Efecto Cura

Capítulo 69♤

Los ventanales rotos dejan pasar ráfagas de viento que traen el olor agrio del exterior. Finalmente, llegamos al corazón de la estación, donde los rieles se hunden en la oscuridad. Ahí nos detenemos donde cada paso se siente como una condena.

El aire pesa. El polvo flota en la luz roja de las linternas siento como Amelia me observa en silencio; puedo sentir el temblor en sus manos, el mismo que trato de esconder yo.

El aire en la estación huele a hierro oxidado y polvo viejo. Las linternas apenas rompen la oscuridad, y en el reflejo de una ventana rota puedo ver mi rostro mezclado con el de Amelia. Por primera vez, no somos desconocidas... solo dos pedazos de una historia que alguien más rompió.

Nos detenemos cerca de una columna. La luz roja tiembla entre nosotras; Amelia baja el rifle, suspira y se sienta en una caja cubierta de telarañas. Yo me quedo de pie, con la pistola colgando floja en la mano.

—¿Cuánto tiempo lo supiste? —pregunto al fin, apenas respirando.

—Desde que fuiste a aventurar y llegaste donde Veronica, luego que llegue a tu centro cuando vi a Agatha y supe todo —responde ella, bajando la vista—. Pero no podía decírtelo. Agatha tenía ojos en todas partes.

—Y aun así me dejaste pensar que estaba sola. —Mi voz se quiebra sin aviso.

—No estabas sola, Maddy —murmura despacio, acercándose—. Pero si hablaba, te mataban.

Me echo a reír, una risa hueca que me duele más que cualquier golpe.

—¿Te das cuenta de lo que hicieron? Me robaron a mamá... y me hicieron pensar que todo lo que tocaba moría.

Giro la cabeza en dirección a Marcus, que cerca de Dulce planeando todo, suspiro y juego con las pistola en mis manos.

—Pensé que él también lo perdería es increíble la manera que me enamore de él y creer que en cualquier momento por algunas razon enemiga me lo arrebatarian.

Ella da un paso al frente.

—Mamá no murió por ti. Lo hizo por nosotras. Sabía lo que Noel planeaba y sabía que Agatha no se detendría. Por eso te inyectó, por eso te escondió.

Siento un nudo en el pecho.

—Cuando la vi... —mi voz se rompe, no puedo evitarlo—. Cuando la vi en medio del fuego, quise correr hacia ella. Pero tenía miedo, Amelia.

El recuerdo me arde en los ojos.

—Miedo de que me mirara y no me reconociera. Miedo de verla morir sabiendo que no podía salvarla.

—No tenías que hacerlo tú... —Amelia me toca el rostro con suavidad—. Ella eligió salvarte. Y yo estoy aquí para asegurarme de que su sacrificio no se pierda.

Trago saliva.

—Antes tenia miedo de morir y ahora temo vivir con esto— sostengo su mirada—. No sé si puedo seguir cargando con todo esto.

—Sí puedes. —Su tono cambia, firme como una orden—. Lo sé porque yo también llevo la misma sangre, y ese fuego en ti... no lo apagaron ni con años de mentiras.

Nos quedamos calladas. Solo el viento se cuela por las grietas del techo y el eco de un metal lejano nos recuerda que no hay tiempo. Pero en ese instante, todo el ruido del mundo desaparece.

—Entonces, juntas hasta el final.

—Hasta el final —responde ella, y me abraza.

Es un abrazo corto, cargado de dolor y fuerza. No hay lágrimas, solo esa certeza silenciosa que queda después de perderlo todo.

Marcus aparece unos pasos más adelante, con el fusil colgado del pecho y el rostro cubierto de polvo.

—¿Terminaron la charla de hermanas? —dice con una sonrisa cansada.

Asiento, respirando hondo.

—Sí. Ahora terminemos lo que empezamos —Hago una señal para seguir adelante—, todos listos, nos movemos.

La tierra vibra debajo de los pies aunque no hay tren; solo el zumbido eléctrico de las líneas y el eco de nuestros pasos sobre los durmientes. Atrás, la boca de la estación se cierra como una mandíbula; adelante, los rieles se hunden en la oscuridad entre columnas oxidadas y vagones aparcados como esqueletos metálicos.

El plan fue claro: entrar por la estación, bajar a las vías, seguir por las líneas hasta Casandra buscar la sala de control o el cuarto de mantenimiento y salir a la calle por la boca de la estación.

La linterna roja de Dulce dibuja franjas estrechas en la pared. Las ondas del sonido rebotan entre los túneles y cada respiración parece un latido en mi garganta. Reviso por última vez la navaja, el cargador, me aprieto el chaleco. El diario está pegado bajo la camisa, una protuberancia caliente contra mi costado. Marcus me aprieta la mano y, sin decirlo, me da la señal: adelante.

Caminamos sobre algunos infectados bajo e incluso cerca de nosotros pero parece que estan en reposo, esquivando rieles, saltando restos de una vía que hace años dejó de servir. Dulce adelante; Amelia a la cola como retaguardia móvil con la moto apagada a mano para salir en cuanto haga falta; Marcus pegado a mí, su sombra pegada a la mía. Vamos en fila india, silenciosos pero alerta.

A lo lejos, el túnel cambia de tono: un crujido metálico, luego voces amortiguadas, pasos de personas o gente armada. Creia que estas vías estaban selladas.

Dulce se detiene, baja el fusil y hace el gesto: tres para retroceder, dos para reagrupar. No hay tiempo para dudas. El metal bajo mis botas vibra con el eco de franjas eléctricas, y en mi muñeca los relojes asienten con su tic tac fijo como una sentencia.

Avanzamos. De pronto, desde una abertura lateral, una ráfaga impacta en la pared: fuego humano. Las balas silban sobre los rieles. No es una patrulla improvisada; es una emboscada calculada. Pero no disparan hacia nosotros si no a una oleada de infectados.

Decidimos arriesgarnos a caminar mientras la pelea era entre ellos y los infectados. Todo se jodio cuando un infectado cae cerca de nosotros a lo que Marcus devuelve fuego, me posiciono hacia una columna mientras Dulce abre respuesta cruzada. El olor a pólvora se mezcla con el vapor del sistema eléctrico y algo más: un hedor animal, salvaje.

No hay tiempo de pensar. Al mismo tiempo que los disparos salen de los huecos, algo nos ataca desde la oscuridad entre vagones: una criatura baja, cuatro patas, su cuerpo es una malla de carne y músculo brillante. Salta sobre un guardia y lo arrastra: un ruido húmedo, una carnicería en miniatura. Más sombras irrumpen desde la penumbra, infectados corriendo como lobos urbanos.




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