Egoísmo y cobardía

Fin del primer día

CHARLOTTE

 

El comienzo de mi primer día fue desastroso, pero gracias a una fuerza desconocida, después de aquel espectáculo, no ocurrió nada más. El riquillo permaneció en su oficina, y yo permanecí sobre mi escritorio organizando un par de documentos.

Al faltar poco para que acabara mi jornada laboral, estaba viendo mi reloj de muñeca impacientemente. Solo hacían falta un par de minutos para dejar este piso de locos.

Mañana cual sería el espectáculo. ¿un intento de suicidio con una banana?

—Solo dos… —Hablé. Solo hacían falta dos minutos para ir a casa, y no era que deseara regresar tan apresuradamente, pero si no salía con prisa, se acabarían las ofertas de descuento en el supermercado.

¡Elijan todo menos las croquetas de pollo!

—¿Quieres ir al baño? —Su voz baja provocó que diera un pequeño salto de mi silla.

¿En qué momento había llegado la anguila con patas?

—No señor. Solo tengo prisa —Informé recogiendo la poca dignidad que me sobraba. Siempre que pensaba que estaba sola, empezaba a mover mi pierna derecha como si estuviese conduciendo un auto.

Tal vez en mi vida pasada fui un piloto de fórmula 1.

—Así que usas pañal. Eso es innovador. —Dirigí mi mirada hacia él. Una sonrisa fue lo que me regaló.

—¿Cómo lo supo?, suelo robarle los pañales a su padre… —Mi comentario fue involuntario, aunque no lo parecía.

Es solo que era de ese tipo de personas vengativas. Las cuales le pisas un zapato y ellas destruyen un vidrio de tu casa.

Así de vengativa.

—Mi papá usa un tapabocas extra grande. —Volvió a sonreír.

Contuve, con todas las fuerzas de mi ser, la risa que pretendía salir. Porque vamos, los chistes estúpidos hasta el día de hoy continúan causándome risa.

Aún no logro superar los chistes de primaria, que vergonzoso…

—Podés irte. No hace falta que esperés a que sea la hora exacta —Indicó él. Se acercó al escritorio, bajó su cuerpo y apoyó sus codos y brazos sobre la mesa. Su rostro se halló tan cerca que tuve que retroceder la silla. —. Será un gusto trabajar contigo.

En verdad no podía comprender la personalidad de esta persona.

¿En realidad era tan cínico?

—¿Hacemos un pacto de sangre? —Propuso mientras yo me paraba rápidamente de mi silla. —No hace falta. —Mencionó. —Ya veo que prefieres cerrar los tratos de manera corporal —Separó sus brazos del escritorio y enderezó su cuerpo. —Apartamento, Hotel, motel, ¿o prefieres los parques?

Lo observé con indignación.

—Esto es acoso laboral —Informé. Tomé mi bolso y lo colgué en mi espalda.

¿Recuerdan cuando dije que no solía ser muy femenina?, pues las carteras o bolsos de mujer me estresan. Solo logran concentrar el peso de todas tus cosas en un solo lado. ¡y Dios mío!, ni hablar de los tacones.

—No es acoso —Se defendió él. —. Te estaba preguntando en donde vivías. No me digas que… —El empezó a caminar hacia mí. —¿Pensaste en…?

—¿Todavía es tan inmaduro? —Emprendí mi caminar hacia el ascensor sintiendo un poco de vergüenza.

Me había atrapado en su juego de palabras.

—Perdón. Es que aún no me he envuelto en periódicos. —Respondió él.

¡Tienes que superar los chistes de primaria, por Dios!

Algo como esto no podía causarte gracia.

Presioné el botón para llamar el ascensor, y en unos segundos, el riquillo se situó a mi costado.

—¿Volverás mañana…? —Indagó.

—Espero ganarme la lotería esta noche. —Respondí.

—La compraré y me aseguraré de que no ganés. —Su voz se escuchó demasiado creíble.

¿puede ser que… tenga tanto dinero?

—Espero que regresés —Dijo. —. Se siente genial tener a una peli roja como secretaria. —Su voz fue igual a la de un niño al cual le dan un regalo en navidad.

Las puertas del ascensor se abrieron, y yo sin desear responder a sus palabras, ingresé. Él también ingresó.

—Por cierto, no sé tu nombre. —Comentó girando su rostro hacia mí. Las puertas del ascensor se cerraron.

Ahí fue donde me percaté que ni siquiera se tomó la molestia de leer mi hoja de vida.

Yo tampoco sabía su nombre. ¿será que… quizás se llame Peter?

¡Por Dios, ojalá sea de ese modo!, porque así podré llenarme la boca de felicidad al llamarlo Peter la anguila.

—Charlotte —Revelé. —. ¿Cuál es el suyo? —Dirigí mi mirada hacia él con entusiasmo.

Sus labios se abrieron lentamente, su garganta empezó a moverse y mis ojos a observarlo con detenimiento.

Ya podía escuchar la canción de fondo.

—Fredrik —Informó. Guardé silencio y permanecí observándolo. Él dirigió su mirada hacia mí. —. ¿Qué ocurre?, pareces decepcionada.

Las puertas del ascensor se abrieron.

—Su nombre suena a un refrigerador. —Fue lo último que comenté antes de dejar el ascensor. Caminé a través del pasillo y abandoné el edificio.

Me sentía decepcionada, en realidad era de ese modo. Pensaba que, por fin mis malas ideas para insultar habían provocado un insulto merecedor. Me sentí realizada por un momento, pero al parecer, aún seguía siendo una nevera con chancletas.

El frio de la ciudad llegó hasta lo más recóndito de mi piel. Mi nariz empezó con su súper sensibilidad hacia el frio y la brisa helada que entraba en mis ojos me provocaron sueño.

Mi celular vibró, a lo cual yo respondí sacándolo de mi abrigo. Un mensaje se iluminó en la pantalla de bloqueo. Detuve mi caminar y lo leí.

“¿Cómo has estado?, quisiera hablar contigo”

Guardé nuevamente mi celular y retomé mi marcha con pensamientos confusos en mi cabeza. Caminé hacia la parada de bus más cercana y me senté en una banca de metal.

Había sonidos de pitos por todos lados. En la esquina de la avenida se podía observar un trancón, y un hombre de apariencia vieja me dijo un piropo mientras esperaba que el semáforo cambiara a verde. Sacó su cabeza por su ventana y habló.



#4580 en Novela romántica
#1275 en Chick lit

En el texto hay: romance, drama, jefe y secretaria

Editado: 29.03.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.