Marcus.
—Salgamos de aquí —me estiro y la miro. Tomo la iniciativa de caminar hacia la puerta, pero antes de llegar, Amelia me sujeta del antebrazo.
—No podemos salir, ni por la entrada ni por la salida. Te acabo de decir que Agatha sabe de todo esto.
—¿Entonces cómo entraste aquí? —me giro hacia ella, sin entender.
—Tuve que escalar —responde, soltando mi brazo mientras presiona su costado con una mueca de dolor—. Pero primero, ayúdame a cerrar esto.
Se quita el chaleco con un gesto rápido y levanta la camisa del lado derecho, dejando ver el vendaje improvisado, la sangre ya ha traspasado parte de la tela. Ladeo un poco la cabeza para ver mejor la herida, y es ahí cuando noto algo que me deja helado.
La miro sin entender todo lo que estoy viendo. La cicatriz... No era una marca común, no era una herida de combate. Era idéntica. La misma forma, el mismo corte curvado que Madeline tenía bajo las costillas.
Me quedo en silencio, sin saber si dar un paso atrás o acercarme.
—¿Por qué tienes la misma cicatriz que Madeline? —pregunto al fin, la voz más tensa de lo que esperaba.
Amelia baja la mirada, pero no responde de inmediato, su respiración se vuelve pesada, con los hombros tensos.
—No sé... —miente pero parece notarlo.
—Amelia —insisto, dando un paso hacia ella—. Eso no lo hace cualquiera. No fue un corte normal. Es igual a la suya, hasta en la dirección del tejido. ¿Qué me estás ocultando?
Ella suspira y se sienta en la cama, cansada, agotada.
—No es el momento para esto. Si quieres respuestas, primero tenemos que sacarla de ahí viva.
—No —Niego, con un tono más fuerte de lo que pretendía—. Necesito saber si puedo confiar en ti.
Levanta la cabeza, y por primera vez la veo con los ojos rojos, no de rabia... sino de miedo.
—Confía en mí por ahora, Marcus. Después, si aún quieres respuestas, te las daré todas. Pero si no cerramos esa herida primero, ni siquiera tendrás con quién discutirlo.
La rabia se disuelve en frustración. Me acerco sin decir nada más, busco el botiquín en el estante y lo coloco junto a ella. El silencio entre nosotros pesa.
Cuando saco la aguja y el hilo, Amelia se aparta apenas, bajando la mirada. Comienzo a limpiar la herida con alcohol. Ella aprieta los dientes, el cuerpo rígido. El olor del antiséptico se mezcla con el sudor y el polvo. Mientras coso, mis pensamientos se arremolinan. Madeline, Agatha, el padre de ambas, los experimentos, las mentiras... y ahora Amelia, con la misma cicatriz.
Algo dentro de mí me dice que todo está conectado. Y que la verdad, está mucho más cerca de lo que imaginamos.
Termino de apretar el último vendaje sobre su costado, apenas se encoge pero no suelta un solo quejido.
—Listo —murmuro, asegurando el nudo—. No te esfuerces más de la cuenta.
—No tengo tiempo para descansar —responde con una media sonrisa cansada—. Hay que llegar a la zona de armas.
Asiento, me levanto y camino hacia la puerta. El pasillo está casi vacío, apenas con el eco lejano de los guardias. Nos movemos rápido, pero sin levantar sospechas. El aire se siente tenso, cargado de electricidad, como si el centro entero respirara peligro, estando a pocos metros del área de armamento cuando una voz conocida corta el silencio.
—Marcus —suena dulce, pero con ese filo venenoso que solo Julia sabe usar.
Miro hacia el final del pasillo. Está allí, apoyada contra la pared, con los brazos cruzados y una sonrisa que no presagia nada bueno.
—¿Qué quieres, Julia? —pregunto sin detenerme.
Ella se separa de la pared, sus pasos lentos, calculados.
—¿Eso es todo? Ni un "hola", ni un "me alegra verte con vida"? Qué malagradecido. —Se acerca un poco más, su perfume fuerte llenando el aire.
—No estoy de humor —la corto, intentando seguir adelante.
Pero Julia se interpone, inclinando apenas la cabeza, mirándome con esa mirada que intenta atrapar.
—De malas, quería llevarte a ver a tu estúpida Madeline —dice con una sonrisa torcida, dejando caer las palabras como veneno.
Me detengo en seco, el corazón me da un vuelco.
—¿Qué dijiste?
—Eso. Pero olvídalo, ya no tengo ganas —responde, girándose lentamente.
Intento alcanzarla, pero antes de dar un paso, hace un pequeño ademán con la mano. Dos hombres armados aparecen detrás de ella, saliendo de las sombras.
Julia sonríe sin siquiera volverse.
—Te sugiero que no la busques, Marcus. Esta vez, puede que no quede nada que encontrar.
Y se aleja, su silueta perdiéndose entre las luces parpadeantes del pasillo, mientras los hombres me bloquean el camino, sus miradas frías y sus armas listas.
La rabia me quema por dentro, pero me obligo a mantener la calma. Julia sabe más de lo que aparenta...y si mencionó a Madeline, significa que aún está viva.
Espero unos segundos más, observando cómo Julia se aleja con esos dos hombres siguiéndola. Su risa se pierde en el pasillo, dejando atrás solo el eco de sus botas.
A mi lado, Amelia se mueve en silencio desde detrás de la columna donde se había ocultado. Su respiración es apenas audible, pero sus ojos están llenos de furia contenida.
—¿Ya se fue? —susurra.
—Sí. Pero no tenemos mucho tiempo. Vámonos.
Dentro, las luces blancas parpadean sobre las filas de estantes metálicos repletos de armas. Pistolas, fusiles, cajas de munición, cuchillos... todo organizado con precisión militar.
—Bonito paraíso —murmura Amelia, con una sonrisa ligera.
—Toma lo que necesites —respondo, caminando hacia los casilleros. Cuelgo una mochila en mi hombro y empiezo a llenarla con cargadores, municiones y un par de pistolas.
Amelia se acerca a una de las estanterías y toma una escopeta de corredera. Revisa el cargador, la acciona con soltura, el clac metálico resonando en el aire.
—Perfecta.
Cuando me giro, la veo mirando algo al fondo: una caja con el símbolo de advertencia explosiva. La abre con cuidado y adentro hay granadas, detonadores y pequeños cilindros de humo.