La historia de cómo se convirtió en cazador no era heroica.
Tenía doce años cuando los oficiales llegaron a su aldea.
Había sido elegido por aptitud emocional, una manera elegante de decir que no lloró cuando su hermano fue asesinado por un ángel, no gritó, no corrió, solo vio hacia el cielo y eso bastó.
Valmora entrenaba a sus cazadores desde la infancia. Silencio , disciplina, obediencia. Tres años de entrenamiento. Dos años de servicio controlado. A Los diecisiete, licencia plena, cazar, matar, no cuestionar.
Pero lo que nunca le dijeron, era que los rostros de los ángeles, no siempre eran monstruos. Algunos lloraban, algunos huían, algunos se parecían más a los humanos de lo que debían admitir.
Arseni se dirige hacia Kareth un reino que se caracterizaba por ser el más árido de los tres reinos del continente, en ellos estaba Valmora el reino principal y claro el mas grande todos, el segundo era Skelvar, un reino donde el invierno perduraba por más tiempo del normal, con una reina como soberana, y por último Kareth un reino que poseía tierras vastas y en el cual no florecían las flores ni había árboles.
Arseni se dirigió hacia este último, se mantuvo en viaje por un día, se detuvo al anochecer para acampar.
Acampo sobre un barranco. El cielo se abría sobre él, salpicado entre estrellas.
Encendió el comunicador, sin señales.
Apretó los dedos alrededor de la piedra de reconocimiento- una piedra que ardía levemente cuando un ángel estaba cerca- y se sorprendió al sentirla…tibia.
Solo por un momento.
Después, nada
Arseni frunció el ceño, la guardó de nuevo en su cinturón y miró al cielo como si esperara respuestas que no llegaron.
Mañana seguiría explorando, el bosque lo esperaba
Al amanecer en los límites del reino, no tenía la calidez de Valmora.
El sol tardaba más en colarse entre las copas de los árboles, y la niebla era tan densa que el mundo era suspendido en una respiración contenida.
Arseni bajó de su transporte y revisó el terreno con ojos expertos. Hojas pisoteadas, cortezas rajadas por garras. Nada inusual para los bosques exteriores pero algo se sentía distinto, como si las sombras no pertenecieran del todo a los árboles.
Sacó la piedra de reconocimiento...Silencio, la piedra emite calor, no lo suficiente para alertar pero lo suficiente para despertar su atención.
Siguió el camino del río. A medio día, llegó a un pequeño pueblo. Uno de esos asentamientos olvidados que se mantienen solos, con miedo a los forasteros y más aún a los cazadores.
-No buscamos problemas-dijo un hombre mayor desde la entrada del almacén, apenas Arseni puso un pie en la plaza de tierra.
-No los traigo-respondió Arseni con calma
-Hay rumores- agregó el hombre, sin acercarse- Hablan de una criatura en los árboles. No la han visto…pero sienten su presencia.
Eso bastó para Arseni.
No pidió más detalles. El miedo de la gente ya era una pista suficiente.
Pasó la noche a las afueras del pueblo. No por precausion, sino por costumbre. Su presencia incomodaba y eso él lo entendía.
Esa noche soñó con los muros de entrenamiento de Valmora.
Con gritos.
Con el frío acero de los cuchillos.
Y con una voz: la del instructor principal Los ángeles no tienen alma. No los mires. No les hables. No les creas.
Despertó sobresaltado.
El sueño lo había visitado muchas veces pero esta vez algo era diferente. En medio del entrenamiento, había visto un rostro. Uno que no reconoció. Uno que no pertenecía a su pasado.
Era pálido con ojos brillantes como relámpagos contenidos como si esperara a lanzar un rayo.
Y no lo miraba con odio.
Sino con tristeza.
A la mañana siguiente, volvió al bosque y entonces, entre los árboles, encontró algo.
No un cuerpo. No una criatura. Sino una especie de altar improvisado: ramas cuidadosamente trenzadas, con pétalos secos en el centro, formando un símbolo antiguo. Uno que Arseni reconoció de uno de los libros prohibidos que le había confiado Andrei, un símbolo de resguardo usado por los antiguos ángeles para proteger un espacio sagrado.
El símbolo estaba roto.
Deliberadamente.
Arseni no sabía por qué, pero algo se agitó en su pecho.
No tenía miedo. No estaba alerta.
Curiosidad...
De regreso al campamento revisó su escáner de energía celestial.
Las pulsaciones eran más fuertes.
Lentas, constantes, como un latido.
El bosque lo esperaba.
Y sin saberlo, también lo hacía alguien más.