Tal vez alguien sería capaz de notar su melancolía si tan sólo dejara de actuar como una completa malcriada con problemas de cólera. Pero no podía evitarlo, simplemente no podía ni quería hacerlo.
Cuando Chiara se sentía triste, había algo dentro de ella a lo que prefería llamar "efecto mariposa" pues, realmente le hallaba demasiada relación con la manera en que una pequeña tristeza, podía convertirse en un periodo de melancolía profunda. No quería atreverse a decir que era depresión, sabía que algo como eso era sólo para casos realmente serios. Las personas deprimidas necesitaban atención de un profesional, tomar antidepresivos de ser necesario y acudir a un tratamiento.
Ella no estaba deprimida, solamente estaba haciendo una de sus autodenominadas rabietas, de esas que solía hacer cuando la tristeza se le subía violentamente, desde la boca del estómago, hasta llegar al corazón luego de haber pasado por una secuencia de movimientos, uno tras otro derribaba cada peldaño de su estabilidad emocional hasta dejar las ruinas de su autoestima tan inestable.
Se le llama "efecto mariposa" al concepto empleado para describir la teoría del caos mediante una perturbación en uno de dos mundos.
Si se parte de dos mundos o situaciones globales casi idénticos, pero en uno de ellos hay una mariposa aleteando y en el otro no, a largo plazo, el mundo con la mariposa y el mundo sin la mariposa acabarán siendo muy diferentes. En uno de ellos puede producirse a gran distancia un tornado y en el otro no suceder en absoluto.
Chiara y Felicia eran esos dos mundos casi idénticos, parecidas en tantos aspectos, pero a causa de una mariposa, pronto Chiara terminó por tener un desastre dentro su corazón que trataba con todas sus fuerzas de controlar.
Un ejemplo había sido cuando luego de haber tenido una pequeña riña con su hermana menor, Felicia, se puso a pensar en su terrible temperamento, en su horrible forma de manejar el enojo y finalmente comenzó a odiarse a sí misma por ser una persona tan horrible. Otro ejemplo era cuando al ingresar a la preparatoria había entrado al salón errado por accidente el primer día. «Fue un pequeño error» pensó en ese momento, pero luego de eso, recordó todos sus pequeños errores que ya había tenido antes, en cómo esos errores podían llegar a ser cada vez más grandes y pronto comenzó a sentirse profundamente melancólica por ser una persona tan incompetente ante las sencillas situaciones de la vida.
No sabía si lo que le estaba pasando era normal. Muchas veces se dijo a sí misma que era una dramática, que no debería de provocarse a sí misma sentimientos de tristeza tan potentes, pero no podía evitarlo. De verdad luchaba contra esos pensamientos tan pesimistas, pero simplemente no podía ganar. Tal y como se escuchaba: no podía. Por más que lo deseara no podía con esa batalla interna.
Pero el destino nunca dejaba ir la oportunidad de colmarle la vida. Cuando estaba a punto de vencer esos sentimientos de tristeza, llegaban sus episodios de autolesiones. No se rajaba las muñecas ni algo por el estilo, solamente utilizaba su cuerpo para desquitarse cuando sus emociones estaban tan difusas que no sabía cómo reaccionar. Se golpeaba en las piernas, el abdomen, se tiraba del cabello. Siempre procuraba no dejar moretes de los cuales su hermana se pudiera preocupar, aunque a veces el dolor se quedaba con ella por algunos días.
A veces de verdad quería ir a algún psicólogo y hablarle de lo que le pasaba, de lo que sentía y de cómo tendía a reaccionar. Pero dudaba mucho poder llegar a algo, ¿y si al final el médico le decía que no le pasaba nada y que todo eran ideas suyas? Habría desperdiciado el dinero de una consulta además de hacer el ridículo frente un profesional.
¿Y si iba al psicólogo de la escuela? Lo consideró, incluso había ido a verlo, pero no logró siquiera tocar la puerta del consultorio. ¿Qué se supone que diría, cómo debía de empezar? Se quedó parada ahí afuera y la mano que iba a dirigirse a tocar la puerta fue en retroceso, hasta que terminó por posarse en su pecho. ¿Qué quería lograr en primer lugar?
Fue por eso que se había ido de ahí, sintiéndose estúpida.
Muchas veces le había hablado a Felicia de sus periodos de tristeza, y ella, siempre tan comprensiva, le apoyaba y le consolaba, dedicándole consejos y mimos solo cuando era preciso. Ella debía de agradecer que su hermana fuera la persona más generosa de la tierra. Sin importar lo absurdos que fueran sus sentimientos siempre le apoyaba y le aconsejaba. Pero la mente cada vez más egoísta de Chiara no le permitió disfrutar de esa sensación por mucho tiempo.
Pronto comenzó a sentir que era vacuo hablarle a Felicia de sus sentimientos. Su hermana siempre se desvivía por darle un buen consejo, pero a final de cuentas volvía a sentirse triste por cualquier cosa, lo que fuera, y le avergonzó la idea de que su hermana se molestara de ver cómo recaía en ese estanque de tristeza una y otra vez, igual que un adicto con las drogas. Así que pronto reservó sus episodios para ella misma hasta que estos desaparecieran por sí solos.
En alguna ocasión le contaba a Antonio, su mejor amigo, acerca de todas sus tristezas. Pero el español no era bueno dando consejos, y ella se impacientaba mucho cuando él no entendía algo realmente bien. Sabía que su amigo sólo quería ayudarla aunque sólo la escuchara, era ella misma quién arruinaba todo y entonces se cansó.
Definitivamente no le diría a nadie de sus episodios. Tampoco iba a permitir que nadie los notara. ¿De qué serviría la preocupación hipócrita de un tercero? Ya había escuchado cientos de monólogos inútiles donde la persona que pretendía ayudarle sólo hablaba de que su vida era peor que la de ella. Chiara no necesitaba ni quería escuchar eso. Así que, cerró su corazón, y para que nadie se percatara de cuando se sentía melancólica, ella actuaba con cólera, con irritación. Siempre que se mostraba enojada por fuera era porque realmente se estaba muriendo por dentro.