Madeline.
Sabía que ese era su plan, el de ella y Agatha. Pero debía seguir con lo mío, con lo que realmente importaba.
Sujeto la mano de Marcus, caminé a su lado y me detuve frente a Julia.
—Este hombre ya no es tuyo, querida. —susurré solo para que ambas lo escucháramos, dejando escapar una carcajada suave antes de alejarme.
El eco de mis pasos resonó mientras subía las escaleras. Solté la mano de Marcus de un tirón, pero él me alcanzó con esas zancadas largas que me hacían sentir que nada podía detenerlo. Llegué a mi habitación y cerré la puerta justo antes de que entrara... o eso creí.
—¿Madeline? —su voz sonó grave, apenas un hilo de duda. La puerta se abrió, y él entró, cerrándola tras de sí.
Lo miro, di un paso hacia él, y sin pensarlo más lo tomé de la camisa y lo beso. No hubo resistencia. Sus manos se aferraron a mi cintura con fuerza, y en un segundo me levantó del suelo, abrazo su cintura con mis piernas mientras deslizo mis dedos en su cabello, y por un instante el mundo dejó de existir.
Solo él, el calor de su cuerpo y el sabor metálico del peligro que aún nos rodeaba.
Su respiración se mezclaba con la mía, caliente, urgente, como si el aire se volviera más denso entre los dos. Marcus se deja caer en la cama, sin soltarme, y yo quedé sobre él, dejo mis piernas ahorgadas en cada lado.
Sus manos recorrieron mi espalda, subiendo por debajo de la sudadera, y un gemido se escapó de mi garganta, ahogado entre nuestros besos. Era rabia, alivio y deseo en una sola ola. Sus labios bajaron por mi cuello, su respiración acelerada contra mi piel encendía cada parte de mí.
—Madeline... —murmuró contra mi clavícula, su voz ronca y temblorosa.
Por un instante quise rendirme a eso, a la sensación de tenerlo cerca, de olvidar todo. Pero no podía. No después de todo lo que vi, lo que escuché.
Lo observo mirando sus ojos, mi pecho subiendo y bajando con fuerza. Deslicé una mano entre nosotros, lenta, disimulada, mientras él seguía besándome.
El frío del metal me devolvió a la realidad.
Apoyé la pistola en su abdomen, justo cuando nuestros labios estaban a un suspiro de volver a encontrarse. Marcus se tensó, su mirada bajó y luego volvió a la mía.
—¿Qué demonios haces, Madeline? —su tono era bajo, pero peligroso.
No respondí enseguida. Mi dedo aún estaba lejos del gatillo, pero el silencio pesaba más que cualquier amenaza.
—Necesito respuestas... —murmuré al fin, sin apartar el arma—. Y no voy a dejar que nadie me mienta otra vez.
La pistola temblaba apenas en mi mano; el frío del metal era la única verdad tangible entre los dos, Marcus me miraba como si un animal acorralado intentara leer la voluntad del cazador. Respiré hondo.
—Hay un expediente que decía, M.T –04, Marcus Torres, explícame eso —reclame con voz firme— ¿Qué es Omega-3 V? ¿Por qué tu nombre aparece en un expediente de proyecto experimental?
Entonces sus ojos, vi algo pasar: sorpresa, miedo, culpa. No supo mentir en ese segundo.
—No sé cómo... —comenzó, con la voz rota—. Yo... era soldado.
—¿«Soldado»? —la risa me salió cortada— ¿Qué mierda significa eso, Marcus? ¿Creíste que eras un héroe o te usaron?
Él tragó saliva, los nudillos blancos al aferrarme la cintura en un gesto desesperado por acercarse a mí, no para apartarme.
—Me usaron —murmura al fin—. Omega-3 V fue... un pelotón. Entrenamiento sucio, misiones que no puedes contar. Yo me fui cuando todo 'terminó'. Pensé que eso era el pasado. No sabía que había... un proyecto. No sabía que ésa era la clase de cosas que hacían.
—¿No sabías? —repito incrédula—. Pero tu nombre está en un archivo con mi cara tachada en otra carpeta. ¡Agatha firmaba eso! ¿Cómo puede ser que "no supieras"?
Marcus cerró los ojos un segundo, como si intentara ordenar recuerdos fragmentados.
—Me borraron cosas —murmuró—. No todo, no por completo. Hay lagunas, huecos que no sé explicar. A veces recuerdo... entrenamientos, órdenes, una etiqueta con M.T-01. Lo único claro... era ella, cuando te veía, todo lo demás se desvanecía.
Mi pulso se aceleró. La rabia quería estallar; la pistola parecía ahora un martillo con el que golpear su pecho.
—¿Me estás diciendo que te hicieron daño y que borraron tu memoria? ¿Que volviste al lado de Agatha y después no dijiste nada cuando te utilizaron para esto? —le reproché—. ¡Madeline pudo morir por su "plan"!
Se llevó una mano a la cara, como buscando aguantar la vergüenza.
—Intenté... —empezó, y su voz se rompió—. Intenté reclamarle. Fui a hablar con Agatha, le dije que no quería formar parte de nada más. Ella me mandó a la Zona B. Me apartó. Me dijo que confiara... —se detuvo—. Hasta que Amelia volvió y me dijo esa babosada.
Lo miré con el arma aún en el abdomen; la tensión vibraba entre nosotros.
—¿Me pides que crea en tu confusión? ¿En que fuiste víctima y no cómplice?
Él dio un paso adelante, la mirada encendida de súplica y cansancio.
—No quiero que mueras pensando que no hice nada por evitarlo —susurró—. Te amo, Madeline. Si crees que esto hice por otra cosa, entonces no conoces la mitad de lo que he perdido.
La pistola me pesó más. Por un latido pensé en apretar el gatillo: por la rabia, por la traición. Pero la imagen de su cara cuando me levantaba la sabanas aquella primera noche, cuando él sostuvo mis manos para que no temiera, me golpeó con fuerza.
—¿Entonces qué vas a hacer ahora? —le pregunté, sin bajar el arma del todo.
Marcus inspiró, decidido.
—Voy a ayudarte a lo que sea que me pidas—menciona—. Primero, veremos esas pruebas del camión; después, por el registro de accesos del laboratorio; y cuando tengas suficiente, haremos que cualquiera que haya mentido pague. Pero no puedo hacerlo solo.
Lo miré, buscando en sus ojos la verdad que necesitaba. Había miedo, sí, y fragmentos de culpa, tambien había amor. Y, tal vez, algo que podía ser redención.