Marcus me sostiene por la cintura, mis piernas ceden por el cansancio, pero su agarre me mantiene en pie, lo miro a los ojos, apenas logrando hablar pero antes el sonido de los disparos se queda flotando en el aire como un trueno detenido en mi pecho cuando el eco me atraviesa los huesos, y justo cuando las cadenas se rompen, algo dentro de mí se activa.
Un zumbido metálico resuena en mi cabeza, tan agudo que me obliga a cerrar los ojos. El corazón me late desbocado, el aire se vuelve fuego en mis pulmones, como si el famoso chip y lo que Agatha me inyecto, ese suero. Ambos comienzan a mezclarse.
El suero me quema por dentro. Lo siento abrirse paso desgarrando cada vena con su brillo falso. Es fuego y frío al mismo tiempo, una corriente viva que se mezcla con mi sangre y con el chip, que chispea bajo mi piel. Puedo sentir cómo me reescribe, cómo borra algo dentro de mí mientras otra cosa, algo desconocido despierta.
Siento cómo algo se mueve dentro de mis venas, una corriente viva, caliente, que recorre mis brazos hasta llegar al cuello, es como si mi sangre se incendiara desde dentro, como si el cuerpo no fuera suficiente para contener lo que está despertando.
El calor crece, tan intenso que me arqueo contra Marcus, buscando aire. Un dolor punzante en el costado derecho me corta el aliento; parece que algo se clava y se retuerce bajo la piel, latiendo, empujando.
—¡Madeline! —Marcus me sostiene con fuerza—. Respira, nena, respira.
Intento hacerlo, pero el aire me quema. Todo se vuelve rojo. El sonido del laboratorio se apaga, y lo único que siento es el pulso salvaje de algo nuevo corriendo por mis venas, mezclando la furia y el miedo en una sola cosa: poder.
Abro los ojos, y por un instante, el reflejo en el metal del suelo me devuelve una mirada que no reconozco.
El aire aún vibra con el eco de los disparos. El calor que me recorre las venas se asienta, deja de ser fuego y se convierte en fuerza. Mis pulmones aun duelen, mi cuerpo tiembla, pero puedo sentir cómo la debilidad se transforma en algo más... algo que late dentro de mí con la misma furia que mi corazón.
Marcus intenta sostenerme, pero lo detengo con una mano.
—Estoy bien... —miento, aunque apenas me mantengo en pie.
Levanto la mirada y la encuentro: Amelia. Su respiración agitada, el rostro manchado de polvo y sangre. Y entonces lo veo en sus ojos... esa mirada. La misma que recuerdo de las fotos viejas que mi madre guardaba. La misma que me miraba desde el otro lado del espejo cuando éramos niñas, antes del fuego.
—Eres tú... —mi voz tiembla, entre incredulidad y alivio.
Amelia se acerca despacio, los ojos brillando, conteniendo las lágrimas.
—Sí... —susurra—. Lo siento, Maddy. No podía decírtelo antes.
La habitación parece desvanecerse a nuestro alrededor. Me lanzo hacia ella, o quizá es ella quien me sostiene, pero de pronto estamos abrazadas. Su pecho se sacude contra el mío, ambas respirando el mismo aire cargado de miedo y alivio.
—Pensé que te había perdido... —digo entre sollozos, la voz rota por el cansancio.
—Nunca más —responde, apretando mi espalda con fuerza—. No voy a dejar que te usen otra vez.
Aun sabiendo que era tarde, no perdería esta oportunidad. Amelia da un paso atrás, el rostro iluminado por esa mezcla imposible de felicidad y tristeza. Hay algo en su mirada, como si supiera que lo que viene no terminará bien, pero aun así se niega a apartar la vista.
Mi respiración se corta cuando la veo. Entre las sombras del pasillo, emergiendo como un fantasma del pasado.
Mi madre.
Su silueta se recorta contra la luz roja de emergencia. El cabello, más corto, desordenado; la piel pálida, marcada por cicatrices que no recordaba. Pero es ella... la forma en que inclina la cabeza, ese gesto casi imperceptible que siempre hacía antes de hablar.
El mundo se detiene. El corazón me golpea el pecho con tanta fuerza que duele.
—Mamá... —susurro, sin creerlo, con la voz temblando.
Ella me mira, y en sus ojos no hay sorpresa. Solo un cansancio profundo, una tristeza antigua.
—Madeline... —murmura, apenas audible, y el sonido de mi nombre en su voz me rompe por dentro.
Amelia se lleva una mano a la boca, retrocede un paso. No entiendo nada. No quiero entender.
Mi madre da un paso hacia mí... y el suelo tiembla bajo nuestros pies. Algo grande, inminente, está a punto de estallar.
El corazón me retumba con fuerza, tanto que casi ahoga mis palabras. Doy un paso al frente, sin apartar la mirada de ella.
—¿Por qué...? —mi voz se quiebra, ardiendo entre rabia y desesperación—. ¿Por qué te hiciste pasar por muerta?
Mi madre no responde. Parpadea una vez, lenta, como si buscara fuerzas para decir algo.
—No podía dejar que te encontraran, Madeline —susurra, su voz apenas un hilo—. Tu padre, Agatha... sabían lo que llevabas dentro.
—¿Y por eso me dejaste ir al centro de esa bruja? —doy otro paso, la garganta apretada—. ¿Para que me encerraran? ¿Para que me torturaran?
El silencio entre nosotras es un filo. Ella abre los labios, pero no encuentro consuelo en su mirada. Solo culpa.
—No tenías que vivirlo... el chip... el suero... —murmura—. Era la única forma de que sobrevivieras.
Siento que el mundo se tambalea.
—¿El chip? ¿El suero? ¿Qué demonios hicieron conmigo? —la voz me sale más fuerte, casi un rugido—. ¿Y Agatha? ¡Ni siquiera la conocías! ¿Por qué actúa como si todo esto fuera suyo?
Mi madre se mueve, da un paso hacia mí con lágrimas en los ojos.
—Madeline, por favor, déjame explicarte...
Doy un paso atrás. No puedo. Aún así, mi respiración se acelera todo dentro de mi dolor.
—No. No quiero más explicaciones. Quiero la verdad.
Y justo cuando su mano está a punto de rozar la mía, el suelo tiembla. Una explosión sacude el laboratorio; el estallido es tan fuerte que el aire se vuelve fuego. El polvo nos cubre, una ola de calor nos empuja en direcciones opuestas.