Marcus.
El leve movimiento de la cama me hace entreabrir los ojos, sonrío de lado al verla recoger su ropa del suelo y observo mientras se coloca ropa.
—No te utilizo, si tú también lo disfrutas —responde, posando las manos en su cintura—. Así que deja de decir que te uso.
Saco las piernas de la cama, aún cubriéndome la entrepierna con las sábanas. Me estiro mientras la veo organizar el body para ponérselo.
—Entonces, ¿por qué te vistes? —enarco una ceja.
—Porque te llama Agatha —murmura, acercándose a mí. Entrelaza sus dedos en mi cabello—. Y porque deberías limpiar tu herida.
Llevo las manos a sus muslos, atrayéndola hacia mí me aferro con fuerza, apoyo el mentón sobre su abdomen y busco su mirada.
—Agatha puede esperar —susurro, sosteniendo el borde de su braga. Miro cómo sus mejillas se tiñen de rojo.
—Tienes que parar —respondió, mordiéndose el labio inferior, una clara señal de que estaba perdiendo la batalla—. Debes cumplir con ella.
Deslicé despacio mis manos, recorriendo la curva de sus muslos hasta llegar a las bragas, deslizo suavemente hacia un lado, cuando sus manos ejercieron presión en mi cabello, me detengo miro como vuelve a morderse el labio inferior, un gemido silencioso se instaló en su garganta, y eso me llevó a continuar.
—Detente —murmuró, su voz temblorosa, apenas un gemido lascivo, pero su cuerpo no me empujaba. Era una mentira deliciosa.
Deslizo una mano por sus muslos, abriéndolas despacio abriendo sus piernas, llevo mi mano hacia sus pliegues, que aún estaban húmedos y cálidos, siento como un escalofrío que me erizó la piel.
Mis dedos se rozan despaco, antes de que hundirlos en la entrada de su sexo suave. Sus pliegues, un gemido gutural se escapó de sus labios bajo mi toque, la señal que necesitaba.
—Marcus... —Su voz era una súplica, pero su cuerpo temblaba con un deseo indomable.
Rozo el purgal sobre su clítoris, ya hinchado y sensible. Ella se arqueó, un espasmo la recorrió, y sus manos se aferraron con fuerza a mi cabello, tirando ligeramente.
—Decías que Agatha puede esperar, nena. —murmuré, mi voz profunda, mis ojos fijos en el rastro húmedo que dejaban mis dedos.
Ella se movió, una cadera rotando contra mi mano. Estaba empapada de nuevo, en segundos.
—Tú... tú eres terrible —jadeó, pero no hizo ningún esfuerzo por detener mi mano. Al contrario, sus caderas se inclinaron hacia mi toque.
Deslicé dos dedos dentro de ella, lento y deliberado, su cuerpo se tensa y el calor era envolvente, el agarre de sus músculos una bienvenida adictiva tanto que siento cómo apretaba a mi alrededor, succionándome.
—Oh, Dios... —Su cabeza se echó hacia atrás, exponiendo la garganta. Su respiración era una serie de jadeos rotos.
Subí mi otra mano por su espalda, agarrando su cintura con fuerza. La atraje hacia mí, sintiendo la dureza de mi propia erección contra las sábanas. Quería sentirla sobre mí de nuevo, rodeándome.
—No me ha respondido, ¿por qué te vistes si sabes que te voy a desvestir? —Mi voz era un gruñido bajo y posesivo.
Ella abrió los ojos, empañados por la lujuria, su mirada aún más oscura.
El calor se acumuló. El mundo se reduce al contacto de nuestra piel sudada y al sonido húmedo de nuestros cuerpos. La vi echar la cabeza hacia atrás, sus ojos cerrados, sus pechos rebotando con cada impacto. Estaba al borde, y yo no estaba lejos.
—Marcus, más—gime, su voz desgarrada.
Mis caderas se impulsaron, encontrando su movimiento. Más rápido, más duro. La fricción era una tortura deliciosa. Sentí el temblor comenzando en sus muslos, el agarre interno volviéndose convulsivo. Sabía que ella estaba llegando.
—Maldita sea. —Mi voz era un rugido gutural.
Estábamos a punto de caer por el precipicio... cuando el sonido de la puerta nos deja frios.
Esta vez no fue un golpe suave; fue fuerte, impaciente, casi una exigencia.
—Marcus , necesito hablar contigo. Es urgente. Abre la puerta. —La voz de Agatha , aguda y sin paciencia, perforó la pared de nuestra burbuja de lujuria.
Ella se detuvo en seco, congelada sobre mí, a medio camino de su orgasmo. Su cuerpo se tensó y su respiración se cortó. Pude sentir la palpitación de su sexo alrededor de mí, la urgencia de su placer retenido.
Un gruñido violento y primario escapó de mi garganta. Apreté sus caderas con furia, hundiéndome hasta el fondo en un impulso agresivo que no pude contener. Mientras ella se mordía el labio.
Vestirno sera cuestión de segundos, al meno spara ella quien ya tenia casi todo, verifico que ya este lista. Asiente y me lanza un beso.
Abro la puerta y la escena me golpea como un frío aliento. Agatha está en el umbral, recta como un poste, y detrás de ella cuatro sombras con armas que brillan en la luz del pasillo. El metal me recuerda mi propia sangre: fría, pesada, traicionera.
—Madeline, aléjate de él —ordena Agatha, la voz cortante como un alambre.
Mi pulso sube como un tambor. La miro a ella, a Madeline; siento la urgencia de arrancarla de allí, pero sus manos se aferran a mi antebrazo con esa mezcla de desafío y miedo que me hace doler más que cualquier puñalada.
—¿Por qué vienes con esos hombres? ¿Qué pasó? —pregunto, intentando sonar más dueño de la situación de lo que me siento.
Agatha no titubea. Hace un gesto mínimo; los hombres alzan sus armas. El sonido metálico de las correas me cala los oídos, uno de ellos mira a Madeline con hostilidad incrustada; otro fija sus ojos en mí como si yo ya fuera un animal herido y peligroso.
—Recibimos información de que estás infectado. Te llevamos a la zona de cuarentena. —Cada palabra de Agatha es un martillo.
Madeline se pone entre nosotros como si pudiera bloquear la orden con su cuerpo.
—Infectado —repito incrédulo—. ¿De qué hablas? Si estuviera infectado ella lo habría notado. Estuve herido; me curó una puñalada. Nada más. —Digo eso y me descubro tocando inconscientemente la cicatriz que se esconde bajo la camisa, la línea de tela pegada aún por el sudor.