HEDREDA
Sentada sobre la polvorienta alfombra, Czarina observa la solitaria luz anaranjada que brilla en la lejana fortaleza encaramada sobre un peñasco en el mar.
Vhagar dormita sobre el raído sillón, sus ronquidos causando eco en las paredes casi vacías.
Czarina se inclina hacia delante, evitando parpadear para no perderse si la luz lo hace. Repentinamente, el sonido cesa y Vhagar levanta de golpe la cabeza para gruñir en dirección a la noche.
Frente a las puertas abiertas del balcón, Czarina no se inmuta al ver una silueta trepando hasta lo alto de la barandilla.
—Llegas tarde, Scar —susurra, acariciando el grueso pelaje de su feroz protector para calmarlo.
Dos hoyuelos aparecen junto a la sonrisa del joven chico que cae ágilmente en el suelo de piedra.
—Tenía que asegurarme de que mi madre y mis hermanas estuvieran totalmente dormidas.
Czarina no responde. Los dos saben que el chico no debe estar allí.
Ese lugar inhóspito y oscuro está reservado solo para ella. Su castigo.
—¿Ya ha empezado? —pregunta Scarrow sentándose también en la alfombra.
Como respuesta, más luces anaranjadas se encienden en las otras ventanas de la fortaleza, formando una figura que resalta en la oscuridad y la espesa niebla que la envuelve.
—Estrella —susurran emocionados al unísono.
Las luces cambian hasta formar otra figura.
—Árbol —de nuevo a la vez.
Las luces vuelven a cambiar.
—¡Sonrisa! —exclaman demasiado alto, olvidando todo en la emoción del juego.
Por suerte, los dos guardias tras la puerta están distraídos en una charla sobre las bondades de las mujeres.
Scarrow, todavía con la mente en el juego, se acaricia la barbilla mientras piensa, su nuevo gesto favorito.
—Mmm... ¿Los árboles y las estrellas hacen reír?
Czarina niega con la cabeza, notando que ahora solo hay un destello ámbar.
—¡Ya sé! —exclama Scarrow bajando después el tono al darse cuenta—. La felicidad es comer galletas de manteca y canela como las que hace mi madre.
Czarina rueda los ojos sin sorprenderse; ese chico siempre cree que los mensajes tienen que ver con comida.
La escasa paciencia de Scarrow hace que resople con frustración y se rinda rápido.
—¿Entonces qué es?
—Es casi el final del primer mes del equinoccio, tonto —responde Czarina—. El mensaje es "Feliz Nativia".
—¿En serio? —cuestiona Scarrow como si fuera lo más ridículo del mundo.
—Es el único mensaje que tiene sentido; además, dudo que a los que viven allí les haga sonreír comer las galletas de tu madre; es más probable que les guste comer carne cruda.
Los ojos azules de Scarrow se llenan de recelo.
—¿No crees que les gusten las galletas horneadas, pero sí que celebran la Nativia?
—Todo el mundo celebra la Nativia —responde Czarina tratando de no sonar resentida—. Y a todos les gusta.
Excepto a ella. Czarina odia la Nativia. En realidad, odia todas las fiestas de los mortales.
En el rostro de Scarrow se reflejan todos sus pensamientos compasivos.
—Este año podría convencer a mi madre para que decore la torre y celebremos todos aquí.
Una pequeña sonrisa curva los labios de Czarina.
—Él no lo permitirá.
"Nunca recibirás nada. Nada que te dé una pizca de calor, de alegría o de confort".
Las palabras del rey siempre certeras. Todas sus amenazas cumplidas.
Scarrow agacha la cabeza con tristeza, un sentimiento con el que a sus nueve equinoccios Czarina ya está muy familiarizada. Levantándose con un suspiro, camina por el balcón semicircular hasta llegar al lado derecho de la barandilla de columnas. Vhagar enseguida baja de un salto del sillón para seguirla.
Apoyando sus manos cubiertas por la túnica añil de lana vieja, que la oculta con tanta eficacia como esa torre del mundo, Czarina observa el lugar donde empezó su condena.
O lo intenta. Es difícil vislumbrar algo a través de la intensa negrura que lo encierra.
—Voy a verlo.
Escuchando la feroz convicción en su tono, Scarrow levanta la cabeza para observar la pequeña figura encapuchada de la niña.
—¿El qué? —pregunta dubitativo.
—Faelúria.
Su susurro parece rondar durante unos segundos la fría habitación iluminada tenuemente por la única lucerna de aceite que Czarina tiene permitido poseer.
Scarrow se frota los brazos sintiendo un escalofrío.
Solo pronunciar ese nombre es suficiente para invocar la ira del rey.
—Es imposible, está prohibido cruzar la Muralla.
—Para mí todo está prohibido —responde Czarina en el mismo tono decidido—. Todo es imposible. Eso no va a cambiar; por lo menos puedo hacer algo.
Scarrow suspira frustrado.
—¿Y qué podemos hacer?
Czarina sonríe ante su inclusión; Scarrow es un buen amigo. El único que no la abandonó tras el incidente.
—Solo quiero verlo una vez, si pudiera verlo con mis propios ojos... ¡Estar ahí! Tal vez, tal vez... lo entienda—tomando una bocanada de aire termina—. Esta es mi mejor oportunidad, con el rey y los demás lejos por el Feridae. Por favor, Scar.
Czarina evita darse la vuelta y mirarlo, no queriendo que él crea que está forzando su decisión. Tras un rato de silencio, finalmente Scarrow se pone de pie.
—Está bien, vayamos.
—Baja tu primero —dice Czarina inmediatamente, sin querer darle tiempo a retractarse.
Scarrow suspira negando con la cabeza, pero trepa por la barandilla y empieza a descender la larga pared de piedra con la ayuda de las ramas trepadoras que la cubren casi por completo.
Unos silenciosos minutos después, con sus pies ya sobre la tierra yerma, le hace un gesto a Czarina para que baje. Ella, emocionada por su primera huida de la Torre, lo hace aún más rápido y ágilmente.
Vhagar es el siguiente y desciende con dos poderosos saltos para luego caer entre la retorcida hiedra sin hacer un solo sonido.
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Editado: 27.12.2025