Una pequeña roca, de no más de veinte metros, prácticamente tapaba el cielo. Si simplemente pasabas por su lado, no causaría ninguna emoción. Una montaña rocosa con pendientes empinadas. En la cima, unos picos agudos y empinados.
A Diana la temblaba el cuerpo de miedo. Macario sonrió astutamente y ajustó bien el mosquetón en su sistema, revisando la cuerda. La chica, por enésima vez, miró hacia arriba con inseguridad. La altura era realmente infantil, pero un escalofrío recorría su espalda.
De repente, el chico tomó el sistema con las manos y lo tiró bruscamente. Diana soltó un pequeño grito, y dirigió una mirada furiosa hacia Macario. En el último momento apretó los labios, tragándose las palabras de enojo. Ya se habían peleado por una tontería por la mañana, y no quería arruinar el día completamente. “Prometí escalar esta maldita roca”, pensó, “tengo que escalarla”.
Macario se apartó, concentrado, pasó la cuerda por el bloque–polea, la tensó y se sujetó con ambas manos.
– Diana, estoy listo, – dijo en un tono grave, – no esperes. Sube. Cuanto más tardes, más miedo te dará dar el primer paso.
– Pequeña, – saltó Mira y abrazó a su amiga, – puedes hacerlo. No te preocupes. No es tan alto como parece. ¡Creo en ti!
– Ojalá yo también creyera en mí, – murmuró Diana para sí misma, – no tengo opción.
La chica suspiró y cerró los ojos. Aprietó los puños, sintiendo el dolor. Contó hasta diez y se preparó para conquistar la roca y su miedo. Después de unas pocas palabras ininteligibles, dio un paso adelante. Abrió los ojos y se agarró al primer saliente cercano. Se estiró, buscando apoyo para su pie. El siguiente saliente. Otro paso.
Pasaron unos minutos antes de que Diana bajara la cabeza para evaluar la distancia recorrida. “¡No he subido ni dos metros!” – comprendió la gravedad de la situación, sintiendo cómo se le encendía la cara por la vergüenza. Buscó a sus amigos con la mirada.
Mira, que estaba junto a Alexo, agarró a su novio de la mano. De vez en cuando gritaba algo motivador, pero Diana oía el grito de su amiga como si fuera a través de una pared invisible. Solo el zumbido en sus oídos aumentaba cada vez más.
De repente, su garganta empezó a arder de dolor. Tosió y trató de respirar profundamente. Su nariz ardía, pero logró mantener la mano en la roca. A su alrededor vio polvo. Se movía lentamente, como flotando, dificultando su avance. Cerró los ojos y maldijo.
Resopló y se recompuso. Abrió los ojos y miró hacia abajo. Macario estaba en silencio, frunciendo el ceño con desagrado, sacando la cuerda de vez en cuando, cambiando las manos a cada movimiento. “¿Por qué siempre está insatisfecho conmigo?” pensó.
Se volvió hacia la roca. El viento se llevó el polvo. El aire era abrasador. El verano ya había terminado hacía unos días, pero el clima seguía siendo bastante caluroso. Nunca habría aceptado una excursión así si hubiera hecho frío. Kayaks en el río con rápidos. Saltos en una cantera inundada. La maldita roca y el safari loco en un todoterreno oxidado. “¿Cómo acepté todo esto?”
Encontró una repisa, se estiró. Rápidamente puso el pie en el hueco adecuado. De repente, arena cayó desde arriba y le entró en los ojos. Sorprendida, levantó la mano al rostro, perdiendo la base. En un instante, la oscuridad la rodeó. El silencio se apoderó del mundo, robando incluso el susurro de los árboles. Diana sintió cómo su corazón latía acelerado por el pánico. Frente a ella apareció un oscuro pasillo. Puertas a todos lados. Alrededor, el mismo polvo. Un grito. “¿Me rendí?” pensó, pero tensó todo su cuerpo. El silencio fue roto por pasos. Al principio lentos, cautelosos. Luego se convirtieron en carrera.
Sintió que ya no tenía apoyo bajo sus pies. El pasillo se desmoronó en el abismo. Gritando, se soltó y cayó hacia abajo. La visión desapareció. La luz la golpeó en los ojos. El seguro actuó inmediatamente, impidiendo que Diana cayera más de un metro. Gritando, se golpeó el hombro contra la roca y siseó de dolor.
– Diana, ¡reacciona! – gritó Macario, lo que hizo que la chica se tensara, – ni siquiera has empezado a escalar.
– ¡Estoy intentándolo! – le gritó de vuelta, sin aguantar la tensión, – ¡Siempre estás insatisfecho conmigo! ¡Basta!
Se giró y se agarró a una piedra. Encontró apoyo con los pies. Se estiró. Macario no dijo nada, pero ella sentía su mirada amenazante en su espalda. “¡Me estás volviendo loca!” pensó, pero no dijo nada.
Su corazón latía con locura en su pecho, pero la subida se volvió más fácil. Varias metros pasaron rápidamente. Sintió fatiga, pero no se detuvo. Solo en una repisa ancha, descansó. Inmediatamente sintió que estaba empapada. La brisa trajo frescura, lo que le vino muy bien. Cerró los ojos, tratando de regular su respiración. Frente a ella, por un momento, apareció una escena terrible. Ella está tirada junto a la roca. Sus manos y piernas rotas. En lugar de respirar, sale un suspiro. ¿Está muriendo? La visión desapareció. Gritó y se apoyó en la fría roca. “¡Me voy a volver loca con estas aventuras!”
De la atonía la sacó su amiga. Mira gritó un saludo y comenzó a aplaudir. Alexo apoyó a la chica, gritando fuertemente “¡Hurra!”. Solo Macario guardaba silencio, concentrado en sacar la cuerda.
– La mitad ya está hecha, – se dijo Diana a sí misma, – aún queda un poco de sufrimiento y podré olvidar esta escalada infernal.
Editado: 07.02.2025