Egoísmo y cobardía

Algunas cosas no se pueden ver con los ojos

CHARLOTTE

 

Deseo explicar algo. Digo, para que no me malentiendan.

Todo empezó después de la extraña pregunta de la anguila con patas.

—Charlotte, acaso… ¿Me gustas? —Nótese la voz seductora.

¿Cómo podría saber yo eso?, no sé leer la suerte en las cartas, mucho menos voy saber lo que pensaba un “todas mías”.

Espero que se hubiera tratado de una broma, porque lo de los dos, era difícil, por no decir imposible.

Primero. No me gustaba el hombre.

Segundo. Raquel me mataría.

Tercero. Raquel me mataría.

Aunque me gustara, jamás me hubiera involucrado con un hombre que se va a casar, y que, además, se ha acostado con media ciudad, y solo media porque la otra mitad está constituida por hombres.

Y si sus palabras contuvieron, aunque sea algo de verdad, pondría en práctica la frase que solía decir mi madre.

“Cásate con ellos, úsalos, exprímelos, quítales hasta el apellido y después dales Arsénico en la comida”.

Era más que obvio que jamás llevé a cabo una acción así. Porque vamos, el Arsénico es difícil de encontrar.

Yo permanecí en silencio pretendiendo evitar una respuesta, cosa que logré.

Cuando bajaba por las escaleras al primer piso iba pensando en las palabras de la anguila con patas. Recordaba su expresión dudosa, su voz desconfiada y sus ojos perdidos en busca de la respuesta. También estaba pensando en que, si el presidente deseaba verlo, de seguro habría problemas.

Un solo encuentro con aquel hombre fue suficiente para percatarme de que tan mal puede caerle el riquillo.

Al estar en el primer piso, con mis piernas cansadas y mi boca intentando recuperar el aire que me hacía falta, visualicé a Verónica tras el mostrador. Aparentemente trabajando.

Cuando me recuperé por completo pretendí hacer de mi cuerpo invisible y pasar sin que ella me notara. Cosa que no sucedió, porque era la única persona que habitaba la recepción a excepción de ella. Ni siquiera el portero se hallaba en la puerta.

—¡Char! —Llamó con felicidad, a lo que yo respondí dirigiendo mi mirada hacia ella.

No pude evitar pensar que cada vez que me llamaba de ese modo, trataba de decirme charco.

—Acércate. —Sonrió mientras me indicaba con su mano que me dirigiera a ella. Yo era el gato callejero y ella la anciana con galletas.

Caminé la poca distancia que había entre nosotras y me mantuve a un par de centímetros de su rostro. Ya que ella se encontraba, prácticamente encima de su escritorio, supuse que no habría amenaza con sus codos sobre la mesa.

—¿Qué haremos hoy? —Indagó sin apartar la sonrisa de oreja a oreja.

—Mañana es viernes…y ya sabes, hay que… trabajar —Indiqué tímida, me tardé más de lo pensado en encontrar la última palabra. —Hay que descansar…

Ella continuó sonriendo, sin embargo, ya era una sonrisa confusa.

—Es un chiste, ¿verdad?  —Continuó sonriendo.

Mi sentido común se relacionó con el temor, por consecuente no pude evitar reír, de nuevo fue el típico “ja ja ja”.

—Ya sabes… si no trabajas no hay cuchillos —Me confundí. —¡Dinero!, si no trabajas no hay dinero… —Sonreí.

Ella apartó la sonrisa de su rostro y lució más confundida.

—Eres rara… —Agrupó sus labios para arrugarlos. —Pero no importa, te contaré el plan —Volvió a sonreír. —. Hoy es el cumpleaños de Fredrik y tengo pensado prepararle algo especial —Reveló. —. Tenía planeado decirle que su padre había perdido la memoria y que ahora estaba en mi casa para hacerlo ir hasta allá, pero ya que su padre volvió de viaje no pienso que eso funcione. —Pareció decepcionada.

Y de igual manera, no creo que ese plan sea demasiado brillante. Y aunque la anguila con patas se hubiera creído el cuento, era poco probable que fuera al rescate de su padre.

—¡Entonces pensé en ti! —Alzó el tono de su voz. —. No me gustaría compartir a Fredrik, pero ya que es una ocasión especial creo estará bien. —Agrupó su peso a uno de los costados de su cuerpo y llevó una de sus manos a los bolsillos de su falda. —. Ten esto —Volvió a apoyar sus codos sobre el mostrador y me dejó ver una bolsa pequeña con polvo blanco. Parecía cocaína, en realidad. —. Es una tableta entera de Triazolam hecha polvo. —Señaló.

¿Acaso no eran pastillas para dormir?

—Echa esta cantidad en un vaso con agua y llévaselo —Me asustó. —Para cuando lo despertemos, estará en una tina de espuma con nosotras dos. —Sonrió.

Estaba completamente segura que esa cantidad es suficiente para matarlo.

—¡Créeme, será el mejor regalo de cumpleaños para él! —Aseguró con emoción.

Había de dos.

Uno. Si salía corriendo era posible que escapara, pero no podría volver a la empresa.

Dos. Aceptaba su propuesta, mataba al riquillo, pero salvaba mi vida.

—¡Que graciosa eres! —Pretendí congeniar. Ella me observó confusa. —Es un chiste… ¿cierto?

—Hablo en serio. —Confirmó sin dudas.

Y yo que tenía la mínima esperanza de volvernos amigas…

—Seguro, seguro  —Sonreí. —. Es solo que, ya sabes… la señora Raquel podría matarnos, y eso es muy malo. —Volví a fingir reír.

—También tengo una bolsa para ella —Indicó. —. Solo es llevarle un vaso con agua y asegurar su puerta.

Loca, pero precavida. Tenía que admitir eso.

—¡Piensas en todo! —Elogié. —. Pero creo que el señor Fredrik estará más feliz si solo te tiene a ti —Vi cierto tipo de emoción en su rostro, y sin pensarlo dos veces, continué por ese camino. —. Habla mucho de ti, dice que tienes una figura provocativa. No hace más que hablar sobre lo loc… ¡Lo hermosa que eres!, lo hermosa que eres. —Empecé a retroceder. —¡Así que viste tu mejor ropa interior, calienta un poco el agua y ve por él! —Ella pareció creer en mis palabras.

—¿¡Crees que el morado está bien!? —Pensé que se refirió a su ropa interior.



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En el texto hay: romance, drama, jefe y secretaria

Editado: 29.03.2021

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