevives, te los doy —aseguro sin levantar la mirada.
Luna me pasa otra venda, rápida, como si supiera lo que necesito antes de pedirlo. Empiezo a envolver la herida con firmeza. El olor a alcohol y sangre fresca llena el aire cerrado del vehículo.
—¿Cuánto falta para el desvío? —pregunto sin apartar las manos.
—Unos veinte minutos —responde Dulce, concentrada en el camino.