Capítulo 1 | La primera foto
Mi madre está demasiado nerviosa. Mientras esperamos que la doctora vuelva a la consulta y nos de mis resultados, ella solo está moviéndose agitadamente por la consulta. Yo estoy sentada, y mis ojos ruedan cada vez que mi vista alcanza a ver a mi madre.
Estos días atrás estoy bastante más cansada de lo normal. Estar así es rutinario en mi vida, desde pequeña padezco una insifuciencia cardíaca, para ser más exacta, IC de grado IVA. Esto viene a ser, más o menos, que sufro una limitación de ejercicio muy severa e incapacidad para realizar cualquier actividad física. Mis síntomas aparecen hasta en reposo, cosa que me distingue de los otros grados de IC.
Soy Elizabeth Crowley, tengo 25 años y una vida de mierda. Aún sigo siendo la niña de papás, no me dejan valerme por mi misma y aunque sí es cierto que tengo restricciones, mi vida podría haber cogido un rumbo más... independiente.
Cuando me diagnosticaron esta enfermedad yo apenas tenía 5 años, y a base de medicamentos y mucho tiempo en el hospital he conseguido llegar a hoy. Todo se lo agradezco a mis padres, mis cuidados, su dedicación... pero yo me siento algo normal, a pesar de eso. Y mi cuerpo me pide salir, conocer gente... trabajar...
Cuando salí del instituto me costó convencer a mis padres para estudiar en la universidad, me reiteraron que yo no necesitaba trabajar ya que ellos estaban dispuestos a cubrir todas mis necesidades. Pero mi necesidad era sentirme normal... y accedieron meses después a que estudiara lo que era mi sueño desde pequeña; fisioterapia.
La entrada de Kendra, la doctora, me sobresalta de mis pensamientos. Ella es como mi segunda madre, ha llevado mi caso desde pequeña y sé que ella me ve como una hija más.
—Elizabeth— me mira con gesto serio— Sophia— saluda a mi madre y ésta se sienta. Kendra hace lo propio y comienza a mirar con detenimiento mis resultados. Aunque cuando vine a hacérmelos no me encontraba nerviosa, ahora he de admitirlo que lo estoy.
Estoy acostumbrada a pasar un examen médico cada muy poco, pero Kendra me transmite algo que nunca había sentido.
—No...— sus manos comienzan a temblar, al igual que su mirada—No sé como deciros esto.
Mi madre aprieta con fuerza mi mano, ambas sobre la mesa de la doctora. Sus ojos comienzan a entumecerse incluso antes de escuchar lo que Kendra tiene que decirnos.
—Por favor— musita mi madre rompiendo a llorar. Yo la miro asustada, es como si ambas se hubieran comunicado con la mirada y mi madre ya estuviera al tanto de lo que ocurre. Paso mi brazo sobre su cuello para intentar animarla, aunque aun no sé que está pasando.
—Elizabeth, cariño— posa su mano también sobre la mía y la de mi madre, y noto su piel como está fría—. Hay que ser fuertes—una pequeña lágrima se escapa de sus pequeños ojos—Te queda muy poco tiempo de vida— murmura apenas sin entenderla por el nudo de su garganta.
En ese momento todo se congela; todo. No sé que hacer, no sé si llorar, no me sale, no sé si gritar, mi garganta se encuentra paralizada este momento.
—Tu corazón apenas bombea la sangre...— añade intentando excusarse como si la culpa fuera suya.
En ese momento escucho como mi madre rompe a llorar sin consuelo y comienza a golpear con rabia la mesa mientras grita que todo es muy injusto.
—¿Cuánto?— pregunta a modo de exigencia. Su voz transmite desesperación y un terrible dolor, que me desgarra desde lo más profundo de sus entrañas.
No logro sentir mi dolor, pero sí el de ella.
—No quiero saberlo— murmuro mirando al suelo, en shock. No quiero saberlo. No quiero que mi vida se convierta en una puta cuenta atrás.
Mi madre para por segundos de llorar y se sienta delicadamente a mi lado, mirándome con unos ojos llenos de tristeza a punto de volver a explotar.
—Será como tú quieras—susurra con tono dulce y tierno. Toda mi vida ha sido muy difícil, y siempre supe que no viviría tanto como cualquier persona normal. Toda mi vida no podía estar escondida a los problemas que podrían causarme una muerte segura... pero nunca pensé que todo fuera tan prematuro. Solo tengo 25 años.
Salimos de la clínica y todo es silencio. Mi madre y yo nos montamos en el coche familiar y nos volvemos a casa. Yo la miro de reojo y sé que está totalmente hundida.
<<Yo también lo estoy>>
Perder a una hija tiene que ser horriblemente cruel e injusto. Yo sé que el dolor de mis padres por esta noticia triplicaría el dolor que pudiera sentir yo.
Miré por la ventanilla y vi como la vida seguía adelante después de esta noticia. Yo me voy a morir, pero el mundo va a seguir adelante sin mi. Yo sé que tras mi muerte mis padres sufrirán, pero también sé que seguirán adelante. Pero... ¿Qué será de mi?
Ese pensamiento produce un gran pinchazo en mi corazón. Suspiro para aliviarme, y mi madre me mira con preocupación. Intento que no sepa que la veo, no quiero hablar de nada.
Solo necesito llegar a mi habitación y asimilar todo.
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Editado: 24.09.2018