Clara, atrapada entre la curiosidad y el miedo, sintió una extraña conexión con el niño. "¿Por qué lloras?", preguntó, su voz temblorosa. El niño respondió con un susurro: "Estoy solo... ven a jugar". Clara, sintiendo que debía ayudarlo, se acercó un poco más.
De repente, el ambiente cambió. El aire se volvió pesado y el bosque pareció cobrar vida. Las sombras se alargaron, y una risa macabra resonó en el aire. Clara se dio cuenta de que había caído en una trampa. El niño comenzó a transformarse, su rostro distorsionándose en una mueca grotesca. "¡No puedes irte!", gritó, mientras el bosque se oscurecía a su alrededor.
Desesperada, Clara giró sobre sus talones y comenzó a correr, pero el llanto del niño la seguía, resonando en su mente. "¡Ayúdame!", clamaba. Clara se sintió atrapada en un laberinto de árboles que parecían cerrarse sobre ella. Recordó las historias de los ancianos: aquellos que respondían al llanto del Abasayo nunca volvían.
Finalmente, logró salir del bosque, pero no sin consecuencias. La imagen del niño seguía grabada en su mente, y su llanto resonaba en sus oídos. Regresó al pueblo, donde los lugareños la miraron con preocupación. "¿Escuchaste su llanto?", preguntó una anciana. Clara asintió, pero no comprendía la magnitud de lo que había experimentado.