Egoísmo y cobardía

Un hogar que ahora está vacío

FREDRIK

 

—¿Estás seguro que no deseas que entre contigo? —Inquirió Raquel. —. Sé que estos días pueden ser muy difíciles para vos.

—Está bien. Estaré bien. —Comencé a desvestir el blazer de mi smoking y a dirigirme hacia la puerta.

—Pero aun así…

—Raquel, está bien. La vida continua aún con personas que han muerto.

—Pero vos no haces esto porque lo deseas. Lo haces porque no tenes otra opción. —Me di la vuelta mientras desabotonaba mi camisa.

Permanecí observándola, deseando responder a su cometario, sin embargo, no supe que podía decirle.

Raquel desvió su mirada. Pareció entender mi mensaje.

—Estaré atenta a tu llamado. —Encendió su auto y se marchó.

Me di la vuelta después de poner mi blazer sobre mi hombro, y con algo de dudas, abrí la puerta de la casa. Oscura, sin algún tipo de ruido. Solitaria de todos los modos posibles mientras estaba envuelta en una completa tenebrosidad.

Ingresé con mi cabeza baja y cerré la puerta.

—Tiempo sin verte, cariño.

—¿Cómo has estado Fredrik?

Alcé mi mirada para encaminarme hacia la sala.

—¿Por qué no habías vuelto?, tanto Alex como yo estuvimos muy preocupados.

—Más que todo yo, sabes como soy.

Arrojé el blazer sobre un sillón y perdí mi vista en la chimenea, la cual ya no tenía rastros de haber sido encendida alguna vez.

—Estas más delgado, ¿has estado comiendo bien?

—Indudablemente continúas comiendo papas fritas.

Aunque sabía a lo que se debía, no pude evitar empezar a lamentarme.

—Por cierto, ¿ya sabes?

—Padre comentó que llegaría pronto. ¿No te alegra?, volveremos a estar los cuatro juntos.

—Me agradaría si pudiera tocarlos —Mi voz se escuchó baja, desgarrada. —. Lamentablemente aún no he muerto para poder acompañarlos.

Mis palabras, y el ardor en mi pecho que se diluía por todo mi cuerpo, me hizo recordar aquel día, mientras observaba una chimenea sin fuego.

—Tienes una reunión a las tres, a las cinco, y una cena con tus dos familias a las ocho —Informó Verónica. —. ¿Quieres que cancele alguno de esos eventos?  

Levanté mi vista del escritorio y la observé. Su peinado parecía un nido de abejas.

—No tengo tantas ganas de ver a Luca, pero ¿qué se puede hacer? —Sonreí. —. El matrimonio de Raquel y Alex está cerca.

Verónica sonrió.

—Vámonos, ya pronto serán las tres. —Se dio la vuelta y abandonó la oficina. Yo me situé de pie y me encaminé a la puerta.

Desde un principio la vida de Alex había sido decidida, y con la mala suerte de ser el hermano mayor, se le había obligado a casarse con Raquel. Aunque para mi tranquilidad, y según sus palabras, ambos estaban enamorados el uno del otro.

Se podría decir que ese tipo de casos eran remotos, pero me alegró que se diera en este lugar. Lo que no me anima tanto era tener que ser parte de la familia de Luca. Aunque hayan pasado más de diez años sin vernos, la relación entre los dos continuaba irremediablemente rota.

Para la muestra, mi labio roto aún no había sanado.

—Ya vengo Verónica, espérame en este lugar. —Me di la vuelta por el pasillo y me dirigí hacia presidencia. Sin la necesidad de tocar antes de entrar, empujé la puerta topándome con el rostro preocupado de Alex tras el escritorio.

Reí al verlo de esa manera. Su apariencia iba en contra de su personalidad. Uno diría que, una persona con el cabello largo en punta, con tatuajes que ocultaba su traje, de ojos verdes y piel blanca tendría la mayor confianza entre el mundo.

—Fredrik, ¿y si Raquel se arrepintió?, no la culparía… hay mejores hombres que yo allá fuera. Tenistas, luchadores, futbolistas, modelos, diseñadores… hasta podría considerar a mis primos. ¿y si ve a alguno de ellos en la boda y me deja?

—No olvides a los pilotos, ingenieros, carpinteros, pescadores, psicólogos y de más. —Seguí su juego mientras cerraba la puerta a mis espaldas.

Alex empezó a dar vueltas alrededor de la habitación mientras consideraba mis palabras.

—También existo yo, puede cambiarte por mí. —Él se detuvo y dirigió su mirada hacia mí.

—Eso… eso es cierto.

Reí para calmarlo un poco. El hombre estaba con los nervios de punta.

—No ocurrirá nada de lo que imaginas, salvo que te estas atando la soga al cuello —Me encaminé hacia él. —. Raquel podría celarte hasta con mi madre.

—Eso me hace sentir seguro.

—¿Qué te cele con mi madre?

—Que sea celosa —Sonrió. —. Me hace pensar que en verdad me ama.

—Ella te ama, Alex —Me detuve en frente de él. —. Y tú la amas a ella, no hay por qué temer.

Él volvió a sonreír.

—A menos de que se arrepienta a último minuto —Su sonrisa se borró. —. Es broma, es broma. ¿estás listo para mañana?

—Con tus comentarios, no.

—Solo tienes que pararte en el altar y esperarla —Sonreí. —. Yo te estaré animando.

—Seguro estarás coqueteándole a las madrinas —Rio él antes de darse la vuelta. Yo lo acompañé en su gesto y guardé silencio. —. Ya hablé con nuestro padre. En mi luna de miel estarás a cargo de la empresa.



#4618 en Novela romántica
#1285 en Chick lit

En el texto hay: romance, drama, jefe y secretaria

Editado: 29.03.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.