Efecto Cura

Capítulo 51♤

Paredes blancas, olor a metal y desinfectante eran una bola de humo entrando por mis fosas nasales envolviendome en una ambiente medico.

Mi reflejo en un cristal a mi derecha apenas tenia nueve, tal vez diez años. Había más niños, todos con la misma pulsera metálica en la muñeca, todos esperando turno para entrar en aquella cápsula llena de luces azules.

—No sentirás nada, Madeline —era la voz de mi padre pero con una mujer a su lado sin rostro—. Solo será un instante.

Su voz era firme, pero cálida y luego Agatha se inclinó, ajustó mi pulsera y me sonrió.

—¿Por qué yo? —pregunté.

—Porque tú eres diferente —respondió—. Tú puedes soportarlo.

El hombre del uniforme blanco la miró desde atrás del vidrio.

—Sujeto M.R —01 listo para la Fase Tres.

Y entonces comprendí: no era una niña cualquiera

Horas más tarde, me desperté en una habitación de entrenamiento. Mis músculos ardían, mi mente estaba en blanco. Y frente a mí, Agatha, con las manos cruzadas a la espalda, me observaba como un general ante un soldado recién formado.

—Escucha bien, Madeline —dijo con una calma que helaba y sus ojos me taladraron—. Solo tienes un propósito. Obedecer.

Amelia me sacudió suavemente del hombro.

—Madeline, vámonos... —susurró.

Parpadeo mientras el eco de la palabra hija aún resonaba en mi cabeza, las mujeres se habian ido Amelia me ayuda levantarme, tragué saliva cuando guardaba los expedientes con manos temblorosas y asentí.

No podía decirle nada, no ahora. No hasta estar segura de qué significaba todo eso. Subimos en silencio por el pasillo oscuro, el sonido de nuestras botas amortiguado por el suelo de goma. La luz parpadeaba, como si todo el edificio estuviera conteniendo la respiración.

Cuando llegamos a la oficina de Agatha, el aire era distinto. Más denso, más frío. La puerta estaba entreabierta.

—No hay nadie —murmuró Amelia.

Entré primero, despacio, observando cada rincón. Todo estaba en orden... demasiado en orden. El escritorio, los papeles, incluso la taza con café a medio enfriar, como si Agatha se hubiera marchado solo un minuto antes.

—Busca cualquier cosa que tenga su firma —murmure—, algún registro, una carta, lo que sea.

Nos movimos rápido. Revisé los cajones, el panel de control, el archivador detrás del escritorio, busco y encuentro un código en una carpeta negra, un número que me resultaba familiar.

Proyecto M.R –01.

El mismo que había escuchado en mi cabeza segundos antes.

Un escalofrío me recorrió la espalda. La tranquilidad se volvió pesada, cuando ya no escuchaba la respiración de Amelia.

—¿Amelia? —susurré sin dejar de mirar el código. Nada. Dejé el papel sobre la mesa y me enderezo— ¿Amelia, estás bien?

Giré apenas el rostro y el golpe me llegó seco, brutal, justo en la sien, todo se volvió blanco incluso el ruido de mi cabeza se apagó.

Caí al suelo, mi mente intentando aferrarse a una última imagen antes de que la oscuridad me tragara: un par de botas negras, y una voz femenina, fría, diciendo algo que apenas alcancé a entender.

—Siempre fuiste más curiosa de lo que debía ser una creación.

Marcus.

Las horas se sentian como un castigo, lentas, pesadas, la preocupacion de que no debí dejarlas ir solas, menos a ella. Cada minuto sin señales era una daga hundiéndose más profundo.

La habitación estaba en silencio, apenas roto por el tic-tac del reloj y el rugido lejano de los guardas caminar y el amanecer empezaba a filtrarse por la ventana, tiñendo las paredes de un gris pálido. Madeline aún no regresaba, ni un paso, ni un golpe, ni su voz. Nada.

Maldita sea. Caminar de un lado a otro no servía, pensar tampoco. Solo la idea de que estuviera sola allá abajo me hacía apretar los puños hasta doler.

La punzada en mi costado volvió no tan fuerte como antes, pero lo suficiente para recordarme que todavía no estaba al cien por ciento, me obligo a sentarme, abrí el botiquín que habia conseguido ella antes y retiro las vendas viejas. La herida ya estaba casi cerrada, aunque el ardor seguía ahí, como si no quisiera dejarme olvidar y saturo un trozo de algodón con alcohol y limpié alrededor, apretando los dientes ante el escozor.

Solo un poco más, me repetí. Solo hasta que salga el sol. Luego iría por ellas. No iba a quedarme esperando. No otra vez.

Estaba colocando la venda nueva cuando la puerta se abrió de golpe. Instintivamente levanté la navaja, el corazón desbocado.

Era Amelia.

Rezaba por ver a Madeline detrás de ella, pero la puerta se cerró y el vacío respondió por mí. Amelia estaba jadeando, el cabello revuelto, las manos apoyadas en las rodillas. Intentaba hablar, pero solo salían trozos de aire.

—Habla bien, carajo —gruñí, avanzando hacia ella.

—Se... se llevaron a Madeline —consiguió decir al fin, apoyándose contra la pared.

El tiempo se detuvo. Sentí cómo toda la sangre me abandonaba el cuerpo.

Di tres pasos largos y la sujeté de los hombros.

—¿Cómo que se la llevaron? ¡No estabas con ella!

—Nos separaron —balbuceó—. Me cubrieron la cabeza con una bolsa... y la boca también. No vi nada, solo escuché una voz... una mujer.

—¿Qué dijo? —Mi voz era apenas un hilo.

Amelia levantó la mirada, pálida, aterrada.

—Dijo... "Siempre fuiste más curiosa de lo que debía ser una creación."

Sentí que el aire se me congelaba en el pecho. Una creación. No una persona.

El silencio que siguió fue brutal. Entonces, sin pensarlo, agarré el abrigo y metí la navaja en el cinturón.

—Marcus, espera... —intentó detenerme Amelia.

—No pienso esperar un segundo más. —Mi voz salió baja, firme, cargada de furia—. Si Agatha tiene algo que ver con esto... te juro que no va a salir viva de aquí.




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