El Puck vio al Edda Negro, despatarrado, durmiendo la siesta bajo el nogal. ¡Y no lo pudo soportar! Se aprovisionó de nueces y con ojos desorbitados y una sonrisa picarezca comenzó a lanzarlas como granadas en su dirección. Ni a las Ninfas del aire que peinaban sus brillosos y largos cabellos en el alto pino, ni al puñado de Leprechaum que elegía metódicamente las varas de maderas para remendar los zapatos de la Gente Pequeña, sorprendieron la mala puntería del atrevido Puck. Y éste, alterado por las burlas, volvió a aprovisionarse de nueces y buscó hacerlas llover sobre las cabezas de Ninfas y Leprechaum, quienes rápidos de reflejos, se escondieron bajo las raíces de un enorme abeto, que comenzó a vibrar violentamente ante la lluvia implacable de nueces a medio pelar.
Las ramas más altas del árbol vibraron también, despertando a una pareja de jóvenes águilas que cuidaban su nido con brava fiereza. Y , enojadas por las nueces que llovían emprendieron vuelo contra el Puck, que ahora corría despavorido por entre las ramas de una enredadera. Y con un chasquido de sus dedos, al sentirse en peligro, el Puck encendió las regaderas automáticas que poblaban aquel bello jardín y alimentaban al huerto, mojando a diestra y siniestra, a águilas, Ninfas y Leprechaum; lo que sólo provocó que más nueces a medio pelar empezaran a volar en una y otra dirección, haciendo una trifulca épica, como no se había visto hacía mucho tiempo.
Unos ojos cansados observaban, a través de un ventanal, todo aquel desorden fenomenal, sin sospechar que así se divertían en el Reino Elemental, sólo percibiendo un fuerte vendabal, sin poder ver nada más.
Y mientras las Ninfas maldecían al Puck por el lodo en sus cabellos, y le lanzaban hechizos a los Leprechaum para que no encontraran las maderas que buscaban, por haberse sumado a la batalla; y mientras el Puck se desenredaba de la enredadera que lo estrujaba, y las águilas le hacían cosquillas, picoteándole los pies, el silencio y la quietud volvieron a reinar en ese atardecer.
Y como si eso fuera una señal, el Edda Negro, que no se había enterado de nada, despertó somnoliento. Y viendo todo calmo y todo en silencio, se sintió travieso de repente. Divisó al Puck que, ahora libre de la enredadera, escalaba un viejo ciprés y, con certera puntería, le lanzó una nuez... ¡Y todo comenzó otra vez...!