Eir. El Idilio de los Soles.

Prólogo

Sórdida

Siempre he creído que el amor nace en las flores, que nacen de las sonrisas momentáneas.

Nunca entendí el escaso amor de mis padres.

Cuando le preguntaba a mi papá por qué ya no le daba flores a mi mamá, solo se enojaba. No conmigo, parecía que se enojaba consigo mismo. Y cuando le preguntaba a mi mamá por qué ya no recibía a mi papá con abrazos y besos, ella solo apartaba la mirada.

De un día para otro se distanciaron, como si les hubieran dejado de pagar por ser padres y amarse.

Tenía claro el pensamiento de que el amor no se marchitaba. No sabía lo que pasaba con mis padres, pero sabía que había amor. Eso esperaba.

Creo que el momento en que por primera vez sentí amor hacia otras personas que no fueran mis padres fue con una niña que vi cuando estaba en tercero de primaria. Lo primero que sentí cuando la vi fue asco.

Estaba sucia, despeinada y traía saliva seca en las mejillas.

Pero se veía feliz. Yo siempre me he sentido feliz, aunque nunca supe cómo expresarlo. Lo único que podía dar era una pequeña sonrisa a lo mucho.

Pero ella sonreía por todo, y por nada. Parecía buena. Era buena.

Se llamaba Hansy Nitzi.

Al poco tiempo se hizo mi amiga. Me gustaba verla. Cuando hablábamos, me limitaba a solo escucharla. Hablaba mucho, pero jamás me cansaba; lo único que hacía era negar o asentir de vez en cuando.

Pasó el tiempo. Ya no estábamos en tercero de primaria: habíamos entrado al primer año de secundaria. Hansy no solo era mi amiga, se convirtió en mi mejor amiga. Éramos muy unidos. De vez en cuando la invitaba a mi casa, a veces a jugar, a veces a hacer tarea. Pero ella nunca me había invitado a la suya. No me molestaba, solo me intrigaba. Nunca hablaba de sus papás. Tal vez tenía problemas, lo mejor era no entrometerme.

Con el paso del tiempo, ya no solo éramos Hansy y yo. Otra chica se había unido a nuestro pequeño grupo.

Ella era Sthephanie, muy tímida, todo lo contrario a Hansy. De hecho, se parecía a mí.

¿Hansy coleccionará personas como yo?

Hansy es un poco psicópata, no voy a mentir. Realmente me sorprendió cuando me regaló una gran tarántula disecada… por ella misma. Cuando me la entregó, solo me dijo:

—Sé que le tienes miedo a las arañas, por eso lastimé a una. Lo hice por ti.

Me dejó con la boca abierta durante muchos minutos. No supe qué responderle. Ella solo me dio la tarántula en un cuadro, no le dije nada, me sonrió y se fue, dejándome con el cuadro en las manos.

No la juzgaría… si no fuera porque apenas tiene doce años.

Sthephanie era difícil de describir. Era muy normal… o era una completa rara.

Nunca la vi parpadear. Su espalda siempre estaba recta, perfectamente peinada, siempre con la vista enfocada o en mí o en Hansy. Jamás la oí hablar. Sé que no soy quien deba criticar a alguien por no hablar —cuando soy más callado que una lechuza—, pero de vez en cuando yo podía decir un “sí” o un “no”. Ella, nada.

Tal vez era demasiado tímida.

Un día —para ser exactos, el 14 de febrero—, el día del amor y la amistad, claro que le tenía algo preparado a Hansy. No quería pedirle que fuera mi novia, esa idea me disgustaba.

Hansy no me gustaba de esa forma, me gustaba la manera de amistad, una bonita y duradera amistad.

Entonces lo único que planeaba era decirle lo mucho que me gustaba estar con ella. Decir que estaba emocionado era poco, me moría de nervios. No suelo expresarme fácilmente.

Al llegar a la secundaria, con los pelos de punta, empecé a sudar frío. Hansy no había llegado. Ni siquiera estaba Sthephanie. Busqué por toda la secundaria esperando ver a Hansy, pero no. Ni siquiera estaba su mochila en el salón. Fui a esperarla a la entrada; tal vez solo había llegado tarde. El timbre sonó… y ella nunca llegó.

Al regresar al salón, vi a Sthephanie. ¿En qué momento había llegado?

Lo primero que hice fue preguntarle por Hansy.

—¿Sabes dónde está Hansy? ¿Por qué no vino?

No me respondía, ni me miraba. Estaba mirando el suelo.

Esperaba una reacción cuando le toqué el hombro para llamar su atención, pero nada. Seguía enfocada en el suelo.

—¡Sthephanie, te estoy hablando! —Nunca había hablado tanto en un día.

Esta vez sí hubo reacción.

Giró la cabeza muy rápido hacia mí y me miró fijo a los ojos por varios segundos. No decía nada, solo me veía, como siempre. Entonces se levantó de su asiento y por fin habló:

—Ven, Rowan.

Sé que quería que me hablara, pero no estaba preparado mentalmente para que lo hiciera.

No me quedó de otra más que seguirla. Me llevó a una zona, supongo que abandonada, de la secundaria. Era un salón grande, olía a polvo y había un gran eco. Era como un auditorio.

Cuando terminé de analizar el lugar, vi a Sthephanie mirándome, esperando que me acercara a ella. Ya estaba cerca, no tanto: un metro de distancia. No tenía muchas ganas de estar más cerca.

—Hansy —pronunció ella.

—¿Sabes si le pasó algo? —Quería ir al punto. Solo quería saber qué pasó con ella, dónde estaría… ¿y si se sintió mal?

—Hansy no es tu enemiga, pero no te desea el bien —le dijo sin expresión alguna en la cara, soltando esa oración como si nada. Yo ni siquiera podía procesarlo. Me he dado cuenta de que siempre tardo bastante en procesar las cosas.

—¿De qué hablas? Hansy es mi amiga desde hace años. Tú acabas de llegar, ¿qué vas a saber? —Es todo lo que me limito a decir. No creo, ni creería, que Hansy me desearía el mal.

Planeaba irme. A lo mejor Hansy simplemente llegó tarde, quizá ya estaba en el salón. Ya estaba por darme la vuelta cuando me volvió a hablar.

—Rowan. Ella no es de aquí. Te está mintiendo. Puedo probártelo.

De un momento a otro, me agarra las dos manos.

Y todo se vuelve oscuro. Todo se distorsiona. No escucho nada, más que un pitido en mi oído.



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En el texto hay: aventura, fantasía aventura amistad, niños genios

Editado: 11.12.2025

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