Madeline.
El motor retumba bajo mis pies, aunque todo está en caos yo... no escucho nada. Ni el ruido del viento entrando por las rendijas, ni el rugido de la moto detrás, ni siquiera las voces de Amelia o Dulce.Todo se siente... lejos. Como si el mundo se hubiera hundido en un silencio espeso, ahogado por el fuego que dejamos atrás.
El reflejo del incendio aún tiñe el horizonte, iluminando la noche como una herida abierta. El centro, mi pasado, todo lo que alguna vez creí entender... reducido a cenizas.
Mi madre muerta. Mi padre... arrastrado por aquello que él mismo creó.
Trago saliva, pero el nudo en la garganta no cede, cada vez que cierro los ojos, veo a mi madre tendida en el suelo, sus manos manchadas de sangre, mirándome con esa calma imposible antes de morir. Y lo peor... es que su voz aún suena en mi cabeza.
"Te quiero, hija mía."
Una lágrima se desliza, caliente, manchando la suciedad de mi rostro, intento limpiarla, pero Marcus me toma de la mano antes de que lo haga, sus dedos envuelven los míos con fuerza, como si temiera que me desvaneciera en cualquier momento.
—Estoy aquí, nena —murmura, sin apartar la vista del camino.
Su voz es ronca, baja, pero logra atravesar el ruido del motor y el dolor.
Asiento, aunque no puedo hablar. No confío en mi voz, solo aprieto su mano con la poca fuerza que me queda y siento la sangre seca en mi piel, el temblor involuntario en mis piernas, el ardor constante en mi costado. Todo duele. Pero el vacío que me carcome el pecho duele más.
Afuera, los árboles se mueven como sombras que nos observan pasar y por lo que me siento más calmada es que Amelia va detrás de nosotros, en la moto, los faros iluminando el polvo que levantamos.
Y por un segundo, solo un segundo, deseo poder cerrar los ojos y que todo lo de hoy sea una pesadilla.
Pero el olor del humo, el peso del arma en mi regazo y la calidez de la mano de Marcus me lo recuerdan: esto es real. Y aunque mi corazón se siente hecho pedazos, aunque la rabia y la tristeza me ahogan, sé que no puedo rendirme.
Porque si mi madre murió para que yo viviera... entonces no pienso desperdiciar ni un solo segundo de esa vida.
Aprieto la mano de Marcus una vez más, mientras la carretera se abre ante nosotros, juro en silencio que esto no termina aquí.
El cielo, por fin, empieza a aclarar. El amanecer tiñe el horizonte con un color rojizo, tan parecido a la sangre que me cuesta verlo sin sentir un nudo en el pecho. Dulce detiene la camioneta cerca de un viejo túnel derrumbado; el motor gime antes de apagarse, dejando un silencio que se siente... irreal.
El aire aquí no huele a muerte. No hay fuego, ni gritos, ni balas. Solo el murmullo distante del viento entre los árboles.
Marcus apoya la cabeza hacia atras, suspira hondo, y luego se gira hacia mí.
—Lo logramos... —murmura Dulce, y por primera vez, su voz suena cansada, pero viva.
Asiento, aunque las palabras no me salen. Amelia se baja de la moto, deja caer el casco al suelo, y se queda mirando el horizonte con los ojos rojos, Dulce revisa las armas en silencio. Nadie habla.
Por un momento, solo un momento, siento que la calma regresa. El corazón deja de golpearme tan fuerte, con Marcus cerca de mí me sirve de apoyo emocional, apoyo la cabeza en el hombro de Marcus y cierro los ojos, dejando que el cansancio me arrastre.
Miro como todos bajaron de la camioneta solo Marcus y yo quedamos adentro, la calma la corta un grito.
—¡Luna cuidado! —la voz de Dulce estalla, quebrada.
Levanto la cabeza de golpe, cuando el silencio del bosque se desmorona, Luna está unos metros más allá, cerca del borde del camino y sus ojos están fijos en algo detrás de los árboles pero no alcanza a gritar una segunda vez.
De las sombras, surge una figura... no, una bestia, el de cuatro patas, la piel tensa y agrietada, las venas negras latiendo como fuego líquido bajo la carne. El mismo infectado que habíamos visto solo en los informes de Agatha.
Nivel 4. Rápido. Inteligente. Imparable.
Luna apenas reacciona, el monstruo la embiste pero la suelta, nos mira con dolor y miedo en los ojos.
—No me quiero morir...
Cuando Dulce se iba a acercar a ella el monstruo la levanta por el abdomen, y su grito se corta cuando los colmillos se hunden en su hombro cuando el sonido del hueso rompiéndose me paraliza.
—¡LUNA! —Amelia corre hacia ella, pero Dulce la sujeta del brazo.
—¡No! ¡No llegarás a tiempo! —grita.
El monstruo se la lleva arrastrando entre la maleza, los chillidos de Luna se mezclan con el crujir de las ramas, hasta que todo se apaga. Creando un aire tenso otra vez ese silencio. Es el silencio que sigue a la tragedia.
Miro el punto donde desaparecieron, el humo aún flotando en el aire, la respiración me tiembla, la rabia y la impotencia me queman por dentro.
El rugido del infectado ya se desvaneció en la distancia, pero el eco de los gritos de Luna sigue retumbando dentro de mi cabeza. Todos permanecemos en silencio, ni siquiera el motor se atreve a sonar tanto que solo los latidos acelerados y el crujido del viento contra las ramas.
Amelia se arrodilla, los puños hundidos en la tierra, el rostro tenso, los ojos cargados de rabia y culpa.
—Pudimos ayudarla... —susurra, casi sin voz.
Dulce intenta acercarse, pero Amelia la aparta con un manotazo.
—¡Pudimos hacerlo! —grita, y su voz se quiebra—. ¡No debió morir así!
Marcus se pasa una mano por el rostro, cansado, derrotado. Yo no digo nada, sé que, aunque hubiéramos corrido tras ella, el resultado habría sido el mismo, no creo que ese monstruo deje sobrevivientes.
Entonces Amelia se levanta de golpe, con una determinación que me corta la respiración. Saca de su chaleco un pequeño comunicador, de esos que solo usa cuando no hay otra opción aún mientras sus dedos tiemblan mientras lo calibra.