La noche había caído. El cielo cargado de nubes, ocultaban la luna. Arseni y Karea habían encendido una fogata pequeña, apenas lo suficiente para mantener alejados a los insectos.
El lobo de Arseni no dejaba de gruñir bajo, mirando hacia el bosque cercano. Kara acarició el mango de su lanza con los dedos tensos.
-No me gusta el silencio.-murmuró.
Arseni no respondió. Su mirada estaba fija en los árboles. Sentía el pulso de aquella energía oscura, cada vez más fuerte, más cerca. El mismo peso en el aire que tantas veces había precedido a una masacre.
Entonces el crujido de ramas quebrándose anunció su llegada. Una figura emergió de la oscuridad, un ser retorcido, con alas negras desgarradas y ojos encendidos de un rojo enfermizo.
El aire se volvió gélido. Arseni sintió de inmediato como sus emociones eran drenadas, como si algo absorbiera sus miedos, su rabia, incluso su dolor. El mareo lo golpeó con fuerza. El mundo giraba, las sombras parecían moverse con vida propia.
Kara gritó su nombre, pero su voz sonaba lejana.
Entonces lo escucho.
No voy a dejar que te quiebre…Levántate, cazador.
El calor se concentra en el pecho de Arseni, devolviéndole aire a los pulmones y fuerza a sus piernas. Su visión se aclara, el mareo se desvanece y cuando levanta la mirada, ve por un instante la silueta de Déniil detrás de él, con sus alas desplegadas y los ojos más brillantes que nunca como brasas contenidas.
No era una ilusión, lo estaba ayudando.
El lobo de Arseni salto hacia adelante, interponiéndose entre su amo y la criatura, gruñendo con furia. Kara levantó su lanza, lista para atacar.
Arseni sostuvo su espada, todavía temblando, y en su mente escuchó un último eco antes de lanzarse a la batalla.
Sobrevive
La fogata se apagó con un golpe de viento. El corrompido rugió, abalanzándose sobre ellos y Arseni sintió el ardor en su pecho, ya no estaba solo, aunque todavía no entendiera por qué.