Efímera

9. Un adiós definitivo

Esa noche no pude dormir ni por un minuto. Cada que cerraba mis ojos todo lo que acababa de acontecer se repetía en mi cabeza como si se tratara de una película.

 

Llegué al día siguiente al trabajo con unas ojeras horribles, los ojos hinchados de llorar (tuve que usar lentes oscuros) y un malestar general que apenas y me permitía estar despierta. Tuve que sobrevivir a base de bebidas energéticas y muchas lavadas de rostro para despejarme.

 

Fue una semana horrible. Por no decir que todo el mes.

 

Estuve ansiosa, esperanzada como una tonta, de que todo se trataba de una cruel broma del señor misterio; el llamaría pronto y se disculparía conmigo, organizaríamos siquiera una simple video llamada, dónde hablaríamos de todo un poco, tal como siempre acostumbramos.

 

Pero eso no sucedió.

 

Luego de el primer mes de intensa búsqueda, con una información tan vaga con referente a su persona, comencé a culparme por no haber podido reprimir mis sentimientos y aceptar sus condiciones, aún sin estar del todo de acuerdo con ellas. Debí decir que todo era un chiste sin gracia, que olvidará lo sucedido y continuaremos como si nada.

 

Tuve que abofetearme a mi misma para reaccionar.

 

—¿Por qué luces tan deprimida? —pregunta una compañera del trabajo.

 

—Solo estoy algo estresada —respondo cortante.

 

Se que a todos les resulta extraño que haya pasado de llegar súper descansada, arreglada, perfumada y con una enorme sonrisa en el rostro, a venir con una simple cola de caballo a medio sujetar, ojeras que ni el maquillaje podía ocultar y un ánimo que estaba a nada de rozar el suicidio.

 

Pero no, nunca siquiera lo he considerado.

 

—¿No quieres volver a ir a tu restaurante favorito? Quizás eso ayude a mejorar un poco los ánimos —propone otra compañera.

 

Si supieran…

 

—Creo que por hoy, mejor no —digo.

 

—Vale, pero que sepas que seguiré insistiendo hasta que un día te logres armar de valor para ir de nuevo —agrega con una sonrisa amable.

 

No puedo ni siquiera imitar su gesto, solo decido concentrar mi atención en el trabajo que estoy realizando en el computador. Se que últimamente mi forma de ser es muy grosera y que no debería de traerme los problemas personales al ámbito laboral pero esta situación que estoy atravesando se encuentra por encima de mi y no he podido hallar una salida a todo esto.

 

He enfrentado rompimientos, tanto de amistad como de amor, pero esta es la primera vez que siento una conexión con alguien que va mucho más allá de lo que podría explicar con palabras. El señor misterio logro adentrarse tan profundo en mi mente y en mi corazón que aún no tengo la respuesta a cómo puedo dejarlo ir.

Y me preguntó si él lo hizo conmigo.

 

Cuando llegó a casa repito una rutina tortuosa y me voy a dormir. En la oscuridad de la habitación, con las sábanas cubriéndole y brindándome una especie de protección, hago la acción a la cual se debe que llame a esta rutina post trabajo: “tortuosa”. Si, no hace falta ser adivino para imaginarse lo, llamo al número del señor misterio solo para escuchar la contestadora diciendo que: “el número que usted marco no se encuentra disponible”.

 

Sigo preguntándome, ¿Realmente todo termino?

 

Me sorprende como se siente tan rápido la forma en que se puede dar fin a algo que tomo tantos meses crear. ¿El señor misterio estuvo desde la primera llamada preparado para acabar con todo en cuanto los términos fueran rotos? ¿Es por esa razón que la información que proporcionaba siempre era perfectamente calculada?

 

Estoy sin ninguna pista sobre un nombre o un apellido. Tengo una edad, tengo vagos detalles sobre posibles familiares, no cuento con la información sobre la distancia que nos separa. Sé un poco sobre su empleo o bien podría ser solo una actividad que realiza. Sabe varios idiomas, por alguna razón tengo el presentimiento de que proviene de una familia bien posicionada, tiene una voz profunda que de llegar a escuchar aun a medias, se que sería capaz de identificar.

 

Pero, ¿Llegaré a tener esa oportunidad? No lo creo.

 

Ni siquiera creo tener la suerte de equivocarme de número y dar con su teléfono nuevamente. No sé si se despidió de su celular por cuenta propia para sellas está historia o si solo fue despojado de él, aunque esto último no explicaría el hecho de que este fuera de servicio.

 

De todas formas estos últimos dos meses he estado escuchando su canción favorita, he visto las películas de Shrek y no me he dormido en ninguna, pude terminar la saga; he leído un libro que me recomendó, una serie que dijo amar, un poema que le hacía recordar a una persona especial; me he colocado ropa del color que admitió adorar, probé el platillo que confeso hacer solo una vez al mes pero le encanta comer. No soy fan del vino pero compré una botella de su favorito, tomándola toda en una sola noche y amaneciendo como zombie, con resaca y visitando el baño cada hora para vaciar el contenido de mi estómago hasta que ya no hubiera nada.

 

Pero lo que más he hecho por el señor misterio es llorar como una Magdalena. Incluso, para no sentirme aún más patética de lo que ya me siento a diario, coloco películas y series que tengo la completa seguridad de que me harán llorar a moco tendido. Y así aprovecho para dar rienda suelta a mí dolor y luego culpar a la historia por el desastre en que me convierto cuando me dejo consumir por el llanto.

 

Llorar es mi única forma de desahogar algo que nunca hablé con nadie.

 

Y es que, ¿Para que? Se exactamente qué dirían esas personas en cuanto yo me confesara, dado que son las preguntas que me hago a mi misma en este momento: ¿Por qué no pueden decirse sus nombres? ¿No te da mala espina que tú apodo sea efímera? ¿Qué crees que quiere realmente contigo? ¿Por qué tú no puedes llamarle? ¿Sabes su edad? ¿Sabes su signo? ¿Cuándo se conocerán en persona? ¿,Vive en otra ciudad? ¿Por qué no hacen video llamadas? ¿Son solo amigos o hay algo más? ¿A qué se dedica? ¿Cómo se conocieron?




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