Egoísmo y Cobardía

Entrevista

CHARLOTTE

El sentimiento a contaminación que provocaba los carros, la desesperación de los peatones por tomar el bus que los acercara a su empleo, pensamientos confusos que nunca se llegaban a concebir, la indiferencia de las personas cegadas por sus propias mentes. Yo, en particular, era una de esos peatones. Las frías calles de Bogotá poseían un aroma en particular, y ese era el de la desesperación.

La capital del país, el lugar en el que podrías encontrar más posibilidades de salir adelante, era el mismo lugar que te las cerraba todas. Pero vamos, así es el resto del mundo. Llorar no me iba a alimentar, así que lo único que podía hacer era quejarme y trabajar constantemente para que las cosas cambiaran.

Aquel día era mi última entrevista de trabajo, el último lugar del mes, y posiblemente del año que ofreciera vacantes. Y como era de esperarse, yo, una publicista recién graduada, no podía encontrar empleo en su rama. En cambio, en esos momentos estaba aspirando al puesto de secretaria de un publicista.

—¿Le gustaría un café?, Maldito riquillo con el puesto asegurado desde que nace...

—Claro que si empleada tercermundista. Con azúcar.

Este es el tipo de conversación que me imaginaba teniendo, evidentemente jamás las llevé a cabo. Pude decir las palabras, Eso no me aterraba, pero me temo que la respuesta hubiera sido un poco diferente.

—¿Le gustaría un café?, Maldito riquillo con el puesto asegurado desde que nace...

—¿Quién le permitió hablar?

Por la plata baila el perro, y bien que lo hace.

Cuando encontré la dirección, mi mente fue atrapada por el tamaño del edificio. Permaneci unos segundos observando la estructura, y después de pasar saliva, me presenté en la recepción y subí al piso que se me indicó. Antes de que las puertas se cerraran, mi costado derecho se ubicó una joven mostrando sus dos melones en el pecho, y con una falda tan corta que dejaba a la vista sus esplendidas piernas largas.

También dejaba poco a la imaginación, en realidad.

—¿También vienes a la entrevista? —Indagó ella con confianza.

La miré y la detallé un poco más.

Conclui que, si el maquillaje hubiera sido un delito, ella tendría un cultivo de cocaína en su rostro. ¡Por Dios!, en realidad no puedo entender el afán en maquillarse tanto.
Tal vez yo no sea muy ''femenina'', pero al menos seguía pareciendo un ser humano.

Además, el maquillaje va deteriorando tu piel poco a poco. No me gustaría llegar a los cuarenta y ser la versión más reciente de Lord Voldemort.

—Si. Espero conseguir el empleo —sonreí, en cambio ella contrajo su frente y después me volteó los ojos.

¡Pequeña escoba con patas!, se creia muy segura con la cirugía que lleva en ese pecho de Paloma.

Aunque, pensándolo bien, ella tenía la ventaja, porque, vamos. Nos iba a entrevistar un hombre. Primero miran que tan locos los puede volver tu trasero, después notan si tienes un gran potencial en ese pecho, si tu cara es de modelo, y, por último, ven que tan capaz eres.

Hombres, malditos animales sin pensamiento racional.

Al salir del ascensor, nos topamos con una sala de espera algo grande, al fondo se visualizaba un pasillo extenso que imaginé daba a la oficina del riquillo.

Salí del ascensor mientras mis hombros chocaban con los de la del cultivo ilegal. La miré y le devolví su gesto grosero.

Genial. Pensaba que mi época de pelear por un puesto laboral ya lo había superado.

En la sala de espera había más muchachas, aproximadamente de 19 años de edad cada una. Y en vez de asistir a una entrevista de trabajo, parecía una competencia para ver a quién le llegaba la falda hasta la cintura primero.

Hormonas...

Atravesé la sala y tomé asiento al lado de una peli rubia. La detallé por un momento, y esperaba que el riquillo prefiriera a las pelis rojas, de piel blanca y tatuajes en las piernas.

Uuuuh, ¿Hubiera sido capaz de vestir una falda tan corta?

No lo creo. Ya mi época juvenil se había esfumado desde la universidad.

Cuando aun continuaba atrapada en mi mente, comtenplando mis pocas posibilidades de salir victoriosa, un estruendo un poco fuerte se escuchó, alertando a cada persona que se encontraba conmigo. La mayoría de personas en la sala giraron hacía dónde provenía el sonido. El ascensor.

Antes de que las puertas se pudiesen abrir, unas palabras casi angelicales salieron al oído de todas.

—¡Necesitas una secretaria, no una fufa! —oh gloriosas palabras. Me prometi que, si me contrataban, iria a misa el domingo.

Nunca fui.

Del ascensor salió una mujer vestida con un chaleco que demostraba que tan costoso era, un pantalón ancho azul celeste y unos zapatos altos, marcando cada paso con ira hasta que decidió quedarse quieta. Tenia el cabello negro hasta los hombros y una mirada intimidante, casi asesina. Reparó a todas las que se encontraban en la sala, incluida yo.

—Señoritas, ¿La tela se les quedó en el camino? —preguntó.

Sentí cierta alegría, y pude saborear la gloria, ya que yo era la única que había venido en Jean.

¡En sus caras, generación de piercings y Tik Tok!

—¿Podrías dejar el espectáculo? —Una voz de tono bajo habló. Supuse que era la de un hombre—. Raquel, te juro que tienes todo el potencial para ser el primer humano que se convierta en megáfono —del ascensor salió un hombre, alto y delgado, de cabello negro y piel trigueña, ojos pequeños y alargados, labios gruesos y mandíbula definida. Vistiendo un traje de paño negro y con sus manos guardadas en sus bolsillos—. Estoy seguro que me volveré homosexual por tantos traumas que me estás generando.

Varios suspiros salidos de las minifaldas alcanzaron la atmósfera. Eran adolecentes con ganas de pecar, ¡oh Dios mío!, cada día hay menos monjas...



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En el texto hay: celos, romance, amor

Editado: 27.02.2024

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