Egoísmo y cobardía

Pendencia

CHARLOTTE

Después de recoger mis cosas, enfurecida y con ideas vagas en mi mente, salí del edificio y tomé el primer autobús que me acercara a mi departamento.

Me bajé a unas cuantas calles, hambrienta y sin deseos de simpatizar, pues aún seguía pensando en los acontecimientos anteriores.

¡¿Quién era ese imbécil?! 

Continúe caminando por las frías y poco transitadas calles hasta que llegué a mi edificio. Un edificio de seis pisos, color café y que, si te adentrabas a las escaleras por las horas de la tarde, podías percibir el aroma a chocolate recién hecho. Abrí la puerta después de sacar las llaves y empecé a subir las escaleras. Sentía mis piernas cansadas, mi mente agotada y pocos deseos de continuar trabajando. En dos días habían acontecido muchas cosas, cosas que, me hacían desear renunciar.

Pero vamos. Ya había tenido este pensamiento muchas veces. Cuando hay necesidad no podía permitirme el lujo de dejar ir este empleo.

No cuando puedo ganar tan bien…

Llegué a mi piso y doblé por el pasillo. Visualicé la puerta de al fondo, la puerta de mi departamento, con la persona que menos deseaba ver en estos momentos. Y probablemente en el resto del año.

Continué caminando y él se situó de pie rápidamente despegando su espalda de la puerta.

Estreché un poco más mis ojos y lo observé.

—Charlo…

—¿Qué haces acá? —Interrumpí deteniendo mi paso. Entre los dos se marcó una distancia de dos metros.

Él me observó confundido, tal vez sorprendido. Llevó sus manos a los bolsillos de su chaqueta y habló.

—Te envié un mensaje ayer y no respondiste… —Su voz fue baja y la sonrisa en su rostro me dio a entender que trataba de congeniar. —Por eso vine hasta acá. Pensé que te había ocurrido algo.

—¿Qué quieres? —Procuré verme decidida.

Él desvió su mirada hacia un costado, observó la pared y habló en un tono bajo.

—Quería saber si estabas bien… —Dirigió su mirada nuevamente hacia mí. —Es todo.

Aun manteniéndome firme, caminé hacia la puerta mientras buscaba las llaves del departamento en los bolsillos de mi falda.

Pasé a su costado ignorándolo por completo.

Aunque hubieran pasado tres meses, aún me dolía pensar que, la persona a la que le entregué todo, fue capaz de acostarse con mi única amiga.

Hasta el día de hoy me es difícil pensar quien es más culpable. Si él por haberme traicionado, o ella por haberme hecho creer que era de confianza.

Metí la llave en la cerradura y abrí la puerta. Antes de poder ingresar, sentí como una mano tomó mi brazo con fuerza.

—Hablemos…te lo ruego —Pronunció.

Giré mi cuerpo y lo observé.

—No hay nada de qué hablar, Joel —Me zafé de su agarre.

—¡Que hablemos! —Gritó. En su rostro pude percibir esa ira característica que lo identificaba. Su ira se trasformó en desconcierto, para después cerrar sus ojos y llevar una de sus manos a su frente. —Perdona… no deseab…

 —Te pido de corazón que no vuelvas a buscarme. —Interrumpí. —Si lo haces tendré que recurrir a un juzgado —Recorrí todo mi corazón intentando reunir valor. Apreté las palmas de mis manos, le ordené a mis ojos que no lloraran, y le supliqué a mi voz que no se quebrara mientras lo veía a los ojos. —. Estoy terminando contigo. Esto es todo para nosotros. —Me di la vuelta y crucé la puerta con la poca determinación que aún quedaba en mí. Cerré la puerta y dejé salir un pequeño quejido de dolor.

Sentía una sensación que recorría todo mi pecho, esparciéndose por los costados, quemándolo, hiriéndolo, para después concentrar todo su poder en el centro.

Eran muchos los momentos que aún permanecían en mí, y aunque solo deseaba observar los malos ratos para sacarlo más rápido de mis pensamientos, mi corazón no comprendía lo que mi mente deseaba.

Llevé una de mis manos a mi pecho e intenté apaciguar el dolor. Me di la vuelta y apoyé mi espalda a la puerta para después tumbarme al piso lentamente.

De nuevo, el dolor y los recuerdos me hicieron llorar.

No importó el tiempo que pasó, mi corazón no pudo dejar de amar a una persona que eligió a otra.

¿No es eso ingenuo y novelesco?

 

[…]

 

Al despertar tomé dos tazas de café para intentar mantenerme despierta por la noche de perros que pasé ayer.

Lo reconozco, había muchas cosas que me costaban superar, o simplemente dejarlas marchar. Pero siempre he tenido la vaga creencia de que, si me levanto todos los días respirando, no necesito nada más que mis pulmones.

Y el oxígeno.

La nariz también.

Está bien, necesitaba muchas cosas, pero no a una persona que te cambiaba como si fueras un cepillo de dientes.

 

Después de haber tomado el autobús, caminé un par de cuadras para llegar a mi trabajo. Me quedaba poco dinero, tenía el alquiler en mis hombros y los pasajes justos para llegar a fin de mes. Ni siquiera había podido comprar esos panecillos de la panadería.

Crucé la avenida visualizando en frente al edificio en donde laboraba. Llevé mis manos a las tiras de mi mochila y ejercí presión cerrando mis manos.

Ese día hacía poco sol, un viento suave y demasiado silencio a mi parecer. Aunque la distancia fuera lejana, era lo suficiente para escuchar un grito pidiendo ayuda. La voz de una mujer diciendo “¡Fufa!”, o al menos, alguien saliendo en ropa interior por la puerta.

—Ya estoy empezando a traumarme… —Me quejé en voz baja. —Piensa en perritos bonitos, Charlotte.

Continué caminando, sintiéndome insegura del espacio en el que me encontraba.

¿Tal vez me había equivocado de empresa?

Llegué a la puerta y le deseé buen día al portero. Miré hacia la recepción, encontrándome solamente con el puesto vacío. Mi mente inmediatamente creo una hipótesis.

Seguramente la recepcionista debe estar desayunándose a un riquillo con jugo de naranja.



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En el texto hay: romance, drama, jefe y secretaria

Editado: 29.03.2021

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