Efecto Cura

Capítulo 58♤

Marcus

—Tienes que calmarte, sabes cómo están las cosas con lo de mis análisis —me dejo caer en el banco de la azotea y apoyo los codos en las rodillas. El viento frío me da en la cara, pero no me despierta tanto como verla así.

Madeline suelta un suspiro lleno de frustración. Camina en círculos, ida y vuelta como una tormenta atrapada en un cuerpo demasiado pequeño. Y, joder... aunque no debería pensarlo, se ve bonita así con el ceño fruncido, el cabello moviéndose con cada giro, las manos temblando entre rabia y agotamiento. Es un caos... pero un caos que me atrae demasiado.

—Lo sé —murmura entre dientes—. Pero hay muchas cosas que debo resolver.

La sigo con la mirada mientras da otra vuelta. Está tensa desde los hombros hasta la mandíbula. No sé qué pasó exactamente con Julia antes de que llegara, pero puedo imaginarlo, Julia nunca supo cuándo detenerse, y Madeline ya está al límite.

Me paso una mano por la cara y bajo la mirada al piso.

—Nena, si sigues así vas a terminar explotando con la persona equivocada.

Ella se detiene frente a la baranda, respirando hondo, como si el aire pudiera sacarle el enojo.

—Es que... —aprieta los puños— todo se me está viniendo encima. Agatha, Julia, tus análisis, lo del infectado, y el laboratorio... —suelta una risa sin humor—. ¿Y yo qué? ¿Dónde entro yo en todo eso?

Sus palabras me golpean más de lo que quiero admitir. Porque entiendo esa pregunta más de lo que debería.

Me enderezo, la miro fijo.

—Entras aquí —me llevo una mano al pecho—. Aunque no debería, aunque aun no me dejes entrar en el tuyo al cien, aunque todo se esté volviendo una mierda allá abajo, tú sigues entrando.

Ella me mira, como si mis palabras la hubieran detenido a la mitad de un incendio.

—Marcus...

—Déjame ayudarte —susurro—. Solo... deja de cargarlo todo sola.

Se acerca un paso, dudando, respirando rápido. Yo también lo siento: esa tensión peligrosa que siempre aparece cuando estamos demasiado cerca.

El viento sopla más fuerte y carga su perfume hacia mí. Madeline finalmente se sienta a mi lado, sin mirarme.

—Solo quédate aquí un rato —dice, la voz más suave—. No quiero pensar.

Obedezco, sin moverme como si sus palabras fueran ley.

Y por primera vez en todo lo que va del día... se queda quieta. Aquí, conmigo.

Madeline a mi lado, su respirando más tranquila, pero aún con ese temblor en los dedos que solo aparece cuando está al borde de romperse. La miro de reojo sin querer que se dé cuenta... aunque sé que siempre lo nota todo.

El viento despeina su cabello, y por un segundo, ese segundo estúpido que nadie más ve, imagino otra vida. Una donde no estamos rodeados de infectados, ni análisis que podrían condenarme, ni Agatha vigilando cada movimiento, ni Julia intentando envenenarlo todo.

Una vida donde ella solo es... mía.

Trago saliva. No debería pensar así. No con todo lo que está pasando. No mientras sé que mi sangre podría cambiarlo todo en cualquier momento. Pero verla aquí... confiando en mí... buscándome a mí...

Joder.

—Nena —susurro, casi sin aire.

Ella voltea, y sus ojos se encuentran con los míos. No está molesta. No está a la defensiva. Está... abierta. Vulnerable como si por primera vez me dejara entrar sin condiciones.

—¿Qué? —pregunta con voz baja.

Mi corazón late demasiado fuerte. No tengo miedo a los infectados, no a los mutados... pero estas palabras, estas sí, me quitan el aliento.

—He estado pensando —empiezo, y me odio por lo torpe que suena—. En... en nosotros.

Sus labios se entreabren. Y lo veo. Lo veo clarísimo. Ella también quiere escucharlo.

—Marcus... —murmura, apenas audible.

Me acerco un poco más, sin tocarla, pero tan cerca que siento su respiración chocando con la mía.

—No sé si es el mejor momento —susurro—. Pero quiero que sepas que... que si tú quieres, yo...

Sus ojos brillan, y ella inclina su cabeza apenas, como invitándome a terminar la frase. Como invitándome a pedirle que sea oficialmente mi novia.

Mi voz tiembla, pero sigo:

—Madeline... ¿quieres ser...?

Un disparo corta el aire como un latigazo. Rebotando entre los edificios. Brutal. Cercano. Madeline se sobresalta y yo instintivamente la agarro del brazo, empujándola detrás del banco mientras me levanto de golpe.

—¡Al suelo! —gruño.

Ella obedece, y mis oídos aún zumban, mi corazón golpea tan fuerte que casi me rompe el pecho y justo cuando creía que nada podía interrumpirnos... Otra detonación retumba. Más cerca. Demasiado cerca.

Madeline me mira con los ojos muy abiertos. El momento de hace segundos, ese casi-beso, ese casi-"quiero que seas mía", cae hecho pedazos.

—¿Qué fue eso? —susurra.

Saco la pistola de la funda de mi muslo.

—Algo que no debería estar arriba —respondo, la mandíbula apretada—. Quédate detrás de mí.

Y aunque el mundo se esté cayendo a pedazos allá afuera... La única razón por la que mi corazón duele es porque no pude terminar esa maldita frase.

El eco del segundo disparo todavía vibra en mis oídos cuando escucho algo que me hiela la sangre: pasos . Muchos. No son infectados. No gruñen, no arrastran. Son rápidos, calculan, están armados.

—Madeline, muévete —le digo en voz baja, levantándola del suelo con una mano en la cintura.

Ella asiente, recupera la postura. Se toca el muslo, abre los ojos y las manos con un gesto de dolor y frustración.

—Mierda, deja la pistola en la habitación. —gruñe con rabia, la voz apenas un siseo.

Nos acercamos al borde de la azotea y ahí lo veo: la puerta del centro está forzada. Tres camionetas negras, sin insignias, bloquean el camino. Hombres encapuchados bajan, armados con fusiles de asalto, pero... no están disparando a matar. Están empujando, reduciendo, sometiendo . Un ataque quirúrgico. Una emboscada perfectamente planeada




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