El aire tenso entre todos pero las fuerzas de querer matar a todos principalmente a esas dos víboras pero esa duda de que hay algo mas por saber me está enredando la mente.
—Quiero hablar solo contigo Agatha —indico casi como una orden.
—Lo que tengas que hablar lo haras con nostros aqui. —Julia gruñe conectando con mi mirada.
—Fuera todos —ordena Agatha.
Julia la mira pero hace un ademan para que salgan, sin protestar salen dejándome con ella sola con la principal sospechosa.
El aire se volvió aún más denso cuando la puerta se cerró tras ellos. Solo quedamos Agatha y yo, frente a frente.
Su silencio era calculado, su respiración tranquila. Mientras tanto, la mía se volvía irregular, entre el coraje y la desconfianza, siento el peso de cada palabra no dicha, de cada mentira que me había obligado a creer.
—Veo que aún confías en tu instinto —dice al fin, con ese tono burlón que usa cuando quiere hacerme perder el control.
—Y veo que aún disfrutas manipulando a los demás— camino hacia el escritorio, apoyando las manos sobre la superficie fría—, quiero saber la verdad. Toda.
Agatha ladea la cabeza con una sonrisa mínima.
—¿Y cuál de todas las verdades, Madeline? Has estado tan cerca del fuego que ya no sabes qué parte del humo es real.
—No juegues conmigo. Encontré unos expedientes. Sé quién soy para ti... o al menos lo que hiciste conmigo.
Su expresión cambia apenas: una sombra de sorpresa, seguida de una calma tensa.
—Así que llegaste tan lejos —Suspira, recostándose en la silla—. No debiste hacerlo, Madeline. Esa información no era para ti.
—¿Por qué me borraste la memoria?
Agatha no responde enseguida. Solo me observa, sus ojos negros tan fríos como siempre, pero detrás de ellos algo se mueve... culpa, tal vez. O algo peor.
—Yo no te borré la memoria —menciona—, tal vez si fue tu madre.
—¿Mi madre, que sabes tu de ella? —escupo, dando un paso al frente.
—Tal vez que no este tan muerta y que su vida fue un infierno desde ese dia . —Su voz es firme, casi un susurro.
El silencio que sigue es insoportable La rabia me arde en el pecho, pero debajo de ella, una semilla de duda empieza a germinar.
—Mentira —susurro, aunque ni yo estoy segura.
Agatha se levanta despacio, rodeando el escritorio hasta quedar frente a mí.
—No todo lo que perdiste fue por alguien, Madeline. Hay cosas que elegiste olvidar.
Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier golpe físico. La miro, tratando de leerla, de encontrar una grieta en esa máscara, pero solo encuentro un vacío que me resulta inquietantemente familiar.
—Dime entonces —respiro, bajando la voz—. ¿Qué soy realmente para ti?
El silencio era un cuchillo. Agatha no respondió, solo me observaba, con esa calma antinatural que me revolvía el estómago.
—Solo eres una persona, muy pero muy introvertida que quiere estar en el medio cuando no debieras de estar. —Se cruza de brazos y ladea la cabeza.
—Para tu "triste caso" —hago las entrecomilladas—, Estoy donde se me da la gana.
El silencio se vuelve pesado, casi irrespirable. Agatha me mira con esa calma suya, la misma que siempre usa cuando cree tener el control.
—¿Ya terminaste? —pregunta alzando una ceja, apenas con una mueca.
No respondo. No vale la pena y sin darle oportunidad de hablar, me giro abro la puerta y salgo, claramente Marcus y Amelia me miran, las manos me tiemblan, no por miedo, sino por todo lo que no puedo gritar. Por todo lo que entendí demasiado tarde.
La rabia se acumula en el pecho como fuego contenido.
—Te lo advertí —susurra Agatha—. No estás hecha para esto.
No la miro. No le doy el gusto.
—¿Madeline?
—No —respondo apenas, sin mirarlo—. No quiero hablar.
Paso entre ellos sin detenerme. Julia murmura algo, Amelia intenta decir mi nombre, pero nada llega. Solo escucho mi respiración, el eco de mis botas contra el suelo y el latido en mis sienes.
Llego a mi habitación, cierro la puerta y dejo que todo se derrumbe, el aire es pesado, el pecho me arde asfixiante mi garganta se comprime y mi fuerza se centran en mis piernas con ganas de salir hacia alla de vuelta y dispararles a esas malditas pero me rindo dejandome caer en la cama sin quitarme la ropa, mirando el techo.
Ya no sé si quiero respuestas. Solo silencio.
El tiempo pasa lento No sé cuánto llevo mirando el techo, escuchando los pasos lejanos, el murmullo de voces al otro lado del pasillo con la cabeza dadbome vueltas ya no quiero pensar, pero pensar es lo único que hago.
Unos golpes suaves interrumpen el silencio.
—Madeline —la voz de Marcus suena apagada, contenida.
No respondo al principio, pero la puerta se abre igual.
Él entra despacio, como si temiera romper algo.
—Te dije que no quería hablar. —miro hacia la pared, evitando su mirada.
—No vine a hablar —responde, quedándose de pie frente a mí—. Vine a asegurarme de que no estés planeando matar a nadie más hoy.
Su tono es medio en broma, pero la mirada lo delata: está preocupado. Suelta un suspiro y se sienta en el borde de la cama.
—Agatha no vale la pena, y lo sabes.
—Lo sé —me incorporo, paso una mano por el cabello y lo miro al fin—. Pero eso no cambia nada.
Por un momento ninguno dice nada cuando se levanta y me ofrece la mano.
—Ven. Vamos a entrenar.
—¿Entrenar? —arqueo una ceja.
—Sí, entrenar. —sonríe apenas—. O pelear, o gritar, o lo que necesites. Pero no quedarte aquí encerrada.
Lo miro un momento largo antes de tomar su mano. Su palma está tibia, firme, segura. Me levanto, respiro hondo y asiento.
—Está bien... pero si me haces caer, te juro que te disparo en la pierna.
Él suelta una leve risa, la primera del día.
—Trato justo.
Salimos de la habitación caminamos con calma pero yo sigo con la tensión en los hombros y en cada nervio de mi cuerpo, miro a Julia mientras bajamos en silencio por el pasillo.