《Si me aferro a esto, ¿realmente estoy viviendo…
o solo postergando el final?》
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Cuando las clases acabaron, caminé directo al trabajo. Hice el cambio de turno con mi compañero, dejé mis cosas en el depósito y me puse la camisa de la tienda. El mismo ritual de siempre: organizar estantes, barrer, fregar el piso y atender a los clientes con una cortesía automática.
Aburrido, vacío, sin gracia. Esto me cansa.
Las horas pasaron con una lentitud exasperante hasta que cayó la noche, y con ella, la lluvia. Miré el reloj. Faltaba poco para la hora de cierre. Me tomé mi tiempo dejando las cosas relativamente organizadas, lanzando miradas ocasionales a la ventana con la esperanza de que la lluvia cesara. Para mi suerte, eso no sucedió.
Cuando finalmente cerré la tienda y me preparé para enfrentarme a la tormenta, un paraguas negro apareció sobre mí.
June.
Me cubría con su paraguas mientras se estiraba en un intento de alcanzarme. Bajé un poco la cabeza para que no tuviera que esforzarse tanto. Sus ojos oscuros hoy estaban opacos, y me miraban con una calma imperturbable.
Nos quedamos así, en silencio. El único sonido era el de la lluvia golpeando el pavimento y el leve repiqueteo de las gotas sobre el paraguas. Entonces, después de un largo rato, ella habló.
—¿Todavía quieres morir?
Parpadeé, sin saber si había escuchado bien, y me quedé en silencio. No porque no tuviera una respuesta, sino porque no esperaba la pregunta.
El sonido de la lluvia se volvió más fuerte, o tal vez era mi propio pulso en los oídos. Miré a June, aún me protegia de la lluvia con su paraguas negro, con sus ojos oscuros y opacos mirándome con una calma que no entendía.
—¿Eso es lo primero que dices después de cubrirme de la lluvia? —murmuré en respuesta.
June inclinó un poco la cabeza, sus ojos formaron dos pequeños arcos.
—Es lo único que importa.
No había dramatismo en su voz, compasión, o sorpresa, solo una certeza inquietante. Sentí la garganta seca. Me metí las manos en los bolsillos, no para buscar algo, sino porque no sabía qué hacer con ellas.
—Conoces mi respuesta, aun no has logrado mucho.
Ella dejó escapar una risita suave y asintió ante mi respuesta.
—Entonces me quedo.
—¿Hasta que pase el mes? Ese fue el trato..
Tomé el paraguas de su mano, levantándolo a mi altura. June levantó ligeramente los hombros como si no le importara mucho nuestro trato.
—Hasta que digas que no.
No supe qué responder. La lluvia seguía cayendo, golpeando el paraguas. Ella no se movió, y yo tampoco. Me quedé mirándola, esperando que vacilara así fuese por un segundo, pero no lo hizo.
—¿Qué ganas con quedarte? —pregunté al final.
June ladeó la cabeza, como si la pregunta le pareciera innecesaria.
—Egoísmo. —dijo con firmeza. —Saber que vives por mi.
—No vivo por ti.
—Pero sigues aquí por nuestro trato ¿no?
Me dejó sin palabras. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios, porque ella tenía razón, sigo aquí por un estupido trato, y fue ella quien me lo ofreció. El viento cambió de dirección y algunas gotas de lluvia alcanzaron su rostro. No se movió. No apartó la vista, y yo tampoco lo hice.
—No eres mi niñera.
—No.
—Ni mi salvadora.
Ladeo la cabeza y dejó escapar una leve risa.
—Quizás, un poco si. Aunque no te guste admitirlo.
Me quedé mirándola, sin saber si responder o simplemente aceptar sus palabras en silencio. June no insistió. Solo me observó, con la lluvia repiqueteando sobre el paraguas.
—Vamos —dijo al final, girándose con calma.
No pregunté a dónde, ni por qué. Solo la seguí. Caminamos por calles mojadas y desiertas, con el único sonido de la lluvia y nuestros pasos. La luz de los faroles temblaba en los charcos, reflejando un mundo distorsionado.
—Esto es diferente a nuestras charlas habituales. —hablé después de un rato.
—Sigue teniendo nuestra esencia ¿no?
Caminamos un poco más hasta que se detuvo frente a una máquina expendedora, iluminada en medio de la noche lluviosa. Revisó sus bolsillos y sacó algunas monedas.
—¿Quieres algo? —preguntó metiendo las monedas en la ranura de la máquina, presionó un botón al azar.
—No. —dije negando con la cabeza.
La máquina zumbó y dejó caer una lata, June la tomó, pero no la abrió de inmediato. En lugar de eso, leyó el nombre de la bebida.
—Cherry Kiss. —frunció el ceño. —¿Beso de cereza? —murmuró algo inaudible al final. —¿Qué se siente besar a alguien? —preguntó de la nada.
La miré sin decir nada, no tenía respuesta, porque nunca habia besado a nadie en ningún lugar que no fuese la mejilla. Abrió la lata y bebió un sorbo.
—No lo sé.
—¿Nunca has besado a alguien? —negué con la cabeza. —Yo tampoco.
Sus palabras quedaron flotando entre nosotros, mezclándose con el sonido de la lluvia.
—Entonces, ¿por qué preguntas?
—Porque me pregunto si me estoy perdiendo de algo.
Volvió a tomar otro sorbo, como si no hubiera dicho nada importante. Luego extendió la bebida hacia mí.
—¿Quieres probar? —negué apartando su mano con un pequeño gesto.
—Hoy te comportas de manera extraña.
Ella se quedó en silencio, con la lata aún en la mano, sujeta entre sus dedos delgados. No sabía en qué estaba pensando. La lluvia seguía cayendo, rebotando contra el metal de la máquina expendedora, contra el pavimento, contra nosotros.
—¿Qué piensas? —pregunté al final.
Ella giró la lata entre sus manos y la observó como si las letras en la etiqueta tuvieran una respuesta a mi pregunta.
—Nada en especial.
No le creí.
Se encogió de hombros restando importancia.
—A veces, solo quiero hacer cosas sin motivo.
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Editado: 30.06.2025