El viento árido de Kareth soplaba fuerte, levantando nubes de polvo que se pegaban a la piel como brasas apagadas. Arseni ajustó el manto oscuro sobre sus hombros y chasqueó la lengua. kael avanzaba a su lado, sus patas pesadas hundiéndose en la arena reseca.
El lobo iba inquieto. No corría libre ni trotaba como de costumbre, sino que mantenía la cabeza baja y las orejas rígidas, girándose una y otra vez hacia el vacío.
-Otra vez- susurro Arseni observando lo de reojo.
No era simple paranoia. Kael jamás se equivocaba.
El cazador respiraba profundo. Kareth no era como Valmora, donde las aldeas aún mostraban algo de vida, aquí, las casas de adobe se erosionan sin habitantes, los pozos estaban secos y los caminos se borraban con cada tormenta. Era un reino condenado a desaparecer, y sin embargo, era el lugar perfecto para esconderse .
El gruñido de Kael lo sacó de sus pensamientos. El lobo se adelantó unos pasos, erizando el pelaje. y se detuvo de golpe frente a una duna. Arseni bajo la mano a la empuñadura de su arma.
Un silbido corta el aire. Una flecha se clavó en la arena, a centímetros de su pie.
-Bandidos-murmuró, justo antes de que tres figuras emergieron desde lo alto de la duna. Sus ropas eran harapos y sus ojos ardían con hambre y desesperación .
-Ese lobo vale más que tú, forastero-dijo uno apuntando con un arco tembloroso.
Arseni no respondió. Solo desenvainó su daga curva. Kael con un gruñido gutural, salto primero.
El caos se desató en segundos. El cazador esquivo un golpe torpe y contra ataco con precisión fría. No era la primera vez que veía humanos, perdidos al borde de la locura y no sería la última…todo por los ángeles.
En cuestión de minutos, los sobrevivientes huyeron, dejando sangre en la arena, Arseni guardó su daga con una expresión seria, acariciando el cuello de Kael para calmarlo
-Lo se, compañero. No eran ellos lo que te inquietaban
El lobo seguía con la mirada fija en el horizonte vacío, jadeando con fuerza. Arseni también lo sintió entonces: un peso en el aire, como si la atmósfera se hubiera espesado. No era la violencia de los bandidos, no era la amenaza de una bestia. Era algo más profundo.
Como si la arena misma respirara.
El cazador montó sobre Kael y lo guió entre dunas, con el sol descendiendo en el horizonte. La luz rojiza del atardecer alargaba las sombras , y en una de ellas creyó distinguir una figura humana, inmovil, observando desde lo alto de una colina.
Parpadeo y la figura ya no estaba.
Kael en cambio gruñía con los colmillos al aire, como si aún pudiera verlo .