Efecto Cura

Capítulo 61♤

Seis años atrás

—Mamá, aquí hay frambuesas—me agacho, aparto unas hojas y señalo el pequeño racimo que brilla bajo el sol.

Ella se acerca despacio, con la canasta colgando del antebrazo, su vestido blanco rozando el pasto. Se agacha a mi lado, sus dedos suaves apartan una hoja, y sonríe con esa ternura que solo una madre puede tener.

—Vamos a tomar las que se ven más rojas.

Asiento con entusiasmo. Sus manos y las mías trabajan juntas, una por una, dejando caer las frambuesas en la canasta de mimbre, el aire huele a tierra húmeda y verano, por un momento, no hay nada más en el mundo. Solo su voz, el canto de los pájaros y mi risa.

—Mis princesas.

La voz de papá corta el sonido de los insectos, levanto la vista, camina hacia nosotras, la bata blanca abierta al viento, una niña pequeña en sus brazos. Tiene el cabello castaño claro, los ojos curiosos, pero se aferra a su cuello con timidez.

Papá llega hasta donde estamos y se agacha para dejarnos a la misma altura. Su sonrisa es amplia, orgullosa, perfecta.

—Quiero presentarles a alguien —menciona mientra baja a la niña con cuidado.

Es de piel morena, con su cabello negro y ojos marrones llenos de inocencia, se esconde detrás de su brazo, asomándose apenas. Papá la empuja suavemente hacia adelante.

—Ella se llama Amelia —anuncia, como quien muestra un hallazgo valioso—. Y ellas son mi esposa, Eva, y mi hija... Madeline.

Amelia me mira, apenas un segundo, y sonríe con timidez.Yo también sonrío, sin saber por qué. No sabía en ese momento que esa sonrisa marcaría todo lo que vendría después.

—¿Porque eres negra? —pregunto mirando su piel a lo que mi padre y mi madre no contienen su risa.

Mamá deja la canasta en el suelo y acaricia el cabello de Amelia.

—No es negra mi amor —mama se acerca y acaricia la piel de Amelia—. Es morena.

—Exactamente hija —la sonrisa de mi padre resuena en mi mente.

—Tienes los ojos más dulces —la alaga con calidez—. ¿Cuántos años tienes, amor?

—Cinco —responde apenas audible.

Papá observa en silencio, pero hay algo en su mirada que no entiendo. Una mezcla de orgullo y cálculo. Como si ya, incluso en ese día soleado, algo estuviera planeando. Incluso no le presto atencion mirando a Amelia.

Mamá me toma de la mano y la une con la de Amelia.

—Juntas —manifiesta—. Las dos son niñas fuertes.

Las luces, mi vista se nubla como si estuviera viendo una episodio de mi vida..

Siento un tirón de la cintura volviendo mi vista negra para cuando los vuelvo a abrir me veo jugando con Amelia.

El laboratorio del jardín.

El jardín huele a tierra mojada y metal. Papá dice que es por las lluvias, pero yo sé que el olor viene del cobertizo al fondo, donde tiene sus cosas "importantes".

—Vengan, niñas —nos llama, con esa sonrisa que siempre parece esconder algo—. Les tengo un nuevo juego.

Amelia corre primero, riendo. Sus trenzas se mueven como cuerdas oscuras mientras me toma de la mano.

—Tal vez es otro experimento de bichos —menciona emocionada.

Yo dudo. Cada vez que papá dice "juego", algo dentro de mí se encoge.

Entramos, el cobertizo ya no parece un cobertizo tenía luces blancas en el techo, una mesa de metal, frascos con etiquetas, y tubos que humean como si el aire respirara distinto ahí dentro.

—Hoy vamos a medir qué tan fuertes son —propone papá, y su voz suena alegre, demasiado.

Mamá aparece en la puerta. Tiene las manos cubiertas de harina, como si estuviera cocinando, pero su rostro está tenso.

—¿Otra vez con eso, Noel? —pregunta.

—Solo es una prueba, Eva. Nada peligroso —responde él, sin mirarla.

Nos hace sentar a las dos en dos sillas pequeñas frente a una mesa con aparatos. Hay cables delgados que colgaban y brazaletes fríos que coloca en nuestras muñecas.

—Papá... —empiezo, pero me corta con una sonrisa.

—Tranquila, Madeline. Solo necesito ver cómo reacciona tu cuerpo a un pequeño estímulo.

Presiona un botón. Un cosquilleo recorre mis brazos, sube por el pecho y me hace reír por reflejo, pero Amelia salta del susto.

—¡Me pica! —protesto.

—Eso es bueno —menciona con una pizca de felicidad.. anotando algo en una libreta—. Significa que tu cuerpo está respondiendo.

Mamá da un paso dentro, su voz firme pero temblorosa.

—Noel, detente. No son sujetos de prueba, son tus hijas.

Por un segundo, papá la mira, y en su rostro no hay culpa. Solo cálculo. Después sonríe de nuevo.

—Solo estoy cuidando su salud —aclara con voz suave—. No quiero que se enfermen como tú, Eva.

Mamá lo observa sin responder. La forma en que aprieta el delantal me da miedo. No entiendo por qué se ve tan asustada... si solo es un "juego".

Pero esa noche, mientras intento dormir, escucho sus voces detrás de la puerta cerrada. No puedo oír todo, pero hay una palabra que se repite en los murmullos: "Suero."

Y aunque no sé qué significa, desde ese día dejo de correr hacia el cobertizo. Porque entendí, sin entenderlo, que papá no juega.

Una mano me sujeta con fuerza el menton y eleva mi mirada mientras otra cubre mis ojos por detras, otras manos sostienen mis brazos, el dolor comienza a parecer como si me arrancaran los brazos. Cuando deje salir un grito agudo abro mis ojos y me veo mirando por la rabija de la puerta.

La noche del suero

La casa está en silencio. Demasiado.

El sonido del reloj del pasillo resuena como una gota cayendo en un pozo. Tik... tak... tik... tak.




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