Efimero

Capítulo 09

Si quieres fingir que no lo sabes...

entonces finjamos juntos

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Tomé aire antes de abrir la puerta para entrar en “casa”. Empujé la puerta y de inmediato una botella voló hacia mi, rompiéndose contra el marco de la puerta. Parte de ella me golpeó en la cabeza y sus fragmentos cortaron e incrustaron en mi piel.

Primero vino el sonido: un golpe seco que inundó el aire, seguido por el tintineo de los vidrios rotos cayendo por todos lados. Sentí un vacío en el estómago, y un nudo en mi garganta casi me deja sin aliento. Mi corazón había comenzado a latir rápido, una oleada de adrenalina recorrió mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Todo pasó en fracción de segundos, y después vinieron los golpes y los gritos.

—Dinero. —rugió, acercándose con pasos torpes. —¡Dame el maldito dinero!

Cerró la puerta con fuerza y me golpeó. El primer golpe me dejó aturdido; un puñetazo directo al costado de la cara y sentí cómo el mundo giraba a mi alrededor mientras un calor punzante invadía mi mejilla. Antes de siquiera poder recuperar el equilibrio él volvió a golpearme, esta vez un golpe en el estómago que me dejó sin aire. Me doblé por el dolor y escupí sangre.

Me arrancó la mochila y dejó caer el contenido de esta frente a mi, una hoodie, envoltorios de dulces, mi teléfono y unas cuantas monedas. Su enojo creció al ver lo poco que llevaba.

—¡Hoy es tu maldito día de pago! —gritó, lanzándome contra la mesa del comedor. Las sillas se volcaron, y el borde de la mesa me cortó el brazo. Sentí la piel abrirse y la sangre caliente deslizarse lentamente.

Vació mis bolsillos y sacó unos cuantos billetes que fácilmente le alcanzaría para comprar un six pack de cerveza, dos si eran de marca barata. Comenzó a reír en cuanto obtuvo el dinero. Tirado en el suelo, observé a mamá en una esquina, encogida, temblando, con las manos en la cara, intentando no verme y eso me hizo reír amargamente en silencio.

El bastardo de mi padrastro se acercó a mi nuevamente, pude sentir su aliento a alcohol y tabaco mientras se inclinaba hacia mí.

—Eres una basura inutil. —su voz se convirtió en un susurro solo para mi. —Y en cuanto cumplas los 18 años, ella. —señalo a mi madre. —Ella misma te echará de esta casa.

Con eso dicho, estrelló mi cabeza contra la mesa, sentí como la sangre fluía desde mi nariz, me mareé, sentí mi rostro caliente, el sonido de una olla espress pitando en mis oídos y el dolor extendiéndose como veneno por todo mi cuerpo. Apenas y sentí como me levantaba y tiraba al suelo junto a los vidrios. Todo estaba borroso, viscoso, el dolor punzante en mis manos era lo único que me permitía saber que, a duras penas, seguía con vida.

—¡Ni se te ocurra ayudar a ese inutil! —le gritó a mi madre. —¡Prepárame algo de comer y recoge esta basura!

La puerta se cerró de golpe. Quedé tirado en el suelo, respirando pesadamente. El silencio que quedó atrás fue ensordecedor. Mi madre lloraba en su esquina, sin mirarme, ¿y yo? Yo con la visión borrosa y lleno de sangre me arrastré hasta mi habitación, recogiendo mis cosas del suelo como un perro.

Me desmayé en el suelo de mi habitación, no sé por cuánto tiempo, pero sé que lo que me despertó fue la forma insistente en la que mi teléfono vibraba. Con la poca fuerza que tenía tomé mi teléfono, la luz me cegó por unos segundos, era una alarma, la quité y vi que aparecían mensajes en la pantalla.

“¿Llegaste bien a casa?” “¿Te dormiste?” “Jajajaja, buenas noches. Liam” “Gracias”

Sonreí de forma débil antes de escupir sangre sobre la pantalla. Me levanté tambaleándome, caminé al baño a oscuras, tapé cualquier filtración con toallas y encendí la luz. La persona que estaba reflejada en el espejo estaba casi irreconocible, lleno de golpes, cortes y sobre todo de sangre seca. Volví a escupir sangre sobre el lavabo.

Mi respiración errática, mi corazón acelerado, mi cabeza zumbando y el dolor en todo mi cuerpo me hizo saber que esta era mi realidad, quise apretar el lavabo con mis manos, pero el dolor punzante en ellas me hizo caer en cuenta que tenía fragmentos de vidrio. Quité cada fragmento de vidrio de mis manos con cuidado y los dejé caer sobre un papel higiénico. Me desvestí y me metí bajo el chorro de agua fría. El líquido helado me hizo temblar, pero al menos entumecía el dolor de mi cuerpo por unos segundos.

Una vez limpio me paré desnudo frente al espejo, observe la sangre gotear lentamente de mi brazo hasta chocar con las blancas baldosas del baño. Rebusque vendas y apósitos. Solo encontré sobras, curitas pequeñas, gasas insuficientes y un vendaje raído. Improvisé lo mejor que pude para cubrir la herida de mi brazo.

—Mierda, mierda, mierda… —murmuraba mientras limpiaba la sangre del baño, una vez termine me envolví en una toalla y salí del baño tanteando mi camino con las manos.

Ya sabía qué hacer después, uniformarme sin camisa, ponerme mi hoodie, meter libros y camisa en la mochila, y salir de casa antes de que alguien despertara. Como siempre, me escabullí hacia la enfermería de la escuela. La señora Lara estaba escribiendo algo cuando entré, no volteo a verme.

—Las clases aún no comienzan. —habló sin levantar la vista de la hoja. —Si quieres permiso para saltarte deportes debes–

Dejó de hablar en cuanto levantó la vista y me vio, no dijo nada y yo dije menos que ella. Me senté en la última camilla, dándole la espalda. Con calma me quité la hoodie dejando expuesto mi cuerpo golpeado; ahogó un grito antes de comenzar a limpiar y vendar mi cuerpo. Sus manos eran suaves, cuidadosas.

—¿Señora Lara? —ella respondió con un “uhm” sin dejar de trabajar. —Por favor, deje de morderse el labio.

Se detuvo por un momento, luego continuó con lo suyo como si nada. No preguntó nada, justo como había prometido la primera vez que entré en la enfermería en un estado peor que este, aún así, su preocupación era más evidente que la supuesta “preocupación” que tiene mi madre hacia mi.




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