Efímero

Capítulo 10

Capítulo 10 | Quédate con Pompidou 

Narrador omnipresente.

La puerta de la sala de operaciones hace horas que se cerró. Matt está sentado en una de esas frías sillas de plástico; tiene miedo, aunque no quiere llorar. Revisa con la mirada cada dos por tres a los familiares de Elizabeth, algunos lloran, otros simplemente no dicen nada.

La madre de Elizabeth, por su parte, está totalmente sedada y tumbada en uno de los sillones acolchados que están para los que pasan la noche en el hospital cuidando de sus familiares enfermos.

Es un ambiente muy triste; todos saben lo que probablemente está sucediendo, pero nadie dice nada.

Matt se tortura en los más profundos de sus pensamientos el no haber pasado esos días con Elizabeth; piensa que ha sido un estúpido, un estúpido con demasiado miedo.

Lo único que le queda es rezar para que sus pensamientos no sean los reales, y que Elizabeth salga por aquella puerta viva.

Por aquella puerta que lleva horas y horas cerrada.

Hace rato que ninguno de los familiares de Elizabeth hablan. Elizabeth lleva diez horas en el quirófano.

La doctora Kendra no hace nada más que preguntar en la recepción qué está pasando ahí dentro, pero segundos después, es su ex marido quien les comunica la noticia.

Todos se levantan al verle acercarse por el pasillo. Todos comienzan a tiritar, Matt no se siente capaz si quiera de levantarse de aquella fría silla de plástico.

-Lo siento...- murmura en un suspiro el doctor Whiteapple. Kendra nunca lo había visto tan dolorido con un paciente. Con la muerte de un paciente.

Kendra tarda en reaccionar, tarda en darse cuenta de que Elizabeth no ha superado la operación, al igual que todos. A todos les cuesta darse cuenta de la realidad.

Aunque la madre de Elizabeth sigue dormida.

Matt se queda con los ojos abiertos; no llora, no habla, ni si quiera pestañea ni respira. Solo asimila, asimila la información.

Es injusto, es lo único que se escucha en esa sala. Esas palabras y miles de sollozos después. Todos lo han asimilado, y ahora sufren. Pero Matt no, Matt no se ha dado cuenta de nada.

El señor Crowley agarra de la bata verde menta estéril del doctor Whiteapple y le zarandea, pidiéndole desesperadas explicaciones.

La madre de Elizabeth comienza a abrir los ojos, y todos se abalanzan sobre ella, percatándose de la triste realidad.

Matt esconde su cabeza entre sus brazos temblorosos, y comienza a tirar de su cabello. Puede que esté comenzando a asimilar la terrible desgracia.

Terrible y esperada desgracia.

Sollozos espantosos y desgarradores emanan de la garganta de la señora Crowley. Gritos desesperados.

Los mismos que tiene Matt en su cabeza.

No volveré a verla...

Susurran sus pensamientos con miedo a decirlo en voz alta y se hagan realidad.

La madre de Elizabeth es ingresada. Todos comienzan a irse de aquella terrible sala. Todos menos Matt, que sigue en aquella fría silla de plástico. Kendra es la única que se da cuenta del estado de Matt, y también llorando, se sienta a su lado.

-Lo siento tanto...- murmura con una voz rota la mujer al joven rubio que apenas respira.

Kendra se percata del estado de shock que está sufriendo Matt. Matt no llora, pero Matt está destrozado.

Kendra agarra el teléfono de Matt, y marca algunos teléfonos hasta que da con el amigo de pelo color verde y rápidamente le dice que irá allí por él.

Kendra coloca con cuidado el móvil al lado del joven, pero él no responde. Él ya no es él.

Poco después, David y Stella llegan a por él. Aunque no lo dice, Stella se siente profundamente mal al enterarse de lo ocurrido; la última vez que ella la había visto la había dejado sola en una fiesta de desconocidos. Y se tortura por ello.

Es el entierro de Elizabeth. David se ha tenido que encargar de vestir a Matt, él sigue sin hablar, sin mostrar la sonrisa que tanto le gustaba a Elizabeth al mundo.

Todos visten de negro, triste, con ojos llorosos, alrededor de la pequeña tumba de Elizabeth. Ella siempre había sido muy poquita cosa.

La señora Crowley apenas puede tenerse en pie. Le duele el haber perdido a Elizabeth, como nunca en todos los años que sabía que ocurriría hubiera imaginado, pero más duele el sentimiento de culpa que retumba en todo su cuerpo.

Nadie ha podido ver a Elizabeth desde que entró por la puerta del quirófano. Ella había dejado escrito, al parecer, sin que nadie supiera nada, que quería donar sus jóvenes órganos para salvar vidas.

Elizabeth había perdido la vida, pero la vida había perdido a una persona tan buena y de un corazón tan transparente, que nunca podría recuperarse.

Matt tiene que ser sujetado por David y Stella; desde que el doctor Whiteapple pronunció aquella terrible noticia, Matt no ha hablado, ni si quiera ha dormido. No está.

El cura que oficia el entierro también le es imposible no llorar. Los enterradores bajan el ataúd de Elizabeth al fondo de la tierra, y lo único que se escuchan son desgarradores quejidos, prominentes de todas las gargantas, excepto la de Matt.

Es hora de irnos, susurra David en el oído de Matt. Stella y David agarran a Matt y lo dirigen al coche antiguo negro de David.




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