《Si apago las luces… ¿alguien me extrañará?》
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Nuevo día, misma rutina. Bañarme, cambiar las vendas, vestirme e irme. Bajé las escaleras con cuidado de no hacer ruido y me encontré con mi madre en la cocina con un par de velas encendidas para que la luz no subiera al segundo piso.
—Hijo, te hice el desayuno –dijo con una sonrisa que se veía forzada. —Hice tu favorito.
Deslizó el plato hacia mí, huevos con tostadas y salchichas, también deslizó un vaso con jugo; la miré, su sonrisa tensa, esperando mi reacción; luego miré el plato, el olor del desayuno era casi acogedor, casi, porque acogedor nunca ha sido. Sonreí, una sonrisa amarga.
—¿Por qué? –pregunté.
—Eres mi hijo y te amo.
No pude evitar reír de forma sarcástica. Amarme decía, tenía tal descaro de hacerme un maldito desayuno, decir que era mi favorito y decir que lo hacía porque me amaba.
Hipocrita de mierda.
Deslicé el plato hacia ella y la miré directamente a los ojos.
—¿Mi favorito? –reí sin gracia. —¿Siquiera sabes lo que me gusta?
—Era tu favorito de niño, tu siempre-
—Cállate –susurré entre dientes. —No, no era siempre, solo era cuando cocinabas tú, porque era papá quien mayormente cocinaba el desayuno, pero cuando él murió te convertiste en una perra en celo en busca de afecto que se convirtió en mujer olvidando que primero debía de ser madre.
Paff.
Sentí la sangre caliente bajar por mi labio, la mejilla me ardía como el infierno. Giré a verla, su respiración era agitada, en sus ojos ya se acumulaban lágrimas. Como siempre, su solución es llorar.
—Tú no sabes nada Liam.
—Lo sé, lo sé todo, porque yo soy el que siempre ha tenido que sufrir las consecuencias de tus acciones, pero no te importa, porque nunca te importé.
No esperé respuesta, no estaba dispuesto a recibir otra bofetada, salí y el aire frío de la mañana me recibió. Respiré hondo y caminé a la escuela. Cuando llegué me dirigí a mi aula y me senté en mi asiento ocultando mi rostro entre mis brazos.
Día de mierda.
No pasó mucho tiempo antes de que Evan me tocara el hombro y dejara una caja de jugo de manzana sobre mi escritorio.
—Me preocupé ayer –dijo cuando se sentó. —Cuando fui a tu trabajo y no estabas me asusté.
—Estuve en el hospital –respondí levantando mi cabeza. Abrí el jugo y busqué una pastilla para el dolor en mi mochila. —Tengo un brazo fisurado.
Le mostré mi brazo con la venda cambiada, picaba porque ajusté mucho la venda, Evan miró mi brazo, luego giró su cabeza y miró al frente.
—Sabes que si lo necesitas mi mamá te acepta en casa.
—Lo sé, pero no quiero meterlos en problemas. –respiré hondo. —Solo faltan dos meses.
El profesor llegó e inició la clase, algo sobre la resistencia que pueden llegar a tener los materiales y cómo ciertos objetos pueden soportar más peso del que aparentan hasta que se quiebran.
Apoyé la cabeza sobre la mesa y me puse a mirar a través de la ventana, el cielo estaba gris, pareciera como si fuese a llover en cualquier momento.
Tenía la cabeza en blanco, y sin darme cuenta me quedé dormido, quizás fue por la pastilla, quizás por el cansancio. Evan me sacudió del hombro para que despertara.
—Es hora de irse.
—¿Qué? –pregunté confundido. —Debería de ser hora del receso ¿no?
—Dormiste todas las clases incluido el receso. –dijo Evan negando con la cabeza. —No quise despertarte porque realmente te ves cansado ¿dormiste bien?
—No, realmente siento que no dormí. –me estire un poco haciendo que el brazo doliera por la venda.
—Yo me voy, tenemos partido toda esta semana y hay que entrenar ¿vendrás a verme? –pregunto ya en la puerta del aula.
—Lo intentaré. –dije caminando a la puerta.
—Trae a esa chica si vienes. –gritó mientras corría por el pasillo.
No dije nada, solo salí de la escuela directo al trabajo, hice cambio de turno y me puse a limpiar y organizar algunas estanterías que se estaban quedando sin productos. El día estaba siendo relativamente tranquilo, el flujo de clientes era bueno, no eran muchos, pero tampoco eran pocos, lo suficiente para atenderlos a todos de forma fluida.
Afuera, la luz fue cambiando de dorado a gris, y en algún momento ya era de noche; nuevamente June no había venido, quizás porque seguía enferma, quizás no. Organicé la tienda y cerré.
Observé el cielo oscuro, no llovió, esperaba que camino a “casa” no lloviera.
—Hola. –saludo June.
Ya su apariciones repentinas no me asustaban, era algo que parecía que le gustaba hacer. Le devolví el saludo con un asentimiento.
—Creí que no vendrías.
—Yo también. –dijo encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisa. —Pero aquí estoy.
—¿A dónde vas esta vez? –pregunté.
—A ningún lugar en particular. –dijo metiendo las manos a los bolsillos de su pantalón. —Solo compañía silenciosa. ¿A dónde vas tú?
—Iré a dormir.
—Te sigo.
—No tienes que.
—Lo sé, pero quiero hacerlo. –dijo con su sonrisa. —Compañía silenciosa.
No dije nada. Solo empecé a caminar, y ella se puso a mi lado.
Durante un rato, lo único que se escuchaba eran nuestros pasos sobre la acera y el ruido distante de uno que otro auto pasando de vez en cuando. El aire estaba frío, y el cielo, todavía más oscuro que cuando cerré la tienda.
De reojo, vi que June caminaba con las manos hundidas en los bolsillos y la vista al frente, tarareaba algo para sí misma. No parecía incómoda con el silencio; al contrario, era como si lo disfrutara. Seguimos en silencio hasta que mi calle apareció a lo lejos.
Nos despedimos solo con un asentimiento de cabeza, yo entré y ella supuse que se fue apenas cerré la puerta.
Una lata de cerveza me golpeó en la sien haciéndome sangrar. El borracho de mi padrastro se levantó de su sofá y se me acercó extendiendo la mano, el olor a mierda y cerveza me golpeo en la nariz.
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Editado: 15.08.2025